II.

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Tener un caos mental no era típico de Sarah Brooks. Tener un caos mental por un tio, mucho menos. Y esque el desconocido de ojos avellana ese me había dejado en duda, aunque quería quitarme de la cabeza sus palabras, se repetían constantemente en mi cabeza: "pídele una cita" y su sonrisa mezclada en la burla y la cálidez de su mirada. Hablaba tranquilo, despacio, sin prisa, y cada palabra que decía desprendía pura lógica y mentalmente me dije a mí misma que dejara de pensar en chicos como él, porque eran la clase de chicos con los que la clase de chicas como yo no tenían que mezclarse. Pero... pero mi cliente sí que era esa clase de chicos con las que las chicas como yo salían. Era tan guapo, fantástico. Con los rayos de sol dándole en la cara demasiado sexy si lo pensaba. Su mirada transmitía carisma y parecía un chico ético, fiel, firme e independiente. Tenía que conseguir su nombre, algo. Necesitaba, más bien. 

+ ¿Lo has visto? --se acercó Madison a mí, con una sonrisa exageradamente grande en su cara exageradamente estrecha--

+ ¿El qué? --dije molesta, porque odiaba cuando fingía que yo le caía bien--

+ Madre mía.

Seguí su mirada y ví que se centraba únicamente en el chico de la barra. Se bebía el poco whisky que le quedaba y miraba los cuadros del local de manera curiosa. 

+ Le doy y no consejos. --musitó en voz baja--

Ahora la iba a contradecer, porque era libre de hacer eso, y porque quería defender al chico misterioso del que llevaba tiempo "enamorada".

+ Si eso te parece un tío bueno tendrías que ver el que se ha marchado hace treinta minutos. Ese si que estaba como un tren.

+ ¿Un tío bueno? ¿Sarah? Es más que eso, míralo... la madre que le parió. Debería ser ilegal tener esos ojazos.

+ Sigo pensando que es mejor el otro.

+ ¿Harry? -- hizo una mueca -- Es muy guapo, pero no puedes compararlo con ese.

En ese instante me volví loca interiormente, acababa de pronunciar cinco letras que me habían dado la vida en cuestión de segundos.

+ ¿Se llama Harry?

+ S... sí. Es amigo de Miranda.

Miranda era la hermana pequeña de Madison, y tenía mi misma edad. La ví un par de veces: vestía como si fuera a una pasarela de Vogue y se maquillaba con el resultado de acabar como un mapache. Era horrorosa, aunque todo el mundo la encontraba jodidamente preciosa. Esa zorra era amiga del chico misterioso y yo ni sabía su nombre hace un par de segundos.

+ ¿Miranda tiene la oportunidad de verlo cada día y no se lanza en sus brazos y lo besa hasta...

+ ¿Soy yo o está fumando?

Odiaba a Madison Cartner. Odiaba todo de ella. Pero lo que más odiaba era su cáracter, especialmente cuando me interrumpía. Me sacaba de quicio. Me ponía enferma. Mis pensamientos no me dejaron concentrarme en lo que dijo, y en cuanto lo hize, ví al chico de ojos avellana con un cigarro entre los dedos, dejando ir el humo gris por el local, aunque éste se dispersaba lentamente por el aire.

+ Hay una norma que dice que no se puede fumar dentro del local.

+ Haremos una excepción, no quiero que le sienta mal al mazizorro ese.

Me aguanté la risa, la palabra "mazizorro" salida de la boca de Madison me provocaba ganas de mofarme en su cara.

+ Oh, no. No podemos.

+ Entonces ve tú, yo no desaprovecheré la oportunidad de caerle mal a un bombón como ese. Luego, en cuanto se vaya, iré hasta él y le tiraré los tejos. No si él antes. Y le pediré una cita. Ese es mi plan.

+ Mucha suerte, voy a darle una lección al capullo ese. --murmuré por mí misma en voz baja--

Me acerqué hasta él, aunque cuando su mirada se concentraba en la mía me intimidaba y no lograba aguantarla en sus ojos avellana.

+ ¿Tú estas ciego o qué te pasa? --dije cabreada, ya me daba igual, porque había pagado y además, si no volvía aquí mejor para mí y para el medio ambiente--

- Eh, tranquila, no estés cabreada por orgullo. Sabes que tengo razón, tenías que haberle pedido una cita, y no lo has hecho. La has cagado, pero relájate. Hay muchos peces en el mar. Ya sabes a lo que me refiero, nena.

Madre mía, si creía que no podía odiar a nadie más que a Madison Cartner, estaba totalmente equivocada.

+ No estoy cabreada por orgullo, estoy cabreada porque estás fumando, y hay una norma perfectamente bien escrita cuando entras en el local que dice: "Prohibido fumar".  --dije totalmente euforica y enfadada, pero con un tono de voz bajo--

- Madre mía, nena, cálmate un poco. -- dijo mirando un cuadro, colgado a la pared, detrás de mí --si todas las camareras fueran como tú...

Lo interrumpí.

+ O apagas eso, o llamo a la polícia, y ella no tiene tanta paciéncia como yo.

- ¿Edvard Munch? ¿Enserio?

Me giré, porque su mirada me llevó al cuadro de detrás mío.

- ¿El grito? Qué orginal. --su ironía provocó una rábia en mi increíble--

+ Acabo de amenazarte con llamar a la polícia. No sé tú, pero yo estaría un poco asustada.

-  Yo hubiera puesto uno de Joseph William Turner, sin duda, hubiera quedado mucho mejor.

+ ¿Estás ignorándome?

- O uno de Whistler, no sé.

Cogí el móbil de mi bolsillo y marqué el número de la polícia, pero no le dí, esperaba que actuara de manera inteligente e impidiera que lo hiciera.

- Adelante, házlo.

+ Solo tienes que apagar el puto cigarrillo ese, ¿a qué esperas?

- No te atreves, madre mía. Ni a pedir una cita, ni a llamar a la polícia... niña, eres de lo peorcito, eh.

Guardé el móbil otra vez en mi bolsillo porque tenía razón(aunque no quería admitirlo): no era capaz de denunciar a alguien. Era demasiado sensible.

+ Haz lo que quieras, mi turno acaba de terminar justo ahora. Adiós, y que te den.

Sonreí por: 1) había terminado del puto trabajo y 2) había dejado mal al egócentrico capullo ese de ojos avellana.

El norte, el sur, y la brújula ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora