Canción de las olas

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—¡Aahh..!-suspiraba el pokemon de alargado cuerpo con desazón-Es increíble lo mucho que uno se esfuerza para que las cosas salgan bien y el destino acaba torciendo de cualquier modo los planes.

Había oscurecido hacía un buen rato y la luna brillaba intensamente a lo lejos. Rayquaza la observaba con cierta tristeza, a pesar de que la sonrisa nunca se desvanecía de su rostro. Tenía su largo y poderoso cuerpo echado cómodamente sobre una esponjada cama blanca de suaves nubes, y un bebé Drifloon que le hacía compañía se deslizaba por su lado, arrastrado por una imperceptible brisa.

El pokemon dragón estiraba su mano y tomaba al pequeño por sus patitas cuando se alejaba, acercándolo nuevamente a él mientras el pokemon de nuevo se dejaba llevar por el suave soplo de viento, jugando tranquilamente con su guardián. A Rayquaza no le molestaba la compañía de sus criaturas y siempre recibía amablemente a quien deseara visitarle. A la criatura legendaria no parecía importarle hacerlas de niñero pues le encantaban los pokemon pequeños.

Drifloon se volvió a verlo con gesto de curiosidad. Era raro ver a Rayquaza con el semblante decaído.

—Son mis hermanos— explicó el mayor. —Están pasando por una situación muy difícil y me veo incapacitados para ayudarlos. Los amo mucho pero no estoy viendo ninguna solución para su problema.

La criaturita púrpura giró sobre su cabeza en su sitio y parpadeó un par de veces con sus pequeños ojos negros.

—Sí, ya lo sé—dijo el dragón-. Lo más probable es que tenga la solución en frente de mis narices pero no la estoy viendo: la preocupación no es de mucha ayuda cuando hay que pensar bien las cosas.

El globo dio unos ligeros botes con su cuerpo, pidiendo algo de diversión. Rayquaza sonrió y accedió, inspirando un poco y soplando suavemente una brisa de aire que arrastró a Drifloon un par de metros, haciéndole dar vueltas. El pequeño se aferró de una nube esponjada con sus patitas y se metió dentro de ella, jugando a hacerse el desaparecido. El pokemon mayor rió levemente y le siguió el juego:

— ¡Oh, no! ¡Drifloon se me ha perdido!—exclamó, fingiéndose alarmado—Lo tenía aquí hace un momento...

El bebé rió despacio y asomó su cabeza. Rayquaza abrió su boca cuando lo encontró, pero antes de decir nada se quedó estático en su sitio, con las fauces abiertas y los ojos amarillos fijos en la imagen del pequeño Drifloon escondido en su nube. Cerró despacio la boca y parpadeó con fuerza mientras salía de su asombro.

—¡Eso es!— exclamó, levantándose un poco de su cama acolchada y estirando su mano para sostener delicadamente en ella al pokemon a su cuidado —¡Drifloon, eres brillante como las luces de la aurora!— dijo, acercando al bebé a su cabeza y acariciándolo con su nariz —No puedo esperar a que amanezca para contarle a mis hermanos de tu estupendo plan~

El aludido sonrió con sus mejillas hinchadas de felicidad. No tenía la menor idea de cuál había sido su parte en aquella historia, pero estaba contento de ello de cualquier modo.

A la mañana siguiente y con las primeras luces del día, Rayquaza descendió feliz y emocionado desde las alturas. Enfiló hacia el pequeño trozo de tierra en donde Kyogre y Groudon estaban temporalmente encallados, y aterrizó silenciosamente mientras su sonrisa se ensanchaba en su rostro alargado. Los dos pokemon seguían dormidos, con Kyogre aún en brazos de Groudon y viéndose peligrosamente adorables en aquella posición. El dragón contempló un instante la escena y después saludó con grandes ánimos:

Canción de las olas (KyogrexGroudon)Where stories live. Discover now