Día 3: cocinar es mágico

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-Es que hasta a él le gusta más lo que hago yo -comentó Abbacchio enfadado mientras seguía amasando una de las que serían galletas de recarga de estamina- Y aun así se dedica a promocionar lo suyo.

-Por supuesto, es que vende esas, vive de ello -le respondió Mauricio, que además de comer gustaba de visitar a su antiguo compañero.

-¿Entonces por qué demonios viene tanto? -frustrado dejó la masa reposar mientras iba a la siguiente- En un tiempo pensé que estaba tratando de robarme las recetas, pero sigue vendiendo la misma mierda. No sé que hace con tantas, a no ser que la rata esa, el tal Narancia, se las coma todas.

-¿No has pensado que puede ser otra cosa a parte de tus galletas lo que puede gustarle?

-¿Mis tortas? -preguntó con seriedad, a veces también se llevaba, eran más caras y difíciles de transportar, pero el sabor era aun mejor.

-Eras el mejor encontrando pistas y resolviendo enigmas, Abbacchio -le dijo su ex compañero- ¿Alguna vez viene cuando no estás tu en el mostrador?

-No, de hecho Serena me dijo que la última vez que lo vio le preguntó por donde estaba yo y le dijo que volvería luego.

-Ahám, ¿y compra y se va o habla un rato contigo?

-Normalmente lo segundo, siempre suele venir cuando no hay nadie o poca gente, pero eso también es porque tenemos las mismas horas bajas, supongo. Siempre está hablando con todo el mundo, eso no hace ninguna diferencia.

-Claro, puede ser eso perfectamente. O también, no por desmerecer a tus talentos en el horno, pero puede ser que le gustes más que tus productos.

La posibilidad le golpe igual que él estaba golpeando la masa. No tenía lógica, aunque en su pálido rostro algo debió de notarse porque Mauricio empezó a reírse aun más.

No había manera de que le gustase a alguien como Bruno Bucciarati. Él era un paladín roto con talento para las pociones y buena mano con el horno, pero poco más. En cambio a Bucciarati todo el mundo le adoraba, podía tener a quien quisiera. No era el primer aventurero que le pedía información sobre él, los vecinos de tiendas más esplendidas le perseguían como perros en celo, eran patéticos. Lo único que tenía él que ofrecer era talento reproduciendo los recuerdos de su madre y los de sus antepasadas al lado del horno. Porque par Leone cocinar sus raciones mágicas era eso, reproducir los recuerdos, traerlos de vuelta. Quizás para el aventurero que las consumía eran una deliciosa salvación, una ayuda en el camino, pero para él era traer un momento a su abuela de vuelta mientras le explicaba como tenían que hervir las hierbas, como debía quedar la masa y como debía manejar el horno mientras le ofrecía un poco de deliciosa masa sin encantar.

Sus ayudantes se habían ido ya, estaba él solo terminando de hacer inventario antes de irse, tenía ya puesto el cartel de cerrado pero eso no evitó que alguien llamase a la puerta. Contó hasta cinco para dos cosas, esperar que el cliente se diese por enterado y si no funcionaba, quitar la mueca de hostilidad de su cara. Como no hubo suerte en que quien llamaba se rindiese tuvo que abrir. El encantador rostro de Bruno Bucciarati fue lo primero que se encontró.

-Ciao Abbacchio, vi luz y sabiendo que a estás horas sueles cerrar me preocupé -estaba encantador con un traje blanco puro haciendo resaltar su piel tostada, además, sus ojos brillaban como las gemas del tesoro de un dragón- Entre vecinos debemos cuidarnos.

-Gracias -se recordó que debía ser un buen vecino, pero por desgracia también recordó las palabras de Mauricio y se volvió a sonrojar, lo cual debido a su palidez era muy evidente- ¿Puedo ofrecerte algo?

Bucciarati había entrado ya al lugar con toda la confianza, era lo normal, eran vecinos y tenían confianza. No tanta como para poner la mano sobre la frente de Leone como lo acababa de hacer, pero sí confianza.

-Estás sonrojado, ¿te encuentras bien?

-Claro, solamente es que he estado al lado del horno y moviendo sacas -se excusó apartándose antes de ponerse aun más rojo.

-Por supuesto, sería más divertido que te hubieses sonrojado por mi que por el esfuerzo, pero estás igualmente adorable.

Y en esa ocasión sí que consiguió que se sonrojase, era imposible negárselo, sentía las mejillas ardiendo.

-Adorable -murmuró otra vez Bruno mirándolo- Esta noche estás especialmente atractivo, será estar cerca del horno... -se puso la mano en la barbilla, en posición pensativa- Aunque no es algo nuevo, siempre sueles estar muy atractivo. La de veces que llegan aventureros y me preguntan si tus suministros tienen la misma calidad que tu cara...

-Si esto es una especie de treta para anular a la competencia...

-Abbacchio, seamos sinceros, tienes que decirme si demasiadas raciones mágicas hacen daño al estómago porque me da miedo acabar matando a Narancia y a Mista porque se las comen como si fuera comida normal porque ya no sabemos que hacer con ellas y yo, ex oficial de reino, no sé que excusa tener para visitarte, aunque las de hoy eran deliciosas...

-Espera... -lo sujetó por los hombros frenando sus avances- Lo que te has llevado hoy no eran las de estamina, te dije que era un producto nuevo para interrogatorios, ¿me escuchabas?

-¿Como iba a escuchar nada con la camisa tan abierta que llevas hoy? ¿Crees que había sangre en mi cerebro? -se agarró de los cordeles de dicha camisa mientras lo decía y empezó a jugar con ellos, dejando más piel al descubierto- Magia es que tus ayudantes puedan hacer lo suyo sin quedársete mirando todo el día, yo no sería capaz, me acabaría cayendo al horno y fundiéndolo porque estaría más caliente que el fuego.

Por suerte todo propietario de un taller de pociones con un mínimo de sentido común tenía siempre algo para anular los efectos de lo que hacía, hasta en el caso de las pociones mayoritariamente benignas que él hacía. Por suerte su abuela y su madre le inculcaron el sentido común a la hora de manejar esas cosas tan fuerte que tomaba precauciones de manera natural. Bucciarati se negó a tomarse nada si no le dejaba sentarse en sus rodillas, se aferró a su pecho mientras que le hacía efecto pese a que le advirtió de que cuando se despejase se sentiría totalmente avergonzado.

Y si bien tenía razón y Bruno se encontraba avergonzado, lo cierto es que se encontró bastante cómodo acurrucado en el pecho del hombre de cabellos plateados. Notaba como el corazón de su anfitrión estaba un poco acelerado, ¿podría ser que él sintiese lo mismo?

-Yo... -se levantó con cuidado, sin atreverse a mirarlo ahora, echaba un poco de menos el valor que le había dado esa deliciosa galleta- Siento haberte incomodado, pero todo lo que he dicho es cierto, no era ningún truco ni...

-Lo sé, quiero decir, sé que mi producto funciona -le contestó Leone- Lo que no entiendo es porque yo podría, bueno, podrías elegir a quien quisieras y...

Aun no teniendo el valor de las galletas, la mueca de desconcierto en los labios de Leone le dieron el valor que necesitaba para besarlo como había soñado tantas veces. Lejos de verse rechazado, el otro hombre posó con delicadeza sus enormes manos en su cintura para aproximarlo aun más.

Las manos acostumbradas a trabajar con masa amasaron con maestría el cuerpo de Bucciarati para el total deleite de ambos. Por supuesto en el obrador no podían continuar, así que Bruno ayudó a Leone a cerrar del todo en un tiempo récord antes de salir disparados hacia el piso de arriba donde se encontraba la casa de Leone.

Bruno había fantaseado mucho, cada vez que lo veía desde su propia tienda irse a casa subiendo las escaleras, con verlo en casa confortablemente. Había imaginado la vivienda de muchas maneras distintas y tenía claro que la exploraría, pero sería en otra ocasión, en esa su prioridad era arrancarle una a una las prendas de encima al propietario. Lo que iba a hacerle ahora era un pensamiento más recurrente, concretamente lo tenía desde que se mudó y lo vio por primera vez.

Al parecer Leone tenía las mismas ideas y las acciones de Bruno encontraron su reflejo en las de Leone, ambos tenían ganas de devorarse. Bruno comprobó que, tal como pensaba, el cocinero era aun más delicioso al gusto que su comida. Y a la vista. Y al olfato. Y al oído. Y por los poderes del reino, al tacto.

La tienda de Passione no volvió a vender de esa basura precocinada, ahora solamente contaban con el obrador de los Abbacchio y, cada vez que un viajero osado le preguntaba al amable Bruno si las viandas eran tan deliciosas como el panadero, Bruno no dudaba en contestarles que sí, que tanto la comida como su novio eran absolutamente deliciosos. 


Bruabba week 2021Where stories live. Discover now