☦︎ 8 ☦︎

453 63 26
                                    

El camino de regreso a su casa fue tranquilo. Iban tomados de las manos sin decir una palabra. No había necesidad de algo tan banal entre ellos para expresar lo que ambos corazones sentían.

Se dedicaron a mirar la decoración navideña que los rodeaba para pasar el tiempo. Árboles, letreros de neón, hombres disfrazados de Santa acompañado de su trineo y renos. Se podía incluso escuchar como los pequeños infantes cantaban armoniosamente los villancicos alegrando la mesa familiar de sus hogares.

Paz.

Eso era lo que les rodeaba.

Algo que en un principio no pensaron en traer a Yokohama. ¿Quién diría que un par de terroristas como ellos ahora estarían paseando pacíficamente por las calles de la ciudad que en su momento desearon ver arder por un tonto libro?

Exacto, nadie.

El demonio Fyodor —un apodo muy bien ganado de su parte— se sentía extraño, mas no incómodo. Estaba feliz, feliz porque su Kolya sonrió con sinceridad ante alguien más que él mismo en una fecha que a ambos le había marcado la vida.

Gogol se sentía extraño, no mentiría.

Era la primera vez que iba de una forma tan especial con su Dos-kun. Apenas y se rozaban.

El momento era extraño, pero agradable. Veía las decoraciones pasar, pero él estaba concentrado solo en una:

El rostro de su amado Fedya.

Tan calmo y grácil bajo los copos de nieve que se acumulaban sobre la ushanka, fundiéndose con esta.

Y eso que le había dicho que lo la usará esa noche.

Pero eso era tan imposible cómo pedirle a él estar cuerdo.

Pero, al fin y al cabo, eso eran:

Dos locos que iban por la vida sin percatarse siquiera que estaban viviendo.

Afincó su mano, sintiendo cada fibra de su piel tocar la del ruso; deseando no soltarse nunca; anhelando que lo amase tanto como él lo hacía.

Pero ser tan sentimentalista no era lo de él, así que dijo, sin pensarlo:

—La última y creo que única vez que nos hemos tomado de las manos fue aquella en la que te emborrachaste a tal extremo que casi vuelas la noria de la ciudad. ¿Recuerdas, Dos-kun?~

Volteó su mirada a Nikolai. No sabía explicarlo pero de alguna forma esperaba una mención de sus características juergas nocturnas. Ah, ¿pero que pensaría el ucraniano si supiera q en realidad en la mayoría de las ocasiones llegaba "borracho" a casa para que no le descubriera en algún detalle que tanía para él?

—¿Cómo olvidarlo?. Fue magnífico. Y es que quería comprobar mi teoría de que el sabor del Vodka iba muy bien con un acto terrorista. —dijo con simpleza, como si fuese lo más normal de este universo.

—Jajajaja, Dos-kun, muy gracioso. Pero no me hagas hablar. Conozco todas y cada una de las anécdotas que si salen a la luz harán que pierdan el respeto que te tienen.

Le dirigió una mirada rápida, retandolo.

Si algo que le gustaba más que amarlo era eso, llevarle la contraria.

Era tan divertido.

Soltó una carcajada al recordar una en específico.

—Como aquella vez que llegaste a casa lleno de moratones~ Te molestaste y comenzaste a preguntar cómo te los habías hecho. Te contesté que después de tres botellas de vodka me habías preguntado si tenía pareja, te contesté que sí, y cuando preguntaste al borde de un ataque de ira quién era, te contesté que tú. JAJAJAJA. Esa noche nunca la olvidaré~

Movió su cabeza de un lado a otro, como si de un péndulo se tratase.

Una brisa fría removió su cabellera.

Se percató de que no lo tenía trenzado.

«Así que por esto me siento raro.»

Sonrió y miró a Fyodor, nunca serían suficientes momentos para coquetear con él.

—Ne~ Dos-kun~ cuando lleguemos a casa necesito que me cepilles el cabello.

Sonrió al chico que se encontraba a su lado. Ciertamente aquella ocasión era inolvidable. El dolor también lo sería.

Confiaba en su bufón plenamente para guardar esa lista de razones para pensar que el ruso no tenía algo llamado dignidad bajo 100 llaves de 200 candados.

—Ciertamente es extraño que tu cabello esté libre de tus características trenzas, aunque eso no significa que me desagrade este estilo. ¿Qué se le va a hacer? Ya lo arreglaremos en casa, después de algo en específico.

Miró una vez más hacia adelante, inquieto por la cercanía a su hogar.

Gogol se estaba comportado muy uke esa noche.

Alzó una ceja extrañado por el piropo.

Se sentía bien ser elogiado.

—¿A qué te refier-?

No pudo terminar la pregunta, pues, en ese instante y a solo unos pasos de la entrada de su hogar, su pie se atoró en una rejilla de hierro congelado, haciéndolo caer de espaldas al suelo, sacándole todo el aire.

Sí, era Nikolai Gogol, un bufón, literalmente.

«¿Son estrellas lo que veo o los aliens nos invadieron?»

Fyodor se quedó atónito por segundos ante lo ocurrido. Luego recordó que era él y se le pasó.

Abrió la puerta con su llave. El interior de la casa estaba en penumbras. Nikolai no tenía idea de lo que encontraría en el interior de su actual hogar. Eso le ponía nervioso. ¡Oh, el gran Fyodor Dostoyevski estaba nervioso por la reacción de su pareja ante la sorpresa que estaba a punto de enseñarle, y que le había tomado días, no, semanas pensar, organizar y preparar!

—Espera aquí. Te avisaré cuando puedas entrar Kolya.

Dicho esto se adentró en su morada ante la mirada expectante del ucraniano de blancos cabellos. Unos últimos retoques y todo estaría listo.

¿Que acababa de pasar?

Ah, sí.

Se había partido la madre contra el frío suelo por andar de mente de alcantarilla como siempre y no fijarse en dónde ponía los pies.

Si tropezaban con una pelusa en un piso más plano que la nalga de un chino, y se caía; ¿Qué se podía esperar con uno cubierto de nieve?

Pues eso, nada.

Puro desmadre del payaso esquizofrénico.

Solo en cines.

La reacción de Fyodor no fue para nada sorpresa. La indiferencia era su segundo nombre.

Aún así, de esa forma tan fría lo quería. Cómo aquel que desea una gélida paleta en los días de verano más calurosos.

Así eran.

Opuestos.

Él era el verano y Fyodor el más crudo invierno.

Él, tan cálido pero que podía resultar mortal y odiado; el otro, tan frío y que podía volverse tan hermoso y puro.

Se puso de pie con premura de no volver al suelo.

Caminó unos pasos, vacilando en sí entrar o no en la casa. Podía llevarle la contraria a Dos-kun y entrar, pero eso ocasionaría que el ruso lo usara de violoncello mientras usaba de arco un cuchillo sin filo y oxidado.

Era masoquista, pero no a esos extremos.

Simplemente, se sentó en el primer escalón de las grandes escaleras de mármol.

Simplemente esperaría.

Como había hecho toda su vida.

¿Qué representaba un segundo más?

Yes, it's YOU |☦︎| 𝙱𝚞𝚗𝚐𝚘 𝚂𝚝𝚛𝚊𝚢 𝙳𝚘𝚐𝚜 |☦︎| ©Where stories live. Discover now