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La terrible guerra ocurrida en Hogwarts había llegado a su fin, guerra la cuál dejó heridas que con el tiempo irían cerrando, dejando así una cicatriz que tendría un recuerdo no agradable

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La terrible guerra ocurrida en Hogwarts había llegado a su fin, guerra la cuál dejó heridas que con el tiempo irían cerrando, dejando así una cicatriz que tendría un recuerdo no agradable. Guerra que acabó con la vida de muchos habitantes dejando familias devastadas. Guerra la cuál destruyó todo a su paso, la paz,la calma... ¿pero saben que no destruyó? El amor y el apoyo emocional que se entregaba.


Todo estaba saliendo bien, los estudiantes volvieron al colegio devolviendo así las risas y el color a Hogwarts. Color que había perdido en aquella batalla contra el mundo mágico.


Harry y yo habíamos derrotado al mago más terrorífico de todos los tiempos, Lord Voldemort había caído, para siempre. Haciéndose polvo que con la brisa desaparecía.


Pero este año había algo diferente, el famoso Draco Malfoy ya no era el mismo chico que insultaba y volvía pequeño a todo aquel que se le cruzara por su camino.

Draco Malfoy


¿Quién diría que el chico más arrogante del colegio ahora era un chico solitario, sin amigos y con una mirada vacía que parecía que apagaba a todo aquel que lo mirara directamente a los ojos? Nadie, ¿verdad?


Pero ya no éramos los mismos niños que entraban saltando con sus túnicas puestas junto algún dulce en la mano, atentos al saber a que casa pertenecíamos. No. Ya no éramos niños pequeños que solo querían aprender a hacer algún hechizo.


Habíamos crecido y esta era la realidad


No todo era color de rosas, no siempre tendríamos a alguien que nos ayude en el momento correcto, a veces teníamos que ser nuestro propio escudo. Nuestro propio faro que indicara si algo grande se acercara.

Draco Malfoy, perdido en sus pensamientos, pensando en que era lo que dolía tanto

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Draco Malfoy, perdido en sus pensamientos, pensando en que era lo que dolía tanto. Si la lucha contra Voldemort o la guerra interna que lo atormentaba día tras día, volviéndolo pequeño, roto. Una lucha que lo ahorcaba con sus propias manos, metiendolo en un frasco de vidrio grueso el cual era cerrado por un momento, asfixiandolo en su propia mente.

En el momento exacto en que la fea marca fue colocada en su antebrazo, supo de su mirada de superioridad junto a su sonrisa arrogante que Lucius le obligaba a mostrar, se iría desvaneciendo. Apagando como una débil fogata que con tan solo una pequeña brisa desaparecería. Su pecho pegaba fuerte al sentir como su corazón se rompía en miles de piezas que no podrían ser unidas nuevamente.

Él, Lucius Malfoy.

Su progenitor, quien nunca cumplió el papel de padre que Draco hubiese querido. Lucius lo torturaba con cual mínima excusa de decepción que quisiera.
Pero Draco aguantaba, era fuerte. Siempre siguió al pie de la letra cada orden que le ponía, siempre dió lo mejor de él pero aún así nunca fue suficiente.

Pero esto nadie lo sabía ¿O sí?

No, nadie sabía este parte de la historia.

Malfoy manor nunca pudo llamarse hogar, para Draco solo eran paredes vacías a pesar de estar rodeada de lujos. Muros altos que formaban cientas de habitaciones. Lugar de reunión para mortifagos y el señor oscuro, excelente sitio para vivir.

Desde que el juicio para saber su destino y el de sus padres llegó, supo de ya nada seria igual. Sus rostros en la corte habían salido en todo periódico del mundo mágico, todos sabían por lo que la familia Malfoy estaba pasando, pero no sentían lástima. Al contrario.

Lucius había sido condenado al beso del dementor. Terrible final para cualquier mago o bruja que lo recibiera. Por otro lado, Draco y Narcissa habían sido dados como inocentes ante los hechos. Pero esto no cambiaba en nada. El joven Malfoy sabía lo que le esperaba al llegar a Hogwarts, todo el desprecio que recibiría por parte de los estudiantes. Preferiría quedarse en aquella mansión que lo había visto crecer a tener que volver a un lugar donde no sería recibido.

Pudo sentir como unas manos se posaban en su espalda, haciéndolo perder el equilibrio tras aquel golpe fuerte, aterrizando sobre sus débiles rodillas sintiendo un agudo dolor - Estorbas maldito mortifago.

La mirada vacía del joven de cabellos subios no se despegó del suelo, se mantuvo firme, no quería verlo a la cara y que así viera que lo había lastimado.

- ¿Qué haces todavía aquí? ¿No te das cuentas que nadie quiere verte caminar por estos pasillos después de lo que ayudaste a ocasionar? -

Aguanta Draco, tú puedes soportar esto. Por más que se lo repitiera una y otra vez en la mente, en el fondo sabía que no podía, cada día que pasa podía soportar menos. Se asfixiaba y nadie podía verlo.

Pero Draco pertenecía a la casa de Slytherin, identificada por el orgullo y la astucia, serpientes con colmillos repletos de veneno que no temerían a lanzarle a cualquier animal que los haga sentir inferior. Las serpientes son venenosas por naturaleza, se muestran firmes y esta no era la excepción. El joven de ojos claros posó su mirada perdida al frente, colocándose nuevamente de pie y manteniendo la frente en alto. Dirigiéndose a su nueva habitación de su casa debido a los destrozos que la guerra ocasionó.

No dejaría que lo vieran vulnerable, no se dejaría ver roto ni débil porque él era fuerte ¿no es así?

Esa jodida pregunta inundó sus cansados pensamientos. ¿Realmente era fuerte? Y una y otra, y otra vez. ¿Realmente lo era?

















🥀🥀

𝑃𝐸𝑅𝐷𝑂́𝑁𝐴𝑀𝐸 - terminadaWhere stories live. Discover now