II: Hola, hermano.

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Amelia lo observo, pero se vio obligada a apartar la mirada, se sentía sumamente avergonzada, de la mujer que Liam había conocido ya no quedaba nada, por suerte él parecía más ocupado en su pequeño paquete llorón así que no vio a la chica arriba d...

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Amelia lo observo, pero se vio obligada a apartar la mirada, se sentía sumamente avergonzada, de la mujer que Liam había conocido ya no quedaba nada, por suerte él parecía más ocupado en su pequeño paquete llorón así que no vio a la chica arriba del auto. Amelia casi deja escapar un grito de alivio. Estaba claro que eventualmente se cruzarían, pero ella prefería posponerlo.

—¿Mami? —Henry la trajo de vuelta a la realidad, el pequeño se tallaba los ojos— ¿Ya llegamos?

Al ver a su príncipe, Amelia se olvidó de Liam, bueno no, pero al menos lo desterró de su mente lo suficiente para entrar en modo "mamá"

—Si —Salió del asiento del conductor para abrirle a su hijo—, Bienvenido a Raven Creek —Sonrió un poco nerviosa, viendo a Liam, ahora se cuestionaba si regresar al pueblo era lo correcto.

—¿Está es la casa de los abuelos? ¡Es enorme! —Henry veía su entorno con una expresión maravillada que casi hace llorar a su madre, el parecido con su tío Roland era muy evidente y eso le encantaba a la mujer, pues aún con todo lo que le había tocado presenciar, Henry todavía conservaba esa alegría e ilusión propias de un niño de su edad.

—¿Mía? —La voz de una mujer claramente emocionada sacó a Amelia de sus pensamientos, era una voz conocida, así que se resistió a voltear, sin embargo, sus padres le habían enseñado modales y también sería un mal ejemplo para su hijo si fuera descortés, de modo que se vio obligada a saludar.

—Hola —La joven es cuestión tenia el cabello castaño, era menuda y tenía unos brillantes ojos azules, que ya había visto anteriormente— Has crecido...Katie.

—¡Si eres tú! —Katie, la hermana de Liam, abrazó a Amelia con mucha fuerza, causando una risa en Henry, llamando la atención de la chica más joven—¿ Y este caballerito quien es?

—Es Henry, mi hijo —Katie abrió su boca en una perfecta O, la cerró y soltó un chillido que Amelia estaba segura se escuchó hasta el siguiente pueblo.

—¡Es precioso! —Sin pedir permiso, aprieta las mejillas de Henry, quien voltea a ver a su madre suplicante, pero ella niega con la cabeza—, se parece un montón a ti, tiene los hoyuelos Stone —suspira enamorada.

—Es la novia de tu tío Roland —explica Amelia al ver el rostro confundido de su hijo— O al menos lo estaban intentando cuando me fui.

Katie se sonroja.

—Si, seguimos juntos, seis años ya —Ríe con las mejillas rojas, una reacción común en ella cuando hablaban de Roland.

—Suenan campanas de boda —canturrea Amelia poniendo más roja a Katie, quien dejó a Henry en paz.

—¡No! Digo...es muy pronto y...—Balbucea nerviosa, para luego exclamar— ¡Mira la hora! Prometí hacer la cena hoy, tengo que ir a comprar a las cosas y...¡Adiós! —Se va corriendo mientras mueve la mano en señal de despedida—¡Fue un placer conocerte Henry! ¡Y a ti volverte a ver Mía!

A pesar de la forma atolondrada de irse, Henry tuvo una buena impresión de Katie, le parecía una joven muy divertida y se preguntó si su tío sería igual o sería serio como su madre. Amelia, ajena a los pensamientos de su hijo, suspiró, el encuentro con su pasado parecía ir bien...de momento, ahora solo faltaba entrar a la casa.

—Vamos cariño, esta comenzando a helar aquí —Amelia aseguró el auto antes de tomar a su hijo de la mano y comenzar a caminar por el sendero de piedra hasta el porche. Con cada pisada, su respiración se hacía más irregular, sentía que todo su pasado le golpeaba en toda la cara: La última vez que vio a sus padres había sido un desastre; lágrimas, gritos, maldiciones, todo por defender al tipo que tiempo después le hizo la vida un infierno.

—Mami...—Henry sentía que algo no iba bien con su mamá y le apretó más fuerte la mano, en señal de apoyo.

—Todo está bien, príncipe —Amelia le devolvió el apretón y con más seguridad siguieron caminando hasta tocar el timbre.

El tiempo parecía eterno, tanto que Amelia llegó a pensar que no había nadie en casa o que  sabían que era ella y no le querían abrir, ambas hipótesis fueron desechadas al escuchar el ruido familiar de unos tacones.

—¿Si? —Amelia se quedó callada, no porque se hubiera quedado sin palabras sino que no sabía cómo decirlas en presencia de la mujer que le había dado la vida. Por su parte, la señora Stone solo se le quedaba viendo, cómo si fuera un fantasma; uno con la apariencia de su hija, a quien no veía desde hace mucho tiempo.

Henry volteaba de un lado a otro, viendo las similitudes entre su madre y su abuela; las dos poseían cabello oscuro y ondulado, los mismos ojos cafés y ese porte sofisticado. Ninguna sabía que decir, de modo que el pequeño de seis años decidió presentarse como le estaban enseñando en la escuela.

—¡Hola!, me llamo Henry y tengo seis años —estiro su pequeña mano hacia su abuela. Amelia se mordió el labio mientras que Rebecca Mills luchaba por no soltar lágrimas.

—Le has llamado como tú abuelo —fue lo único que pudo decir Rebecca entre todas las emociones que sentía; su hija, su primogénita había regresado y lo hacía con un pequeño que se parecía tanto a Roland...¡y que tenía el nombre de su padre!

—Si...—respondió Amelia con timidez.

—Hola Henry —respondió su abuela—, yo soy tu nana Becca —dijo entre lágrimas y después titubeó— ¿Me darías un abrazo? —No terminó de preguntar cuando el pequeño ya se había lanzado a sus brazos. Amelia luchaba por no unirse, pero miraba la escena con los ojos empañados ¿De verdad había sido tan tonta como para creer que sus padres iban a odiar a su príncipe? Aún cuando el padre de Henry no era de su agrado.

—¿Mamá? —Confundido, por ver a su madre arrodillada, Roland salió de la casa— ¿Que...? —la pregunta murió en sus labios al ver a Amelia parada a unos escasos metros— ¡Hermana! —tal y como había hecho Henry hace unos momentos con Rebecca, Roland salto a abrazar a su querida hermana, sin importarle nada— ¡estás en casa!

Amelia al principio no pudo reaccionar, pues hacía mucho que no recibía un abrazo tan cálido y sincero, pero una vez que superó la sorpresa inicial, se aferró a Roland como si de ello dependiera su vida.

—He vuelto, hermanito.

—He vuelto, hermanito

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