SETIMO CAPITULO

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Era media mañana cuando Naruto se des­pertó, y se quedó un momento tumbado, solo, en la enorme cama, intentando orientarse. Estaba en casa de Sasuke, en su cama. Él se había levantado hacía horas, antes del alba, despidiéndose con un beso en la frente y la orden de que siguiera dur­miendo. Naruto se desperezó, dándose cuenta al mismo tiempo de que estaba completamente desnudo y de que le dolían todos los músculos del cuerpo. No le apetecía moverse, no quería aban­donar el confortable refugio de las sábanas y las almohadas que todavía olían a Sasuke. El recuerdo del placer que había sentido lo hizo estremecerse, y se removió, inquieto. Él apenas había dormido, ni lo había dejado dormir, hasta que finalmente se levantó para emprender un día normal de trabajo.

Ojalá lo hubiera llevado con él. Se sentía incó­modo con Shizune, la asistenta interna. ¿Qué pensa­ría? Solo se habían visto un momento, porque Sasuke lo había hecho subir al piso de arriba con prisas casi indecentes, pero le había dado la im­presión de ser una mujer fría, altiva y digna. La asistenta no diría nada si aquello le parecía mal, pero daba igual. Naruto lo sabría de todos mo­dos.

Por fin salió de la cama y se duchó, sonriendo, cansado, para sí mismo al comprender que no ten­dría que escatimar agua caliente. El aire acondi­cionado central mantenía la casa agradablemente fresca, otra comodidad de la que había prescin­dido para reducir gastos. Fuera cual fuese su es­tado de ánimo, al menos físicamente allí podría encontrarse a gusto. De repente, le sorprendió pensar que nunca había estado en casa de Sasuke; no sabía qué podía esperar. Quizás otra vieja casa ranchera, como la suya, a pesar de que su padre la había reformado y modernizado completamente por dentro antes de que se mudaran, y era en rea­lidad tan lujosa como la casa en la que Naruto había crecido. Pero la casa de Sasuke era de estilo español, y solo tenía ocho años. Las frescas pare­des de ladrillo, pintadas de color ocre, y los altos techos mantenían el calor a raya, y una colorida hilera de macetas refrescaba el aire. A principio le sorprendieron las plantas, pero luego pensó que sería cosa de Shizune. La casa en forma de U se curvaba en torno a una piscina rodeada por un jardín tan frondoso que parecía un lago selvático. Todas las habitaciones daban a la piscina y al pa­tio.

A Naruto le sorprendió el lujo. Sasuke estaba muy lejos de ser pobre, pero la casa debía de ha­berle costado una fortuna. Él esperaba algo más funcional. Sin embargo, al mismo tiempo, aquel lugar era ciertamente su hogar. La presencia de Sasuke lo permeaba todo, y todo estaba dispuesto a su gusto.

Finalmente, se armó de valor y bajó las escale­ras; si Shizune pensaba mostrarse hostil, sería mejor que lo averiguara cuanto antes.

La disposición de la casa era sencilla, y Naruto encontró la cocina sin contratiempos. Solo tuvo que seguir el olor a café. Cuando entró y Shizune se giró y le miró con un semblante inexpre­sivo, el alma se le cayó a los pies. Entonces, la asistenta puso los brazos en jarras y dijo tranqui­lamente:

-Llevo mucho tiempo diciéndole a Sasuke que ya era hora de que trajera un Doncel a esta casa.

Naruto respiró aliviado, porque se habría sentido muy mal si Shizune lo hubiera mirado con desprecio. Ahora era mucho más sensible a lo que pensara la gente de él que cuando tenía menos años y poseía la arrogancia natural de la juven­tud. La vida se había encargado de doblegar su arrogancia y le había enseñado a no esperar vino y rosas.

El rubor cubrió sus mejillas.

-Anoche, Sasuke no se tomó la molestia de pre­sentarnos. Soy Naruto Namikaze.

-Shizune Kato. ¿Le apetece desayunar? También soy la cocinera.

-Esperaré hasta la comida, gracias. ¿Sasuke viene a comer? -preguntó, azorado.

-Si está trabajando por aquí cerca, sí. ¿Qué tal un café?

-Yo lo prepararé -dijo Naruto rápidamente-. ¿Dónde estás las tazas?

Corazón rotoWhere stories live. Discover now