Capítulo 16 - Obediencia

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—¿Y eso está bien en tu lista de moralidad?—preguntó él tras casi aparecer a su lado.

—No molestes.

—Catrina, no...

—Silencio, ¿quieres despertarlo? — preguntó señalando a un paciente dormido—, vinimos una vez con la escuela a ver el proceso de donación, conozco el lugar en el que tienen la sangre.

—No puedes beber sangre muerta.

—No seas ridículo, no está muerta, la conservan bien. ¡Ha habido mucho cambio en la medicina en los últimos doscientos años, por si no lo sabías! —dijo ella cortante.

Jack se encogió de hombros y sonrió de forma traviesa.
—Si quieres esa sangre, te la consigo. No eres muy discreta, jamás vas a lograr pasar y obtener una sin que te vean.

—¿Y qué me pedirás por ese magnífico detalle? ¿Mi libertad? ¿Me pondrás un collar y una correa?

Jack se acercó a ella y la miró de reojo al tiempo que la pasaba.
—Si tú quieres.

Catrina refunfuñó al tiempo que se ponía roja.  Jack ya no estaba ahí, sino que miraba al paciente.
—YO PUEDO SOLA ¡GRACIAS!

—Bien, pero si te ven y se arma un escándalo, tendré que, tú sabes... —le dijo Jack haciendo un sonido como de clic.

—No, no sé. ¿Qué es ese sonido estúpido?

—Matar a todos —dijo Jack y repitió el sonido moviendo su índice en línea horizontal por su cuello de izquierda a derecha.

Catrina puso cara de pocos amigos.
—¡Ve entonces! —vociferó ella y él asintió.

Durante unos minutos Catrina esperó. El bip-bip-bip del monitor de signos vitales, acompañado de los latidos reales del corazón del joven que se encontraba en la camilla, empezaban a destrozar sus nervios. Se acercó involuntariamente y pasó sus dedos por la mano del chico. Era provocativo, era como tocar el fuego y la vida misma. Puso la palma del paciente en su mejilla. Estaba más caliente de lo normal. Cada pulsación disparaba descargas placenteras desafiando su autocontrol.
La perilla de la puerta giró y Catrina recobró la conciencia a centímetros de morder la mano del chico.

—¿Interrumpo? —dijo Jack burlonamente mientras sostenía en una mano una pequeña hielera—. No querrás arruinarte el hambre.

Catrina arrugó la nariz, le quitó la hielera con los ojos llorosos y saltó por la ventana.

—Toma —dijo ella arrojándole una de las bolsas en cuanto él aterrizó en el suelo. Jack se la devolvió de inmediato.

—No gracias. Disfrútalo.

—Eso haré —Catrina hizo una sonrisa torcida, mordió la bolsa y empezó a beber con desesperación.
No fue tan malo, romper plástico no era lo mismo que romper piel, pero funcionaba. La sangre pasó por los agujeros. Fue una textura extraña. Como si se pegara.

La sangre fría entumeció su lengua y circuló anormalmente espesa hasta su garganta, raspando cual navaja cada tejido que tocaba. Catrina tiró de inmediato la bolsa y se agarró el cuello con fuerza, intentando evitar que aquel líquido ponzoñoso siguiera su curso, pero había tragado con rapidez.

Jadeó de rodillas en el piso, su cuerpo intentaba vomitar, pero solo había espasmos, no salía nada. Sus tejidos empezaban a explotar, le sangraba la nariz, la sangre escurría de sus ojos y oídos, nublando su vista y opacando el sonido de la noche. Las manos se le hinchaban y llenaban de pústulas.

—Entonces, cariño. Preguntaré de nuevo — dijo Jack acercándose con paso lento—, ¿darás tu obediencia a cambio de la solución a tu problema? Se ve que en estos momentos te hace mucha falta, la sangre que no está fresca puede matarte, ¿no te lo mencioné?

Catrina apenas tuvo la fuerza para alzar el cuello temblando y retarlo.
—Entonces que así... sea, nos vemos... en el infierno —jadeó ella con una sonrisa orgullosa antes de que su vista colapsara. Cada fracción de su cuerpo se helaba y solidificaba.
Pero entonces algo pasó por sus labios, un alivio delirante derretía cada cristal helado de su cuerpo, el toque destructivo ahora era un cosquilleo embriagante.

Se encontraba completamente extasiada, la cabeza le daba vueltas, la sensación cálida era indescriptible. Nada fuera de aquel ángel de ojos azules tenía sentido.

Cuerpos colgaban de cadenas, unos labios rojos sonreían y una risa retumbaba en su mente.

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𝓒𝐚𝖙𝗿ǐղ𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora