—Ese es mi lado de la cama —apareció Lena por su espalda y Kara arqueó la ceja porque notó cierta hostilidad en sus palabras.

Se volteó para enfrentarla, pero lo único que consiguió era tener la boca abierta con ese pijama camisón totalmente tentador. Ambas contuvieron la respiración porque Kara también iba enseñando músculos con esos pantalones cortos y top de tirantes, cosa que le encantaba a la pelinegra.

—Eres exigente hasta con el lado del colchón —habló la rubia segundos más tarde después de despertar a su cerebro cuando observó a la pelinegra cruzarse de brazos. Soltó aquella broma intentando no pensar que había tensión en el ambiente entre que se levantaba y Lena suspiró sentándose en el lado exigido.

—Sí —asintió sin más y luego miró a la rubia que iba a caminar hacia su lado de la cama—. Y, por cierto, no quiero que me abraces, ni te acerques, ni caricias, ni me mimes porque te sientas sola o cualquier otra cosa —puntualizó seriamente haciendo que Kara se detuviera y frunciese el ceño.

¿A qué venía esa actitud tan de repente? ¿Cómo si hubieran vuelto al principio de todo? Pero la rubia no llegó demasiado lejos al adivinarlo: por eso había tardado en el baño. Y, en efecto, Lena no se lo iba a poner tan fácil, recordando una y otra vez sus palabras. Kara, sin embargo, se sentó a su lado de nuevo y Lena arrugó la frente

—¿Acaso estás sorda? —preguntó la pelinegra irritada—. Este es mi lado de la cama. Es mi espacio personal —aclaró de mala manera, pero la rubia se tumbó estirando sus brazos y piernas.

—Te he oído.

—Pues entonces levántate y mueve tu culo hacia tu lado.

—¿Sabes qué, Lena? —se sentó de nuevo y la miró con media sonrisa—. El veinte por ciento de toda la población mundial tienen hoyuelos.

—¿Y eso a qué viene? —frunció el ceño sin comprender haciendo reír a la rubia.

—Que estaría bien que los lucieras siempre porque, a pesar de que lo definen como un defecto, pienso que es un privilegio y te hace sentir única.

—¿Acabas de piropearme de algún modo y no me he enterado? —preguntó la pelinegra entrecerrando los ojos.

—Piropearte es decirte directamente que tienes una sonrisa preciosa —engatusó mordiéndose el labio, apartando la mirada para hacerse la interesante, como si le diera vergüenza decirlo.

—¿Kara? ¿Me estás tirando los tejos? —preguntó incrédula y la rubia la miró mientras reía.

—Desde que entramos por la puerta del bar. Gracias por darte cuenta.

—Dijiste que ibas a parar con esas bromas —suspiró volteando los ojos y cogió el libro de la mesa de noche.

—No lo es. A decir verdad, tú...

—Kara, para ya —interrumpió tensando la mandíbula y la rubia la miró.

Dios, esa mirada que volvía a matarla. Esa mirada que hacía algo de tiempo que no veía. Esa de una mujer fría y cruel.

No entendía que estaba pasando, por qué se le estaba yendo de las manos si todo iba bien, intentando ser amable y sincera, diciendo lo que realmente pensaba. ¿Por qué ahora la estaba tratando así cuando tuvo toda la semana para hacerlo y más este día? ¿Se dio cuenta de sus intenciones? Imposible, si no se lo hubiera dicho directamente desde el principio porque no se andaría con rodeos.

¿Fue estando en el baño que llegó a una conclusión que todavía no sabía de qué se trataba y por eso había cambiado de actitud? ¿Había algo que hizo que reflexionara para convertirse en esa mujer despiadada de nuevo? Se estaba comiendo mucho la cabeza, pero, a pesar de eso, no se iba a rendir.

Se nos da bien odiarnos | Supercorp (Kara G¡P)Where stories live. Discover now