-Grandes ilusiones-

19.3K 1.8K 181
                                    

Milay escuchó la puerta abrirse y despegó su mirada de la ventana solo para encontrarse con los irritados ojos de Enzo que la miraban fijamente. Su corazón dio un brinco dentro de su pecho y, aunque estaba dolida, no pudo evitar que una gran sonrisa se propagara por su rostro. 

—Enzo —susurró incorporándose de la cama. A pesar de que ya tenía más de un día despierta, el doctor Reyes quería asegurarse de que sus exámenes salieran bien y así poder dejarla ir con la seguridad de que ya no habría mas complicaciones. Milay había aceptado fácilmente por una sencilla razón: Ahora no sabía si tenía un lugar donde quedarse. Antes había vivido con Enzo, ¿pero ahora? No sabía nada de él. No sabía si la seguía esperando, si había seguido adelante con su vida y había encontrado a alguien más.

Tres años era mucho tiempo, pero a la vez no era suficiente. Ella no hubiera podido olvidarlo en un periodo tan corto ni aunque quisiera, pero no podía asegurarlo. A veces uno no sabe que resoluciones tomaría en cierta situación hasta que esta se le presenta, y en ocasiones uno termina tomando decisiones que creyó que jamás tomaría. 

Cuando él dio dos pasos dentro de la habitación, ella pudo visualizar el remolino de sensaciones contradictorias que estaban pasando por sus ojos. Esperanza, alivio, miedo y... dolor. Se veía mayor, como si esos tres años hubieran sido diez para él. Podía ver como sus ojos estaban algo apagados, hundidos; diminutas líneas de expresión rodeándolos. Se veía cansado, como si hubiera soportado un peso demasiado grande durante ese tiempo. Fatigado, triste, débil, palabras que nunca habría utilizado para describirlo en otra situación.

Milay estaba incrédula. Apenas ayer lo había visto rebosante de felicidad, y ahora parecía otro hombre. Pero no había pasado solo un día, habían pasado más de mil; ella había estado en coma y Enzo había sufrido su ausencia, se notaba en su semblante sombrío.

—¿Mil? —preguntó Enzo en una exhalación—. Oh por Dios, Mil. Estás despierta —Enzo rió y unas cuantas de lágrimas botaron por las comisuras de sus ojos cuando se apresuro hacia donde ella estaba recostada. Un par de pasos más tarde la estrechaba fuertemente entre sus brazos y dejaba salir sollozos entrecortados sin pena ni pudor—. De verdad, despertaste. Gracias, Dios. Gracias —seguía susurrando en su cabello con su voz entrecortada, sollozante y llena de doloroso alivio. Milay no pudo contenerse y también lo abrazó. Fuerte.

Aunque para ella solo habían pasado horas desde la última vez que lo vio, debía recordar que no era así para Enzo. Se quedaron de esa manera, abrazados, unidos en un enlace tan estrecho que apenas y un soplo de aire cabía entre ellos. Él acariciaba su cabello y besaba su sien, mientras que ella solo se quedaba ahí escuchando los tranquilizantes latidos de su corazón.

Solo un instante pasó antes de que Enzo se hiciera para atrás y se limpiara las mejillas con el dorso de la mano, su semblante avergonzado por la manera en que reaccionó al verla despierta. Pero es que era ella, su Milay vivita y coleando. El milagro por el que había estado pidiendo se le cumplió y eso lo alegraba sobremanera a pesar de que ahora estuviera con Rosy.

«Rosy.»

Solo pensar en ella hizo que su rostro cambiara, algo que Milay notó pero dejó pasar aunque se preguntaba qué era lo que lo había hecho palidecer de esa manera. Enzo estiró su mano ajeno a lo que Milay imaginaba y acomodó un rizo castaño tras su oreja, causando así que ella sonriera e iluminara su vida otra vez. Dejó su mano en su mejilla y permitió que el calor de su piel lo reconfortara, dejo que lo hiciera sentir vivo de nuevo.

Si Rosela era como un rayo de luz en su vida, Milay era el sol que lo calentaba e iluminaba todo a su alrededor. Si Rosy era un vaso con agua en un día caluroso, Mil era una lluvia justo en medio de una sequía. Él siempre lo había sabido, pero ahora ahí, cara a cara con Milay, no podía evitar darse cuenta de que nunca, ni siquiera en otra vida, podría ser capaz de encontrar a alguien que ocupara su lugar. Nunca. Milay era única.

Y era suya. ¿O no?

—Hola —le susurró ella con su dulce voz tímida y cantarina, sus ojos brillando con amor. El corazón de Enzo se contrajo dolorosamente dentro de su pecho y tuvo que tomar una profunda inhalación para no soltarse llorando de nuevo—. Dime algo —suplicó la pequeña voz de Mil, aterrada por su silencio.

—Aún estoy tratando de cerciorarme de que esto no sea un sueño —exhaló. Sus ojos vagaron por el fino rostro de la mujer delante de él bebiendo de cada uno de sus detalles, imprimiendo todo de nuevo en su mente. Se sintió la peor basura del mundo por no haber esperado por ella, y ahora tendría que romperle el corazón a alguien más y a él mismo un poco.

Mentiría si dijera que no sentía nada por Rosy, porque lo cierto era que si la amaba, pero nada tan grande como lo que sentía por la castaña frente a él. Nada jamás se asemejaría a lo que sentía por ella.

—¿Eso quiere decir que me extrañaste? —lo cuestionó Milay. Quería saber todo lo que había hecho en su ausencia, pero tenía miedo de preguntar. ¿Otra mujer? Era algo que la rompería en pedazos. Así que lo mejor era estar en la ignorancia, por ahora ¿no? Tal vez luego preguntaría.

El gesto de Enzo se enserió y sus ojos buscaron los de ella.

—Casi he muerto, Milay. He vivido sin realmente vivir durante este tiempo sin ti. —Era verdad. Había sido un zombie vagando sin rumbo, ninguna parte se sentía como casa, ni siquiera su propio lugar. Pero ahora, con Milay ahí entre sus brazos, estaba en casa de nuevo; volvía a respirar con facilidad.

 —Llévame a casa, Enzo —le pidió ella. Enzo le sonrió con ternura y un amor infinito, inmortal; un sentimiento que jamás nada ni nadie podría apagar, ni siquiera el amor que sentía por Rosy.



Momentos contigo ✔ [2015]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt