Capítulo XXXII

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Del origen de los juegos escénicos

Con todo, sabed los que ignoráis, y advertid los que disimuláis no saberlo y murmuráis contra el que os vino a librar de vuestra esclavitud, que los juegos escénicos, espectáculos de torpezas y vivo retrato de la humana vanidad, se instituyeron primeramente en Roma, no por los vicios de los hombres, sino por mandato de vuestros dioses. Ciertamente fuera más tolerable que dieseis honor y culto divino a aquel esclarecido Escipión, que no el que adoraseis semejantes dioses, cuando éstos no eran mejores que su pontífice. Advertid y escuchad, si el juicio, trastornado tiempo ha con los errores que ha bebido en el maternal pecho, os deja considerar algún punto que sea conforme a razón. Los dioses, para aplacar la pestilencia de los cuerpos, mandaron que se les hiciesen los juegos escénicos; y vuestro pontífice, porque se preservasen de la infección de los ánimos, estorbó el que se edificase el teatro. Si os quedó en el entendimiento alguna luz con que conozcáis, podéis preferir el ánimo al cuerpo; elegid a quien habéis de adorar. Aquella decantada pestilencia de los cadáveres no cesó tampoco entonces, a pesar de observar fielmente las fiestas prescritas; por cuanto en un pueblo belicoso y acostumbrado de antemano a solos los juegos circenses, no sólo se introdujeron la delicadeza y la lascivia de los juegos escénicos, sino que, observando la perspicaz astucia de los malignos espíritus que aquel contagio, había de cesar, llegado su total complemento, procuró con esta ocasión enviarles otro mucho más grave (que es la, que principalmente les agrada), no en los cuerpos, sino en las costumbres, el cual cegó con tan oscuras tinieblas los ánimos de los miserables y los estragó con tan reiteradas torpezas, que, aún al presente (que será quizá increíble si viniere a noticia de nuestros descendientes), después de destruida Roma, los que estaban atacados de aquella enfermedad contagiosa, y huyendo de ella pudieron llegar a Cartago, cada día concurren a porfía a los teatros, por el ansia y desatino de ver estos juegos.

La ciudad de Dios: Libro IWhere stories live. Discover now