Capítulo XIII

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 De la forma que tienen los Santos en sepultar los cuerpos

No obstante lo que llevamos expuesto, decimos que no se deben menospreciar, ni arrojarse los cadáveres de los difuntos, especialmente los de los justos y fieles, de quienes se ha servido el, Espíritu Santo «como de unos vasos de elección e instrumentos para todas las obras buenas»; porque si los vestidos, anillos y otras alhajas de los padres, las estiman sobremanera sus hijos cuanto es mayor el respeto y afecto que les tuvieron, así también deben ser apreciados los propios cuerpos que les son aún más familiares y aún más inmediatos que ningún género de vestidura; pues éstas no son cosas que nos sirven para el adorno o defensa que exteriormente nos ponemos, sino que son parte de la misma naturaleza. Y así, vemos que los entierros de los antiguos justos se hicieron en su tiempo con mucha piedad, y que se celebraron sus exequias, y se proveyeron de sepultura, encargando en vida a sus hijos el modo con que debían sepultar o trasladar sus cuerpos. Tobías es celebrado por testimonio de un ángel de haber alcanzado la gracia y amistad de Dios ejercitando su piedad de enterrar los muertos. El mismo Señor, habiendo de resucitar al tercero día, celebró la buena obra de María Magdalena, y encargó se celebrase el haber derramado el ungüento precioso sobre Su Majestad, porque lo hizo para sepultarle; y en el Evangelio, hace honorífica mención San Juan de José de Arimatea y Nicodemus, que, bajaron de la cruz el santo cuerpo de Jesucristo, y procuraron con diligencia y reverencia amortajarle y enterrarle; sin embargo, no hemos de entender que las autoridades alegadas pretenden enseñar que hay algún sentido en los cuerpos muertos; por el contrario, nos significan que los, cuerpos de los muertos están, como todas las cosas, bajo la providencia de Dios, a quien agradan semejantes oficios de piedad, para confirmar la fe de la resurrección. Donde también aprendemos para nuestra salud cuán grande puede ser el premio y remuneración de las limosnas que distribuimos entre los vivos indigentes, pues a Dios no se le pasa por alto ni aun el pequeño oficio de sepultar los difuntos, que ejercemos con caridad y rectitud de ánimo, nos ha de proporcionar una recompensa muy superior a nuestro mérito. También debemos observar que cuanto ordenaron los santos Patriarcas sobre los enterramientos o traslaciones de los cuerpos quisieron lo tuviésemos presente como enunciado con espíritu profético; mas no hay causa para que nos detengamos en este punto; basta, pues, lo que va insinuado, y si las cosas que en este mundo son indispensables para sustentarse los vivos, como son comer y vestir, aunque nos falten con grave dolor nuestro, con todo, no disminuyen en los buenos la virtud de la paciencia ni destierran del corazón la piedad y religión, antes si, ejercitándola, la alientan y fecundizan en tanto grado; por lo mismo, las cosas precisas para los entierros y sepulturas de los difuntos, aun cuando faltasen, no harán míseros ni indigentes a los que están ya descansando en las moradas de los justos; y así cuando en el saco de Roma echaron de menos este beneficio los cuerpos cristianos, no fue culpa de los vivos, pues no pudieron ejecutar libremente esta obra piadosa, ni pena de los muertos, porque ya no podían sentirla.

La ciudad de Dios: Libro IWhere stories live. Discover now