Capítulo 25: Asesino de identidad

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Eva estaba en su oficina saboreando el amargo gusto de la llamada que había recibido momentos antes.

–Suspenda mis reuniones y no me pase llamadas por favor.

La secretaria entendió su tono glacial y decidió no hacer ninguna pregunta; pensó en Adán, pero al instante desechó la idea, porque era imposible hablar con él de asuntos como ese. Su relación era perfecta, no podía simplemente decirle que había un demente persiguiéndola, no si existía detrás todo el resto de la historia. No, ese era un problema que tenía que resolver sola, y tan  rápido como fuera posible, porque si ese hombre estaba tras sus pasos y había conseguido localizarla después de tanto tiempo, cualquier paso en falso sería fatal para sus planes; eso explicaba que hubieran estado espiándola y su enviado no pudiera dar con el origen de esos hechos; tenía que cortar el problema de raíz.  Marcó un número en la extensión del teléfono de su oficina.

–Buenas tardes.

–Necesito hablar con usted. Esta tarde.

–Dígame la hora y el lugar señorita.

–En el estacionamiento del centro comercial Altamira, a las siete, lo volveré a llamar cuando este allí.

–Comprendido.

Cortó y salió rápidamente de su oficina. Alrededor de media hora  después ya estaba de regreso y llamando a Adán desde su nuevo número.

–Hola.

–Soy yo.

– ¿Qué ocurre? –preguntó la voz de Adán– tu teléfono está fuera de servicio.

–Bórralo, ahora tengo esta nueva línea.

Adán comprendió de inmediato el tono de su voz y supo que no era momento de hacer preguntas.

–De acuerdo. Hablamos después.

–Muy bien. Nos vemos.

Cortó y se comunicó con su secretaria para retomar sus funciones momentáneamente.

En tanto, Adán  estaba viajando a toda velocidad por la carretera; aun no podía quitarse las imágenes de la cabeza, y se sentía vulnerable, un estado que además de desagradarle era poco usual en él. No quería contacto con nadie por el momento, necesitaba hacer algo antes, y sobre todo recuperar la serenidad y el aplomo que le eran característicos, o de lo contrario se encontraría en una encrucijada más. Sabía que el asunto de Samuel no era una molestia solamente, y como tal, tenía que encargarse seriamente, más aún si con solo hablarle le había causado esa tormenta de sensaciones. Después de algunos minutos de viaje a toda velocidad, Adán llegó hasta una zona de bosque denso, y tomó un desvío rural que lo internó entre caminos invisibles circundados de árboles, solo mirando al frente, recorriendo una vez más un territorio que esperaba nunca tener que volver a visitar; el sol de la tarde hacía cálido el ambiente, a veces sofocante igual que dos décadas atrás.

Detuvo el automóvil en la parte en donde sabía que ya no podía continuar sobre ruedas, y siguió caminando con la misma seguridad que cuando tenía seis años, sabiendo que ahí estaba la pared de árboles centenarios que lo había cobijado en su huida tantas veces, como testigo presencial del secreto que era su fantasma, y en ocasiones como esa, su tortura. Sabía bien por dónde ir, no se dejó engañar por la tupida vista que había y siguió avanzando, recordando las piedras y las raíces que no eran suyas pero a la vez seguían persiguiéndolo. Después de unos minutos de caminata superó la pared de árboles y quedó enfrentado a un acantilado, desde el que se podía ver, alrededor de cincuenta metros más abajo, el cauce de un río; entonces se quedó inmóvil, recordándose a sí mismo, casi en ese mismo sitio, mirando a lo lejos a esa familia a la que quería pertenecer, a esos padres y su hijo, sabiendo quizás inconscientemente que podía conseguir ser parte de la familia, que ya había comenzado el proceso haciéndose amigo secreto de él, pensando cada cosa, tomando nota mental de cada hecho y cada juego, a cada momento. Y así fue como ese día presenció la subida repentina del rio, confirmando una especie de mito popular que decía que el río era traicionero, y volvió a ver a las tormentosas aguas salir de la nada, sorprendiendo a la familia que reposaba sin preocupaciones, y vio como el agua arrastró al niño a toda velocidad, y en seguida a los padres a su cauce, sin compasión por la felicidad de ninguno de ellos. Se recordó corriendo por el borde del acantilado, viendo impotente como el agua se llevaba al pequeño, y como el padre luchaba con todas sus fuerzas para salvar aunque fuera a la madre; ella parecía aturdida, pero el hombre era grande y fuerte, no se dio por vencido, y en un momento estuvo cerca de conseguirlo, se sujetó de una rama con una mano y contuvo a su esposa con la otra, luchando con toda su fuerza por evitar el arrastre, pero sin poder evitar una nueva traición del rio que soltó algunos pedruscos del borde. Trató de evitarlo, pero le fue imposible, al final se soltó y  también fue arrastrado a su suerte, directo a una muerte segura. Y él los había estado viendo, era el único testigo de la tragedia, pero no se tardaría en saber, en algún momento el rio se tranquilizaría y arrojaría los cuerpos en alguna parte. No supo muy bien por qué, pero corrió de  regreso, rehízo el camino a toda velocidad rumbo a la finca del matrimonio, y por primera vez entró en la casa, descubriendo la realidad de la que solo sabía hasta entonces por palabras de su amigo; ahí habían cosas hermosas y costosas, había dinero, comodidad, algo que hasta ese momento se le había negado por completo en ese sitio inmundo del que procedía. Recorrió frenéticamente las habitaciones, cada una de ellas, y con pasión tomó las fotos que encontró de la familia, pero eran muy pocas, tal vez una decena, posiblemente porque en un sitio alejado como ese no se conseguía fotógrafos con facilidad y algunos beneficios de la tecnología como las cámaras fotográficas eran prescindibles. Esas fotos eran la única prueba, así que las tomó todas y las destruyó, reduciéndolas a trozos diminutos de papel imposibles de identificar, los que después quemó con un encendedor. Había perdido la oportunidad de conseguir todo eso y a esa familia, pero no quería perder esa casa ni esa vida, y solo entonces su mente infantil creó la idea; no habían testigos, así que volvió a correr rumbo al río, encontró la zona que había sido asolada por el caudal y se quedó ahí, aguantando el hambre y las ansias, esperando. Esa jornada pasó, y por primera vez no volvió al orfanato, se quedó a la intemperie, soportando el frio y la oscuridad, hasta que llegó el momento tan esperado, cuando un grupo de policías llegó al  lugar y lo encontraron; lo llevaron a una unidad, le dieron comida y abrigo, y fueron muy  ciudadosos con el trato, pero al principio no sabía que era lo que estaba sucediendo, hasta que confirmó lo que de vista tenía supuesto: el cadáver del hijo del matrimonio nunca apareció, de modo que fue muy sencillo dejar que creyeran que él era el hijo, sobretodo porque ya conocía la casa y sabía todas las historias de memoria. Nunca lo había tenido tan claro, pero ahora que era un adulto lo sabía bien; físicamente había muerto una persona, pero en realidad, a quien había asesinado era a sí mismo, arrojando por el río su pasado y su identidad, dejando que las aguas destruyeran todo lo que había sido antes. Una vez  más, de frente al acantilado, Adán volvió a ser él mismo, y decidió cerrar el ciclo que secretamente había dejado abierto sin medir las consecuencias; él era Adán Valdovinos, habían pasado demasiados años como para volver atrás, ese río traicionero se llevó el cuerpo como si se lo llevara a él  en una vida anterior y así era, esa era la única verdad, así que no permitiría que nadie interviniera en su camino, no dejaría que los fantasmas revivieran, mucho menos que una persona amenazara su futuro y sus planes. La vida que tuvo antes de ser quien era estaba sepultada, y se quedaría ahí a costa de cualquier cosa. Tenía que deshacerse de Samuel.

La traición de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora