Un fleco corto, pero grave.
Ahora era yo el que debería poner el broche final a la historia. Paz lo había puesto fácil: el hombre tiene una vida plena, conoce al final de su vida a una mujer buena que le comprende, pero sufre una tragedia imposible y desaparece. Y luego, como por arte de magia, se encuentra con esa mujer de la forma más inocente, y todo se arregla. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Pero hay un fleco suelto, un fleco muy grande: Rabadán no se acuerda de nada. No se puede acordar de nada. Le falta cerebro. Allí donde estaba almacenado todo lo que vivió durante los primeros setenta años de su vida ya no hay nada. Este hombre ya no es Rabadán: es Alessandro. Rabadán sólo hablaba español y algo de inglés. A Alessandro hay que traducirle todo al italiano, su idioma materno.
Difícil tesitura, ¿verdad? La palabra “Fin” (o “Fine”) sería la muerte de nuestra novela: un texto ramplón, incoherente, lastimoso, como los que acostumbramos a padecer de todos aquellos que se creen que contar una historia es juntar palabras.
Por lo tanto, tras muchas deliberaciones y discusiones conmigo mismo, decidí presentar lo siguiente un día después de recibir el capítulo de Paz:
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Un proyecto singular.
ActionEsta novela presenta una obra dentro de otra obra. Es un recurso que hemos visto en el teatro muchas veces, desde el siglo 16, al menos, y modernamente en el cine, pero no es un recurso que haya inventado yo en la novela, pues en la primera de la qu...