Capítulo 7: Amanece más temprano.

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Capítulo 7: Amanece más tremprano.

El barco había dejado el puerto de Barcelona a las siete de la tarde. Apoyados en la barandilla de la cubierta principal iban un padre y dos hijos. Entre los tres sumaban ciento cincuenta años.

 —Tu gran aventura, padre—, dijo Félix, el mayor de los dos.

 —¿No te da miedo el barco?—, le preguntó el segundo, Jaime, dos años menor que Félix.

 —Aún es pronto para saberlo, hijo—, dijo el hombre mayor. —Este barco todavía no se mueve.

 —Dicen que no se mueve nada en la clase de mar que nos vamos a encontrar, padre—, continuó Jaime. —Es un barco muy grande, con catorce cubiertas o pisos, y profundamente clavado en el mar. Toda una ciudad. Es un barco muy seguro.

 El barco salió, majestuoso, a mar abierto, y parecía darle la razón a Jaime: no se percibía movimiento de balanceo o cabeceo en absoluto. “Mejor así”, se dijo Rabadán, pues permanecerían en él durante las próximas dos semanas visitando algunas de las ciudades que siempre despertaron algún interés en él: Niza, Roma, Nápoles, Atenas, Túnez, Orán, Alicante y de vuelta a Barcelona.

 Durante el viaje, Rabadán conoció a Pilar. Era una camarera que servía en el comedor de primera clase. Ella tenía un gracejo natural que le hacía conectar con la gente mayor.

 —¿Un poquito más de sopa, abuelo?—, le dijo el primer día, cuando estaba solo en el comedor, pues por lo visto los demás tenían mucho que hacer en otro lado. Rabadán siempre había sido muy puntual para todo. Sobre todo a la hora de comer. Tampoco sus hijos habían subido de su camarote.

 —Sí, por favor, joven—, dijo acercándole el plato.

 La camarera aparentaba unos treinta años de edad, si bien tenía cinco más.

 —¿Viaja usted solo, señor?

 —No..., ¿cómo te llamas?—, preguntó él de pronto. —Me gusta saber con quién hablo— dijo a modo de explicación, ante la cara de extrañeza de la camarera. Ya la gente no se presenta: la mala educación está tan extendida, sobre todo entre los jóvenes, que preguntarle el nombre a un extraño se puede llegar a considerar una invasión de la intimidad. Rabadán era consciente de eso cuando le preguntó el nombre a esa bella bella camarera que tan bien le cayó nada más verla.

 Por suerte para él, a ella también le cayó bien este “abuelo” de palabra tan audaz y asertiva que le miraba directamente a los ojos y parecía que le acariciaba con la mirada.

 —Pilar.

 —Encantado de conocerte, Pilar. Sí, échame un poco más de caldo, Pilar, me hará bien. Tú serás nuestra camarera el resto del viaje, ¿verdad?

 —Si, claro. Si viene usted al primer turno siempre, aquí me verá, en esta mesa. A su servicio, señor...

 —Rabadán. Me llamo José, pero toda mi vida me han llamado Rabadán, hasta mis dos esposas, pues les era más íntimo y singular el apellido que mi nombre...

 —Parece usted un hombre de mundo, Rabadán.

 —No creas: toda mi vida no he sido más que un triste auxiliar administrativo.

 —¿Seguro? ¿No estaba usted cara al público?

 —No exactamente. Hablaba con clientes por teléfono.

 —Pues yo no hablo con ellos por teléfono, pero ya me gustaría.

 —A mí me gusta hablar contigo, Pilar. Eres inteligente.

Un proyecto singular.Where stories live. Discover now