Carta a una adolescente fea, bajita y gorda

1.3K 5 4
                                    

Carta a una adolescente fea, bajita y gorda.

 Te he visto bajar la vista al cruzarnos por la calle, muchacha. Ibas pensativa y me viste, bajaste la cabeza, luego te miraste en un escaparate y te ajustaste la camisa y la falda. Luego me miraste de soslayo, y seguiste tu camino, nerviosa.

 Yo te había visto fugazmente, pero fue al pararte ante el escaparate cuando reparé en ti, en tu mirada tan triste. Y en tus grasas, en tus tetas gordas, en tus cartucheras, en tu andar sin gracia, pues ya no te quité la vista de encima.

 Sé que tu vida no es fácil. Sé que no te estimas mucho. Sé que te gustaría ser más delgada, más alta, más atractiva, más simpática, más bonita, y más rica. Lo sé.

 Yo soy un tío simpático, duro, dicen que atractivo y guapo. Y no me falta el dinero. Seguramente porque cuando tenía tus años, jovencita, no me planteé si era gordo o guapo, o simpático. Porque estaba muy ocupado trabajando muy duro... Poco a poco, con mucho esfuerzo y algo de hambre, he conseguido abrirme camino en la vida, he desempeñado muchos oficios, y ahora ya llevo algunos años recogiendo el fruto de mi esfuerzo. Hora es ya, pues, de buscar una muchacha buena que me quiera lo suficiente para formar una familia conmigo..., y con lo que venga, claro.

 Desgraciadamente, mi joven amiga, no va a ser posible. Mis dolores de cabeza parece ser que se deben a un tumor que tengo en el cerebro y que acabará conmigo en unos meses, como mucho. No se puede operar. Es maligno; o sea, malo. De esta no salgo.

 Por eso me dedico a pasearme por la ciudad, para despedirme de todo lo que he querido sin saberlo, porque estaba demasiado ocupado con mi trabajo para notarlo. Pero ahora lo he descubierto.

 Te he seguido, sí. Sé que te llamas Herminia. Es un nombre muy bonito. También sé que te ganabas la vida como empleada de hogar, pero que ahora estás en paro. También sé, y tú lo sabes también, que con gusto me cambiaría por ti ahora mismo, si fuese posible. Pero tú no vas a querer. Sin embargo, hay algo que podemos hacer: te voy a regalar mi vida, Herminia.

 Cuando yo me haya ido, mi abogado te visitará y te entregará esta carta. También te entregará los títulos de propiedad de mi piso en la ciudad y de mi casa en el campo. También te entregará los diez millones de euros que he conseguido reunir en mi vida de trabajador y negociante, a costa de no tener tiempo para construir y atender a una familia, mi familia. Sólo una cosa te pido a cambio, Herminia: no pierdas el tiempo, como yo lo he perdido. Cuando esta carta te llegue yo ya estaré muerto. Espero que vengas a verme al cementerio alguna vez. Pero, sobre todo, constrúyeme un monumento: tu vida plena vivida, una vida feliz para ti y para los demás, para los que te rodeen.

 Puedes rechazar este trato, claro. Pero si lo aceptas, te estaré vigilando. Desde el Cielo, o, más probablemente, desde el Infierno.

 Atentamente,

                       Roberto.

Escucha mi contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora