Incidente marítimo.

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Incidente martítimo

1972

Me gustaba mirar el mar. El mar me traía buenos recuerdos. Cada vez que llegaba allí, al extremo del puerto, donde estaba el faro, me acordaba de cuando volvía de Inglaterra, hacía muchos años. En el "Monte Ulía". Allí había conocido a Wendy.

Wendy era rubia, alta, guapa, bien formada. Viajaba buscando a su príncipe azul. Había estado ahorrando dos años para hacer ese crucero, y ansiaba conocer gente, gente de más categoría que los merluzos que conocía en su trabajo, un pub de las afueras de Colchester. Había tenido un par de novios, un militar y un repartidor de periódicos. No le decían mucho. Ella ansiaba casarse con un hombre culto, a ser posible que tuviese una o dos carreras, de esos que podían permitirse hacer un crucero para pasar el rato. Gente podrida de dinero, que no sabe qué hacer ya para que sus días sean un poco diferentes. A uno de ellos ella podría aportarle mucho, pues aparte de guapa y buena, era muy ocurrente. No, no tenía estudios, pero eso no era culpa de ella. Desde muy pequeña se había tenido que poner a trabajar. Los libros que había estudiado antes de eso le habían parecido difíciles de comprender, y trabajosos de recordar. Por eso sus padres no se sacrificaron para que la niña estudiase. Su padre era chapista y trabajaba en una empresa local. Su madre era camarera y tampoco ganaba mucho. Se habían sacrificado por pagarle los estudios a su hermana, Kath, en la universidad, porque se había empeñado en estudiar y sacaba muy buenas notas. Y les había dado el tostón durante años para ir a la universidad. Ellos pensaban que era injusto que Wendy no fuera y Kath sí. Pero habían visto que la primera no quería estudiar, que no estudiaría aunque la mataran por no hacerlo, y que la segunda se mataba a estudiar. "Sería una pena que no siguiera los estudios", les habían dicho todos sus profesores a los padres de las niñas. "Estudiar es aburrido, no tiene fuste", había dicho Wendy. Concluyeron sus padres que si sólo Kath estudiaba, cada una de sus hijas haría lo que quería. Los padres se divorciaron, pero el nuevo marido de su madre pensaba que Kath sería una buena estudiante, y contribuyó algo a lo que los padres de la niña ya ponían.

Y allí estaba Wendy, alta, guapa, rubia, con piel blanca y fina. Y allí estaba yo: me volvía a España en aquel barco porque era más barato que el avión. Lo había cogido en Londres, en una tarde especialmente soleada y cálida para ser Inglaterra. Estaba acodado en la cubierta, mirando la ribera de estribor del Támesis, cuando la vi.

"Beautiful, isn't it?", le dije señalando con la barbilla hacia el río.

"Indeed", me dijo. No le dije lo que estaba pensando: "Hermoso, aunque no tanto como tú". Ella era una completa extraña para mí, y yo no quería malos rollos cuando por fin me había podido ir de aquel extraño país. Conducían por la izquierda, iban al bar a emborracharse en lugar de a charlar con los amigos, a las siete todos en casa, esperando la hora de acostarse..., puaj, qué asco de país. Pero tenía algunas cosas buenas. Como esa diosa que había aparecido a mi derecha, como salida de un sueño.

"¿Es la primera vez que haces un crucero?", me preguntó.

"Sí. Nunca había montado en barco".

"Entonces no sabes si te mareas".

"No, la verdad es que no lo sé", dije. "Espero que no. ¿Y tú?"

"No, yo no me mareo nunca".

Seguimos charlando de temas intranscendentes, hasta que poco a poco la fui conociendo. No era lo que me decía, sino cómo me lo decía. En aquel país me había encontrado con muchos frescos, gente caradura que iba a engañarte, aunque, eso sí, con mucha educación. Con el "please" y el "thank you" por delante y por detrás. Y allí estaba Wendy, haciendo contrapunto a todo eso. Yo no sé si su ingenuidad era natural o fingida, pero me encantó su forma de hablar. La manera en que poco a poco, sin darse cuenta, me contó toda su vida y milagros. Conocí así de referencia a Kath, que se me hizo muy atractiva a través de las palabras de su hermana mayor. Algún día la conocería, supuse ilógicamente.

Y poco a poco, acabamos en el bar. Con las libras que todavía me quedaban la convidé a un par de copas. Luego cenamos juntos. Al día siguiente compartimos las tres comidas, y ya todos hablaban en el barco, que al fin y al cabo era un universo pequeño, de la pareja de enamorados.

¿Yo enamorado? Lo dudo. Me gustaba la chica, sí. Y parecía que le gustaba yo. No era una pava como las que me había encontrado en España hasta entonces. Esta era inglesa, y por lo tanto se suponía que tenía la mente abierta, las ideas más avanzadas. Por eso no me extrañó cuando aquella noche accediese a venir a mi camarote.

"Tengo vino de Jerez", le había dicho. Degustamos el caldo gaditano varias veces, y luego nos ubicamos en mi estrecha litera. Increíble, puesto que apenas cabía yo, pero querer es poder, dice el viejo refrán: cupimos. Primero ella arriba, luego yo cabalgué. Ella era una máquina de hacer el amor. Una auténtica rueda de fuego.

Luego llegamos a Vigo. La encontré en cubierta. Sabía su dirección y su teléfono. Lo que ella no sabía era que allí me quedaba yo.

"¿Cómo, no haces el crucero completo?", me dijo con un hilillo de voz al verme con mi maleta a cuestas.

"Pues no, Wendy. Sólo Londres-Vigo. Pero volveré a verte".

"¿Lo prometes?", dijo con tristeza.

"Lo prometo", le dije besándola.

Bajo su mirada acusadora bajé por la escala sin mirar atrás. Cuando llegué a tierra, tuve que mostrar mi pasaporte a los guardias civiles que allí había. Me indicaron que tenía que pasar por la aduana, y me mostraron donde estaba. Miré al barco, y vi a una desolada Wendy que me saludaba con la mano. Le dije adiós, y con la mía le envié un beso.

2002

Eso sucedió hace treinta años. Siempre he lamentado no haber vuelto a ver a Wendy. Cada vez que me he acordado. La verdad es que he estado muy ocupado con otras cosas: terminar mi carrera, hacer el servicio militar, sacar las oposiciones, casarme, tener hijos, comprarme un piso, terminar el doctorado... Y, de vez en cuando, al menos una vez cada cinco años, me he acordado de Wendy. ¿Qué habrá sido de ella?

2012

Hace unos días la he vuelto a ver. En la playa de Matalascañas, en Huelva. Estaba de vacaciones con mi familia. Y allí estaba ella, tomando el sol: alta, rubia, guapa, con su piel blanca ya algo sonrosada por el sol... Ni una arruga a pesar de los años.

"Wendy?"

"Yes? Who are you?"

"¿No me conoces?", insistí yo aún en inglés. "No, I am sorry".

"Pero te llamas Wendy, ¿no?" Y entonces vi que no era tan rubia como antes.

"Yes, soy Wendy. Pero hay muchas Wendys en el mundo, caballero".

Su extrañeza era demasiado evidente para que fuera ella. Además, ella aparentaba cuarenta años de edad, y debería tener sesenta.

Tuve una corazonada. "Tu madre se llama Wendy también, ¿verdad?"

"Sí. Está en Londres".

"¿Y tu padre?".

"No sé. Nunca lo he conocido".

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