Europa.

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Europa.

Camino hacia adelante, lentamente, con esfuerzo. Delante de mí veo la larga calle peatonal desierta. Cierro los ojos, cegado por el sol. Hace calor. Noto los rayos solares sobre mi piel, mis pasos cansados, mi cuerpo se estremece a cada uno de ellos. Abro los ojos: ya no estoy en la calle, sino que yazco en una cama, entubado por todas partes, pero no siento nada. ¿Me estoy muriendo? ¿Me ha atropellado un coche? ¿Me ha dado un infarto mientras caminaba? Cierro los ojos de nuevo.

Cuando los abro me encuentro aún en la calle, paseando bajo el sol tórrido. Se me acerca una mujer, joven, guapa. Habla por teléfono. Cruza mi camino por delante, sin dedicarme ni una mirada. Allá a lo lejos discuten dos hombres, seguramente de fútbol. Un niño corre, perseguido por su padre, ambos juegan. Cierro los ojos. Los abro: aún sigo andando, pero en dirección opuesta. Vuelvo al punto de partida. Parece que mi sino es recorrer esta calle peatonal, donde todo sucede y nada ocurre, una y otra vez. Cierro los ojos. Los abro y no ando de nuevo. Estoy en una habitación de un hotel barato, sobre una mujer joven, quizá prostituta. Lo hace muy mal, pero lo hace. Mi éxtasis dura un paso.

De nuevo estoy en la calle, paseando bajo el tórrido sol. Compruebo si llevo aún la cartera. Sí, aquí está. Treinta euros, todo mi capital, viaja conmigo. Veo el final de la calle, la pendiente final: a la izquierda, la Academia de Baile de Irene Jara, a la derecha el rótulo: Avenida de Europa. Me vuelvo y veo toda la avenida, tan recta, tan soleada, tan solitaria.

Murcia, 21 de octubre de 2011

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