APOTEOSIS

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Persiguieron al vehículo hasta casi darle alcance, pero una vez se percataron del rumbo que llevaba, supieron adónde iba. Al llegar frente a su casa, Milagro cómo una enloquecida abrió el portón y parqueó su camioneta lo más rápido que pudo. Entró a la casa, pero debido a la prisa que llevaba, olvidó cerrar las puertas tras de sí.

El otro automotor se detuvo en la entrada de la vivienda. La contratante abrió la puerta, descendiendo con soltura. Ella volvió a ver a sus compañeros, y dijo:

— ¡Voy a entrar sola! Obligaré a esa mocosa que venga con nosotros, y si se opone, alguno de sus familiares sufrirá.

Marielos con cierto escepticismo preguntó.

— ¿Estás segura?

— ¿Viste como quedó aquel infeliz? Al que me enfrente le irá peor ¿Qué podría salir mal?

Los dos hombres se volvieron a ver con el temor estampado en sus rostros porque aun recordaban su encuentro con la chica. Por lo que no se opusieron a aquella idea.

— ¡Ten cuidado! — le advirtió la acólita.

Fabiola hizo un gesto desdeñoso y caminó con paso seguro hacia la entrada. El cielo comenzó a tornarse oscuro y una tormenta apareció desde el norte. Algo raro en dicha época.

La mujer del cabello peliteñido estaba en la cocina donde trataba de hacer una llamada telefónica. Ni se percató que la habían seguido. Estaba a punto de contactar a la policía, cuando se dio cuenta de su error.

Delegación La Concordia, ¿en qué le puedo servir? – replicó una voz monocorde.

— Me llamo Milagro de Alberti, unos tipos... — alcanzó a decir antes que una mano la tomara del cuello y la estrellara contra la pared.

Acto seguido la intrusa colgó el auricular y dirigiéndose a la mujer caída, preguntó:

— ¿Dónde está tu hija?

Esta se le quedó viendo con sorpresa, incrédula de lo que veía, frente a ella estaba una joven muy bella que la observaba con una expresión amable. Vestía con una blusa fina color marfil y pantalón claro tipo sastre. Su calzado era exquisito.

La dueña de la casa trató de incorporarse, pero en un movimiento súbito, la intrusa le colocó su pie en la garganta dejándola indefensa. Acto seguido, su pánico se disparó cuando vio cambiar las facciones de la mujer, estas se volvieron toscas y sus ojos se convirtieron en dos brasas ardientes, y lo peor fue escuchar aquella voz tan extraña, cuyo tono era cavernoso y siniestro.

— Te repito la pregunta... ¿Dónde está esa niña?

Milagro luchaba por respirar mientras trataba de entender lo que pasaba.

En ese momento se escuchó un ruido arriba que fue captado al instante por la visitante.

— ¡Levántate! Me vas a llevar con ella – ordenó aquel monstruo a Milagro, y antes que se percatara, fue levantada como un trapo. Sintió como le aplicaba una llave en el brazo izquierdo doblándoselo de una forma brutal.

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