UN LIBRO Y UNA LEYENDA

30 3 3
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Esa noche en su habitación, Salvador estaba en su computadora tratando de contactar a alguien que creía, podía ayudarlo. En el chat de aquel sitio, los mensajes empezaron a cruzarse:

¿Cuál era el libro del que hablamos?

Vaya! Que milagro!...pensé que te habías ido del país.

No, estuve ocupado....Mis hijas...tu sabes.

El libro es"De re mystica tela"....Busca la sección dos..."Pestifer mundi pugione"

Gracias, lo había olvidado, pero ya lo anoté.

— ¿Y a qué te dedicas hoy?... ¿Armas místicas?

Es largo de contar... Realmente echo de menos nuestros encuentros en el parque.

¿Estas coqueteándome, Toto?

— ...????

Perdona no quise decir nada malo.

— No, perdóname tu, por buscarte solo cuando estoy con un problema, y estar tanto tiempo alejado.

¡OK! Solo no te pierdas tanto.

Y entonces ¿ya terminaste de escribir el libro?

Mira, llegó mi padre tengo que irme....hablamos al rato.

Entonces la comunicación terminó y Salvador se dispuso a buscar aquel libro que podía darle al menos una respuesta ante todo lo que enfrentaba su familia.

Aquel corte abrupto extrañó a Salvador y lo hizo reflexionar un poco, ya que todo lo que se refería a su "amiga" era un poco extravagante. No sabía ni su nombre verdadero o donde vivía. Solo era una pequeña foto en su pantalla. Era real porque se había encontrado en el parque con ella un par de veces en los últimos años, y una infinidad de ocasiones en aquel chat.

Se llamaba Jazmín. Un día, pocos meses después que él regresó de la inconsciencia, su estado de ánimo rozaba en la depresión más pura. Por iniciativa de Rhia, y casi a rastras, lo sacaron de la casa a pasear al parque acompañado de sus hijas.

Pasear era un eufemismo porque él se quedó sentado bajo los árboles, cerca de una banca, mientras las niñas jugaban sobre la hierba a un par de metros. Como el calor arreciaba, Rhia propuso ir a comprar unos helados. Salvador no puso inconveniente alguno y mientras la enfermera se ausentaba, él observaba las maromas que las niñas hacían.

Estaba de lo más absorto cuando escuchó una dulce voz a su lado:

— ¿Está ocupado?... ¿Son suyas?

Una joven lo veía con curiosidad, parecía una universitaria. Llevaba un par de libros en el brazo y al parecer le estaba pidiendo permiso para sentarse en la banca.

TRINITATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora