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La habitación en la que había estado encerrada ahora se encontraba completamente invadida por las llamas, que consumían rápidamente todos y cada uno de los instrumentos que, en su debido momento, habían servido como herramientas de estudio y tortura. Ahora ya no había nada que le recordara a su encierro.

Sonriendo de forma maliciosa, avanzó a través de la gran bola de fuego que había formado, hasta que consiguió verlo. Sabía que atendería a su llamada, hasta ahora no la había defraudado. Se fijó en él, en su rostro; era el mismo, físicamente no había cambiado casi nada, pero se le veía mayor, más cansado. Un tiempo, probablemente largo y del que ella no había sido consciente, había dejado huellas en él, algo que se podía haber evitado. Y eso la enfureció.

En cuanto estuvieron frente a frente no hubo nada. Sólo silencio. Miradas que tampoco sabían que decir. Ella le acarició suavemente la mejilla con el pulgar, descendiendo lentamente hasta posar la mano en su cuello y mirándole con aquella sonrisa dulce que llevaba tanto tiempo dormida dentro de ella.

- No importan las veces que muera, nunca olvidaré; no importan las veces que viva, nunca me rendiré. – susurró tan cerca de sus labios que, por un momento, él no pudo controlarse. Tuvo que apretar los puños con fuerza y cerrar los ojos. Ella sonrió al darse cuenta de ello y, sabiendo que no sería capaz de volver a huir tan pronto, le besó. Primero lentamente, aunque con firmeza; luego con más intensidad. Un beso de aquellos a los que era difícil resistirse.

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