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Aún de pie en el umbral, inspiró tan hondo como pudo. Sabía que no habría nadie custodiando aquella habitación, que nadie le descubriría en su hazaña, el seguir ese sentimiento que lo abordaba y le hacía sentir como si ella lo estuviese llamando, como si estuviese a punto de ocurrir algo verdaderamente importante.

Por fin se adentró en la oscuridad del ancho pasillo, semejante en decoración al de un viejo hospital. Nada más poner un pie en él, el primero de los fluorescentes del techo se iluminó. La oscuridad ya no era una excusa para dar media vuelta, aunque el mero hecho de que el camino se fuera iluminando ante él sí podría haberlo sido. Prefirió escuchar el eco en su cabeza que le incitaba a avanzar, que le decía que era ella quien lo llamaba desde dentro de uno de aquellos horribles criotanques.

A medida que avanzaba, el largo pasillo se iba iluminando paso a paso. Aquello no era natural, se trataba de ella.

«- ¡Pensé que me amabas! – en sus ojos rojos brillaba la furia mientras lo cogía por la camiseta y lo alzaba literalmente del suelo con una sola mano – Dijiste que harías todo lo posible por ayudarme a cumplir con todos mis deseos, ¡me mentiste! – lo lanzó con decisión y sin vacilar contra la mesa de café, la cual cedió, quedando reducida a trozos desiguales de madera y cristales.

Él se levantó a trompicones, sin romper el contacto visual, dándole así a entender que no se rendiría, que estaba dispuesto a aguantar lo que fuera con tal de conseguir hacerla entrar en razón. Respiraba de forma agitada. En uno de sus antebrazos, una profunda herida le surcaba de arriba abajo, sangrando sin parar. En su hombro había un bulto nuevo dando a entender que ahí dentro había algo fuera de su sitio. Pero el dolor no modificó su expresión. No era el momento idóneo para pensar en las heridas.

- Puedes matarme si quieres, adelante, lo que quiera que seas ahora no es a quien amo. Ella no se habría ido durante tanto tiempo para volver convertida en un monstruo. - jadeó sujetándose el hombro herido. - Había alternativas, pero no quisiste escucharlas.

Ella estaba cada vez más enfadada. Le tiró una de las sillas que bordeaban la mesa del comedor al ser lo que tenía más al alcance. Él pudo esquivarla por poco, aunque no sabía cuánto aguantaría sin dejarse vencer, ya fuese por el dolor de su hombro dislocado o por la pérdida de sangre.

- Ven conmigo – seguía insistiendo ella – y no habrá más dolor, ni enfermedad; no habrá deterioro ni envejecimiento. – Lo miraba fijamente, recreándose en sus heridas. – jóvenes y perfectos para siempre, los dos juntos. ¿No te parece algo maravilloso?

- No. – Sentenció él de forma tajante. – No es natural, no es ético y estoy seguro de que no terminaría siendo tan perfecto como tratas de hacerme creer. – La miró fijamente - O como te hayan hecho creer a ti.

Su furia ya había alcanzado límites insospechados. Una de sus manos se curvó en una garra y la mesa de comedor empezó a arder súbitamente. Él dio un respingo tras el susto inicial y la miró con ojos desorbitados. Sólo tenía dos salidas: aceptar e irse con ella, que en el fondo, era lo que su desgastado corazón elegiría; o saltar por la ventana. Se encontraba en un primer piso, y el hombro ya lo tenía dislocado de todas maneras, sólo tenía que procurar caer de pie y echar a correr.

Las llamas comenzaban a arrasar todo cuanto encontraban a su paso. Él cogió carrerilla y, sin darle tiempo a ella de reaccionar y poder detenerle, saltó al vacío.

Echó a correr nada más sus pies tocaron el suelo, dejando atrás el edificio que estaba siendo devorado rápidamente por las llamas. Una explosión a su espalda le hizo echar la vista atrás sólo para verla a ella de pie, mirándolo impasible, pétrea y fría, malvada como se había vuelto. Él se estremeció y se dejó caer exhausto en mitad de la carretera, mientras veía de forma borrosa como lograban reducirla y llevársela.»

HurricaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora