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En mitad de la oscuridad, dentro de una habitación, oculta en lo más profundo del viejo laboratorio, un pequeño y anticuado monitor cardíaco comenzaba a registrar nuevos latidos. La línea que los representaba brillaba en un estridente verde, que iluminaba tenuemente el resto de la estancia a cada pulsación. Poco a poco otra luz verde, más mortecina que la anterior, comenzaba a abrirse paso, iluminando desde la base el interior de un criotanque de cristal, de unos dos metros de altura. En su interior, una silueta femenina, forrada con un traje de brillante piel negra, hibernaba entre escarcha. Una esbelta mujer de pelo largo y negro como la noche más oscura.

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