Las escaleras del paraíso

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Llegó el día en el que partirían a Ciel. Simon fue a despertar a Blaise pero este estaba vestido con su antigua ropa, sentado al borde de la cama con la mirada baja.

–Blaise–Avisa Simon–Es la hora de irnos.

–No sé si podré hacer esto.

–Tenemos que pasar por Ciel. ¿Ya no lo recuerdas?

–Lo sé, pero es por todo lo que tengo que hacer y todo lo que supone.

–Blaise, tú no temes por hacerle algo a tu padre ¿verdad?

–Así es.

–¿A qué temes entonces?

–A que ese sitio me recuerde todo lo que fui.

–Sigues odiando tu pasado.

–Y mi padre representa todo ese pasado.

–Si no lo solucionas hoy, nunca lo conseguirás.

–O nunca me lo perdonaré.

–Te conozco, y tienes todo el ego suficiente para poder perdonarte a ti mismo. ¿Es por lo que nosotros podamos pensar?

–No lo sé.

–Blaise, ¡qué sarta de bobadas! Desde cuando te ha importado la opinión de los demás. Creí que te movías por capricho o por deber cívico.

–Me importa desde que os tomo a todos ustedes por mis más queridos conocidos. ¿Qué pensarán Piére Simon, Miloú, Fremont, Cecania, Marie Charlotte y Anne Beatriz?

–Nada distinto a lo que ya hacemos.

–Eso es ahora.

–Miloú y Charlotte te agradecerán que bendijeras su matrimonio, Cecania y Fremont te consideran su protector, para Anna eres el amor de su vida, y para mí, eres ese amigo que solo se separa de mí para tenderme una mano. Eso nosotros, luego, Europa entera, te agradecerán que ya no esté César en el poder.

–¿Y estás tan seguro de que saldrá bien?

–Ya has liberado Francia, Inglaterra, Alemania y Austria. Y en menos de un mes y en peores condiciones.

–No sé qué decir a esa parte.

–Nunca se ha visto a alguien capaz de hacer todo esto en tan poco tiempo.

–Yo solo he prendido una mecha.

–Algunos lo harían y liberarían una ciudad. Tú has liberado cuatro países y vas a por otros dos. ¡¿Qué digo?! Más de dos. Sal ahí y prepárate. Nos esperan fuera.

–¿Quiénes?

–Los pocos hombres que afirmabas que serían suficientes para la batalla.

Blaise y Simon salieron de la habitación. En realidad, Blaise salió porque Simon le estaba empujando por detrás. Blaise intentaba resistirse, pero solo consiguió que casi se cayesen por las escaleras y se abrieran la cabeza. Cuando salieron al patio del Louvre, aún Blaise resistiéndose a los empujones de Simon, se encontraron con los soldados que se habían presentado a luchar. Los soldados eran veinte parisinos armados con una cota de acero y armados con alabardas. Aparece Charlotte en ese momento para presentarle sus caballeros que le acompañarán en el asedio a Ciel.

–¿Son estos?–Pregunta Blaise–

–Todos los que hemos podido. Al menos, son los mejores caballeros de toda París, armados con el más poderoso y moderno armamento militar.

La cruzadaWhere stories live. Discover now