Cuando las fuerzas fallan

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Pasaron varios días. Cada día era más rutinario que el anterior. Preguntaban sobre Weasel y sobre algún pícaro. Nadie respondía. Blaise sabía que no debía tardar mucho más, Louise seguía su pista; Pista que pronto le llevaría hasta él y cazarlo. Era una cuenta atrás. Ese anochecer en un puerto del río:

–Blaise–Pregunta Roman con pocas fuerzas de voz–¿cuándo daremos con el general?

–No lo sé, sinceramente.

–Nos está llevando demasiado.

–Tenemos que aumentar el ritmo.

–Es muy complicado.

–Hay que hacerlo.

–Otro día quizás.

–¿Y mientras a dónde vamos?

–Blaise–Cambia de tono–Yo sé que no querrás, pero si me escuchas podremos volver a casa.

–¡Me mataran en el acto!

–Tú eres un heredero, yo no.

–Estas son mis locuras, no las tuyas.

–Prometí estar contigo.

–Nadie te impide seguirme.

–¿Y mi promesa?

–Tu vida es más importante que una tonta promesa.

–No me hagas esto.

–Vuelve a casa. Que te den una paliza y despistas a los guardias hacia Frater.

–De verdad crees que voy a dejarte.

–Si me matan en el camino, al menos uno de nosotros habrá sobrevivido.

–No pensaba morir en este viaje, monsieur.

–Yo sólo me lo esperaba.

–¿Desde cuándo has puesto tú los pies en la tierra?

–¿Tuvo acaso Alejandro Magno una cuenta bancaria que sustentase su viaje a Oriente?

–Él era rey, y tú duque.

–Él era rey, yo soy furtivo. Además su cruzada le llevó a morir joven y traicionado.

–¿Crees que te traicionaré?

–¡Mira por dónde ibas!

–¡Hay que solucionar esto, Blaise!

–¡Quejarse no es la mejor solución!

–No eres el más indicado para decírmelo–Roman se levanta–Me vuelvo a Ciel si es lo que quieres.

–¿Dirás que estoy en Frater?

–Si me vieran.

–Ten cuidado–Blaise se levanta y le extiende la mano, cosa que Roman ignora.

–Cuídese, monsieur.

Roman partió andando con una bolsa de comida que cada mañana se llevaban ambos para almorzar, dejando a Blaise solo y con única provisión doce monedas de oro. Esa tarde en particular hacía calor. El bochorno del nublado día y la cercanía con el mar producía un calor muy húmedo en el noble acostumbrado al secano de un pequeño río. La población no salió esa tarde. Parecía un intenso día de verano que no perdonaba a los errantes.

La cruzadaWhere stories live. Discover now