Las ruinas de la ciudad de las luces

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Dado el pago adelantado de una noche que se debía por la habitación de la posada, hubieron de pasar la noche al acecho de las plagas que, como vieron en su día, se cobraban las vidas de los pasivos ciudadanos de semejante sumidero de podredumbre. Roman no parecía importarle mucho la inmundicia pero la cara de Blaise siempre estaba cubierta por su mano plana en su boca y nariz para evitar poder oler la atmósfera de aquel pueblo. Ya de por sí podía oler poco porque de pequeño tenía problemas respiratorios y no aprendió a oler correctamente, sin embargo el olor a rata y a carne muerta liberaba un metano que incluso su inepta capacidad olfativa podía percibir. Llegado el apreciado día de irse, Roman pudo ver de nuevo las capacidades que tenía Blaise ante unas rápidas riendas; Salió de la posada corriendo como si huyera de las plagas, subió a su caballo y tal fue su velocidad que golpeó a uno de los exánimes que tenía el pueblo por ciudadanos.

–Casi no he podido atraparle, señor–dijo Roman pudiendo alcanzarlo a las afueras de Pàrtes–¿Se puede saber a qué ha venido eso?

–Algún día tendré que respirar, ¿no cree?

–Necesita escapadas al campo.

–Llevo meses contados como sucesor al ducado de Ciel. No he tenido tiempo de ir de montería como gentilhombre del rey si es lo que insinúas.

–Pero antes tenías una vida, ¿no?

–¡Muy bien, Roman! Va asimilando nuestra epopeya.

–Gracias por el cumplido, mi señor, ¿pero puede responderme?

–Nos conocemos muy poco para intimar. Prometo que, cuando esto acabe, podremos conocernos mejor. A la vieja usanza.

–Yo no caeré en esa modestia fingida. No me aterroriza intimar con nadie.

–Debe ponerse un escudo. Quien empuñan las espadas son los hombres.

–Meses en el ejército y nadie ha blandido contra mí.

–Meses en el ducado y he dado instrucciones intensivas de cortesía, música, equitación y esgrima.

–Ya está intimando conmigo.

–Procuraré que no se repita.

–Para mí, sigue teniendo la misma potestad y le respeto igual. No tiene de qué avergonzarse.

–Tu no blandes contra un siervo del rey porque en cinco días has asimilado una era entera.

–Dígame que le dicen poeta porque escribe sobre la mística.

–¿Percatas cómo hablo? ¿Y cómo soy? Me llamaron así por mi cortesía entendida en los dauphin de Pater.

–Es por eso que usted es el candidato a Duque de Ciel.

–Realmente sí. Mi familia materna disfruta de la señoría de Rouge y con ellos me llevo bien, pero mi familia paterna no se conforman con la caballeriza del señorial de Bleue. Ya hemos intimado. ¿Contento ahora?- Dijo Blaise con sumo sarcasmo.

–Es usted una persona exótica. Le queda bien ese LePoet de sobrenombre.

Tras varias horas de caminata en la que casi la noche se les echa a sus espaldas, pudieron divisar a lo lejos una ciudad de enormes magnitudes. Pararon en una colina cercana para evitar que el ocaso les generase una sombra que los delatara a los bandidos, o peor, a las tropas del ejército inquisidor de Pater. Pasaba la noche, la fogata se hizo necesaria para Blaise que no le quitaba ojo a la oscuridad. Recordaba las confesiones de los mensajeros de Paterfille cuando acudían al Palais du Ciel para reclamar a su padre: Asaltos, robos y asesinatos. No se fiaba ni de Roman, que en múltiples ocasiones ni podía acercarse a él. Respondía con una defensiva muy agresiva y psicótica.

La cruzadaWhere stories live. Discover now