CAPÍTULO 22 - MIÉRCOLES

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Odio madrugar, pero a veces no me queda otra opción. Tengo la mala costumbre de levantarme apenas diez o quince minutos antes del horario en el que debo abandonar mi hogar; apenas si me alcanza el tiempo para ponerme lo primero que encuentro en el armario —con los ojos medio cerrados y sin lentes, así que nunca combino nada— y para ir al baño a lavarme la cara, los dientes y atarme el cabello antes de correr por todo el barrio hasta la parada del bus. Y hay días en los que ni para eso me alcanzan los minutos.

Hay algo peor que el madrugar rutinario, y es madrugar para sorprender a tu mejor amiga. Para llegar hasta la casa de Elena antes de que ella salga a esperar el autobús, he tenido que levantarme a las cinco de la mañana. Sí, a las cinco. Todavía era de noche cuando apagué el despertador. Estaba tan dormida que casi salí a la calle en pantuflas.

Me desperté como pude, rodé de la cama, me arrastré hasta la cocina y tomé el pequeño pastel que mi mamá le preparó para sorprenderla. Con movimientos dignos de un zombi, me deslicé por las calles vacías hasta la parada del bus.

Mantenerme despierta durante el recorrido de casi una hora ha sido el desafío más grande que he atravesado en mucho tiempo, pero logré hacerlo. Ahora, solo me queda esperar a que ella salga de su casa.

Estoy escondida cerca de la esquina, en la acera de enfrente. Desde mi estratégica ubicación, puedo ver la casa de Elena. La ventana de su habitación refleja la luz encendida. Supongo que se estará arreglando para salir. Esto puede tomar un buen rato. Eli no sale de su hogar hasta no estar conforme con su apariencia. Se ducha todas las mañanas, se maquilla y hasta tiene la suficiente energía como para probarse varios atuendos. No sé cómo le hace.

Dejo escapar unos diez bostezos por minuto. Si ella no se apresura, ambas vamos a llegar tarde a la escuela. Imagino que quiere verse bien en su cumpleaños y supongo, además, que su padre debe haberle preparado el desayuno, pero la espera me está matando.

Siento ansias por ver su rostro cuando note que le he llevado pastel hasta su hogar. Quiero darle un abrazo y arrastrarla hasta mi casillero para entregarle su obsequio.

"Vamos Eli, date prisa", ruego en mi mente.

Y, como si ella pudiera leerme el pensamiento, abre la puerta frontal de la casa. Saluda a su padre desde el umbral y corre rumbo a donde me encuentro. Genial.

Tres.

Dos.

Uno.

Salto de mi escondite.

—¡Feliz cumpleaños! —Me abalanzo sobre Eli para poder abrazarla con mi mano libre entre carcajadas. El pastel se balancea en la bolsa.

—¡Maldita sea, Mila! Si me haces llorar y se me corre el delineador, ¡te mataré! —bromea ella cuando nos separamos—. ¿Qué demonios haces aquí?

—Solo vengo a saludar a mi mejor amiga. —Le extiendo el paquete—. Toma, te traje un pequeño pastel de coco que mi mamá preparó porque sabe que te encanta. El obsequio te lo daré en la escuela.

—Tu madre es increíble. Me voy a devorar esta delicia en el autobús —asegura ella—. Apurémonos.

Asiento en silencio antes de empezar a correr a su lado rumbo a la parada. Toda esta efusividad ha ahuyentado mi cansancio. Siento que hoy es uno de esos días en los que nada puede salir mal.

 Siento que hoy es uno de esos días en los que nada puede salir mal

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El chico de la mala gramática (COMPLETA)Where stories live. Discover now