CAPÍTULO 10 - VIERNES

10.4K 1.3K 476
                                    

No sé cómo serán los alumnos de otras escuelas alrededor del mundo, pero en la que yo asisto son todos puro chismerío. Algunos ni saben quién demonios eres, nunca te han hablado siquiera, ¡pero si pueden hablar sobre ti, lo harán!

Luego de perderme dos días de clases, mis compañeros me reciben como si hubiese desaparecido por años. Sus saludos rebosan de falsa efusividad en un vano intento por esconder las intenciones subliminares. Nunca me habían hablado tantas personas en una misma mañana.

La pregunta que todos se hacen es: "¿por qué te has perdido dos días de clases en época de exámenes?"

Supongo que los rumores ya habrán comenzado a circular. Me han visto con Julián.

Algunos deben decir que me he escapado para ver a mi novio en secreto, otros que fui secuestrada o que tuve un accidente. Las chicas de seguro piensan que estoy escondiendo un embarazo o que he faltado a propósito para no reprobar algún examen. ¡Tienen más imaginación que los escritores de fantasía!

Suspiro. No tengo ganas de repetir un millón de veces que tan solo estuve resfriada. Para peor, parece que algunos curiosos han acudido a Elena. Y mi mejor amiga no tuvo mejor idea que decirles que llegó mi carta para ir a Hogwarts o que estaba sumida en una aventura para salvar Narnia y no podía huir de mi destino. Sus evasivas crean nuevas sospechas.

Pensar en los posibles delirios de extraños me causa jaqueca.

Cuando la tercera persona me detiene en el pasillo para preguntar qué demonios me ha ocurrido, me enfado, no por la interrogación sino por lo aburrido que es repetir mil veces la misma respuesta.

Sigo de largo.

Ignoro la consulta con descortesía y entro a clases. Allí, me acerco a la pizarra. Como todavía quedan casi quince minutos antes de que llegue el profesor, escribo:

"No estoy muerta ni presa ni embarazada ni ninguna ridiculez. Tan solo me ausenté para luchar contra un grupo de zombis en otra ciudad. Dejen de preguntar.

Atte. Mila.

P.D. Me resfrié."

Camino hasta mi escritorio y me siento sin decir nada. Sé que algunos de mis compañeros ríen.

Abro luego el morral y acomodo mis cosas. Apilo sobre mi regazo el libro de Geografía, un cuaderno para tomar notas y el ensayo ya terminado; buscaré al profesor durante el almuerzo. Después, tomo mi teléfono y reviso los mensajes. No sé qué más hacer con mi tiempo libre porque no es suficiente como para ponerme a leer el nuevo libro. Cada capítulo tiene como cuarenta páginas y yo detesto dejar el texto a mitad de una escena. Estará reservado para noches de insomnio.

Noto que tengo varios mensajes.

Mi madre me recuerda que debo tomar mi medicina, esa que dejé olvidada en la mesa de la cocina.

"Ups".

Elena dice que nos veremos durante el almuerzo porque quiere que le cuente sobre las cosas que encontró en mi casillero. Le respondo que no sé si podré, que tengo que entregar un proyecto escolar.

Mi hermano me avisa que hoy no podrá pasar por mí y que deberé viajar en el transporte público. Suspiro. No sé si tengo el dinero suficiente. Si no alcanzo el último bus escolar, tendré que caminar hasta mi hogar. ¡Y son como ocho kilómetros! Hace años que no recorro el trayecto a pie y no sé si mi salud me lo permita. No quiero arruinarme el fin de semana con una decaída del resfrío. Maldigo en mi mente y prometo llamar a mi madre durante el cambio de materias. O durante el almuerzo, si es que encuentro una máquina del tiempo que me ayude.

El chico de la mala gramática (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora