XVI

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Los ojos verdes se escondieron detrás de los parpados pálidos, uno estaba decorado con un pequeño lunar. Una lágrima rodó por la mejilla izquierda. Luchó por no convertirse en una manzana mordida, es decir, por no dejar que todo su contenido se resbalara por la capa superior, su piel. Ella no lloraba frente a Molly, suficiente tenía la pequeña con haber sido testigo de la pelea entre ellos. Lo que tenía que hacer era regresarla a casa, suerte tendría si Frank no las interceptaba en el camino. Limpiándose la lágrima, Claudeen le dio una palmadita en la espada a Molly.

—Adiós, Winters —dijo por simple educación.

La sangre se drenó del cuerpo de Henry. Su voz, la que solía sonar monótona y aburrida, se quebró en mil pedazos. Claudeen intentó darle la mejor sonrisa, en cambio, su rostro se convirtió en una extraña mueca. Henry dejó caer las manos a los costados. La chica se alejaba en silencio. A cada paso Henry se arrepentía de sus acciones. Si su cerebro funcionara correctamente no la hubiera herido, si tuviera control no dañaría a las personas. Ese "adiós" retumbó en la cabeza de Henry, se negaba a creer que fuera el final de algo que nunca comenzó.

Los faroles la bañaban con luces amarillentas, las cuales creaban un marco brillante alrededor de su figura y la de Molly, haciendo el efecto de ángeles alejándose. Si las chicas Brooks no eran ángeles que alguien lo partiera en dos. Eran buenas ocultando su verdadero origen, como cualquier ángel con una misión en el mundo. Claudeen era tranquila y paciente, toleraba muchas cosas y bromeaba respecto a otras. A pesar de eso, jamás confío lo suficiente en él como para revelarle cosas personales. Henry la tomaba por un ser celestial, pero la explosión de segundos antes le recordó que era una humana más. Podía ser fuerte, igual frágil. Se sentía usada, eso le quedó claro y lo entristecía que ella pensara que era objeto de diversión para él.

No era así, lo confirmaba el dolor que cargaba en el pecho. Todo por besar a su ex... por corresponder un beso. Henry se dejó llevó las manos al pelo y lo jaló ligeramente, al tiempo que daba unos pasos hacia la acera. ¿Si le dijera que sintió más con el corto beso que compartió con ella que el intenso beso de Caroline, le creería? No. Todo sería muy fácil de esa forma. La diferencia entre ambos besos, sin contar la longitud, fue que hubo un pequeño movimiento en su estómago al tocar los labios de Claudeen. Los recordaba suaves y dulces, sus labios se curvaban. El beso de Caroline fue hambre, no estaba pensando, actuó como el Henry del pasado. Ahora se sentía culpable, ¿habría sido capaz de hacerlo si tuviera algo formal con Claudeen o cualquier chica?

Dudó.

—Henry, púdrete —se dijo, dándose un golpe en la cabeza—. Aprende a controlarte antes. Cabeza hueca.

—Concuerdo contigo —dijo Ashton, parado del otro lado de la calle. Miró a ambos lados antes de cruzar la calle, morir atropellado por una bicicleta no era la mejor forma de morir—. Te odia.

—Gracias, cerebrito.

—Un placer —un viejito pasó pidiendo limosna. Ashton no lo pensó dos veces, sacó un billete de la cartera y lo metió en la lata de refresco. Al señor se le iluminó la cara, seguramente sería el dinero para comprar su cena—. ¿Te gustó tu descubrimiento?

—¿Qué ahora estoy en la lista negra y me quiere más lejos que antes? No seas tarado, Ashton.

—No me refería a eso.

Soy una Brooks, hija de James Brooks.

—¿A que es una Brooks? —Henry se sentó en la acera. Se miró las manos como si estuvieran cubiertas de sangre—. No sé por qué no lo sospeché.

—Hay muchos Brooks.

—¿Cuántos Brooks van al Brooklyn? —inquirió Henry—. Pocos y todos son familia. Sabía que James Brooks tenía una hija, no deja de hablar de ella cada septiembre... pero que fuera Claudeen... no lo vi venir —juntó las cejas dándose cuenta de algo. Se giró y miró con curiosidad a su amigo—. ¿Cómo sabías?

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora