V

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Al tiempo que el cielo se fue nublando, el sol se fue escondiendo por el horizonte, dando paso a una hermosa luna llena. Los árboles que daban sombra al café movían sus ramas en armonía gracias al ligero viento, sonaba un suave frush frush relajante para todos los de la terraza. Aún en su rincón, viendo ir y venir a los clientes, Henry esperaba con paciencia el final del turno de Claudeen. Pedía un café cada tanto para mantener la temperatura en su cuerpo.

Claudeen se preparaba mentalmente para la plática, admitía estar sumamente nerviosa. No comerse las uñas, vicio que había radicado hace ya unos años, fue un acto de control total. Llegó a pensar que se podía escapar, pero recapacitó al instante. No. Ella no huía ni lo haría ahora, al final, solo estaría aplazando lo inevitable. Mejor aquí que en la escuela, se dijo recordando las tantas veces que su padre le dijo de chica que no se ha de ir al territorio del tigre, sino esperar su descenso por la selva. Se sentía cómoda y segura, si algo no salía bien o si intentaba aprovecharse de ella, podría lanzar un grito y la ayuda no tardaría en llegar.

Claudeen no confiaba en Henry o en la mayoría de los hombres.

Al final, se acabó el tiempo de espera. Su turno terminó y por si los nervios no estaban altos, se dispararon por los cielos. Su pequeño corazón bombeaba sangre a todo su cuerpo con rapidez, sus manos le sudaban y su mente se atormentaba con "su último día en el instituto". Viéndose al espejo, se repitió que debía calmarse. Encerrada en el baño, respiró profundamente, realizando los ejercicios de respiración que aprendió años atrás.

—Vamos, Claudeen —se dijo, dándose palmaditas en las mejillas—. Tiene cara de niña, piensa que es una —su reflejó se mantuvo indiferente—. Por favor.

Terminó de cambiarse a ropa más cómoda, unos jeans desgastados y una blusa despintada debajo de una sudadera un par de tallas más grandes que la suya. Limpió sus lentes, se acomodó el cabello con cuidado. Ya estando lista, se fijó en Molly. Su vestido rosado tenía una gran mancha de agua, esta se secaría, pero con el frio que comenzaba a establecerse, no era conveniente que la niña estuviera empapada y expuesta al mismo tiempo. Rebuscó en su mochila, sacando la sudadera beige que siempre llevaba.

Molly rio. Movió las manos, observando las mangas moverse allí donde acababan los brazos de la pequeña.

—Quiero un perro —dijo Molly de improviso.

Claudeen rodó los ojos. Las tres palabras favoritas repetidas como disco rayado en un intento de convencer a su hermana de conseguirle una mascota.

—Algún día, te lo prometo, pero hoy no —Claudeen le puso el gorrito tejido en la cabeza. Leyó las intenciones de Molly para quitárselo—. Ey, hace frío. Ni se te ocurra quitártelo —Molly respondió con un resoplido, pero nada más—. Tengo que... emm... hablar con alguien, espérame aquí —la pequeña asintió con la cabeza, se fue a entretener con un libro de dibujo.

Su hermana se miró las manos que hasta hace unos minutos estuvieron cargando charolas. Las cerró y volvió a abrir, observó las líneas que decoraban su mano. Su padre le había dicho de pequeña que su amor tendría las mismas que ella, le creyó hasta cierta edad. ¿Qué no le creyó a ese hombre? Daría lo que fuera por poder creer de nuevo lo que le dijera, no importaba qué fuese, lo haría. Si tan solo pudiera regresar en el tiempo para cambiar un evento. Un dolor punzante le atravesó la espalda por un segundo.

—No se puede —escuchó a su voz susurrante decir.

No ver a Henry en su rincón le hizo sentirse tranquila momentáneamente.

—Cliché —Claudeen pegó un grito, retrocedió hasta pegarse contra el vidrio de la puerta corrediza. Se dejó caer sobre sus rodillas, mientras se sobaba la nuca—. Lo siento, perdóname, ¿estás bien?

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora