III

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Una patada en la mandíbula. Claudeen emitió una queja, como respuesta obtuvo una patada un poco más suave. Entreabrió los ojos, parpadeó un par de veces hasta verle forma a la mancha rosadita enfrente de ella: un pie pequeño perteneciente a una niña durmiendo a su lado. Claudeen se arrastró con pereza hasta el otro lado de la cama, sacó la mano de la colcha y alcanzó el reloj, cuya pintura ya estaba descascarada. Tras leer la hora, se destapó completamente, obligó a sus piernas a moverse contra su voluntad, ellas querían regresarla a la cama y seguir descansando hasta que fuera treinta de febrero.

Casi como si el karma estuviera actuando sobre ella en ese preciso instante, un calambre se apoderó de ambas piernas, mandando a la chica al suelo. Profirió una palabrota. Al escuchar a Molly moverse, se tapó la boca con sus manos. No quería ser ella la primera en enseñarle malas palabras a ese angelito dormilón. Apostaba que ya sabía un par, su padrastro y Frank eran muy mal hablados.

Recordando al dueño de sus pesadillas, sacó la cabeza por la ventana para comprobar si el coche destartalado seguía en la cochera. La mueca que se presentó en su rostro solo podía significar una cosa. El coche no se había ido, por ende el hombre que lo conducía estaba bajo el mismo techo que Claudeen. Si no quería encontrarse con el rostro de ese hombre innombrable, igual conocido como Frank, tendría que hacer acrobacias como en sus épocas de gimnasta, un poco menos de diez años atrás.

Claudeen se vistió en un abrir y cerrar de ojos. Hizo una prueba con la falda escocesa roja y negra del uniforme, rezando por haber engordado en una noche. Casi, pero no, seguía quedándole ligeramente grande.

Fue al cajón lleno de cosillas y sacó unos tirantes viejos, en su momento pertenecieron a su padre. Los cubrió con su sudadera beige. Agradeció no necesitar productos para el cabello esa mañana, su crema para peinar llevaba un par de días sin una gota y el resto de los productos los estaba cuidando como oro molido. Aunque su cabello usualmente obedecía a sus ruegos por la mañana, en la tarde ya era una nube.

Desayunó la pieza de pan que subió desde la noche anterior y se lavó los dientes, al tiempo que despertaba a la pequeña durmiente. Un par de veces solo consiguió escuchar susurros que parecían decir "no".

—Molly —la llamaba Claudeen, con voz suave, moviéndola por los hombros con la misma delicadeza que mostraba su voz—. Molly, ya es hora... Molly... hay que vestirte y Frank está en la casa...

—¡Yaaaa! —dijo aun medio adormilada—. Quiero dormiiiir. Yaaaa... nooo... ¡déjame!

—Molly, hay que irnos —siguió Claudeen, casi en ruego. Se irguió a su lado, pasó la mirada por la diminuta habitación. Apenas contaba con una cama matrimonial, una mesita y el armario. Las únicas fuentes de luz eran una lámpara tan vieja como Claudeen y la ventana con vista a la calle. Finalmente, se detuvo en las envolturas de golosinas—. Te compro un chocolate, pero levántate. —Molly abrió los ojos, se giró y sonrió a la pelirroja.

—¿Chocolate? —Se talló los ojitos adormilados, bostezó.

—Si —Molly se paró como resorte, extendió las manos hacia arriba para que Claudeen le quitara el camisón—. Eres una convenenciera. —Molly le sacó la lengua.

La costumbre seguía vigente, Molly no dejó de quejarse cuando Claudeen la estaba peinando. Sus lloriqueos solo hacían que la chica se desesperara y tuviera que contenerse para no gritarle a la niña, a lo mucho le susurraba un "no va a haber chocolate". En vista de que eso solo hacía que se quejara más, dejó de hacerlo. El siguiente reto, como todas las mañanas que Frank seguía en la casa a esas horas, fue conseguir el silencio total por parte de la niña al momento de salir por la ventana.

—Dos chocolates más si te quedas calladita —esta oferta se duplicó—. Un día me la pagarás —Molly rio bajito—. Ahora, no te sueltes. —Agregó, Molly iba abrazada a ella como un koala a su madre.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora