XI

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Ella había elegido el café Jazmín Azul por un motivo en especial: estaba tan lejos de aquellos lugares que sus compañeros solían visitar que resultaba muy difícil imaginarse encontrarse a uno de los chicos o chicas del colegio allí. Durante un año trabajó sin complicaciones, los clientes eran amables, los meseros y chefs la habían aceptado como parte de la familia. Le gustaba trabajar en el café, definitivamente lo extrañaría el día que tuviera la necesidad de dejarlo. Seguramente lo hubiera hecho si la persona que la descubrió no fuera Henry.

¿Cuánto tiempo pasó desde ese día? Claudeen hizo el cálculo. No más de setenta y dos horas. En tres días, Henry pasó de ser el baboso presidente estudiantil con el que nunca se juntaría al chico detrás de los talones de Claudeen. ¿Quién diría que Henry era tan atento y curioso? Parecía querer saberlo todo de ella, atravesar su cuerpo para llegar a los secretos más ocultos de su alma. Y claramente no sabía la definición de "espacio personal". Claudeen contó con los dedos de ambas manos todas las veces que hubo contacto físico en los últimos tres días, se le acabaron los dedos.

Recordando esos momentos, se dio cuenta que ella no hizo nada para poner una línea entre lo permitido y lo que no podía hacer Henry. Le había sonreído cientos de veces, encontró una debilidad por sus ojos azules y se sonrojó un par de veces. Henry Winters estaba consiguiendo lo que ella había puesto como prohibido para todo ser humano: entrar a su vida. Le agregó a esto un punto más: convertirla en un desastre.

No quería pensar en toda la información sobre ella que le dio, lo que le causaba conflictos internos y la ponía furiosa haber roto con las normas que ella misma se había puesto.

—Te molesta y básicamente ya le dijiste todo —se dijo, azotando la puertecilla de su casillero. La chica a su lado la volteó a ver con el ceño fruncido—. Disculpa.

 La puerta se abrió, dejando ver una chica castaña con la respiración agitada.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Ellie, llevándose las manos a la cintura—. Bridgit, a atender a los clientes. Y tú —señaló a Claudeen—. Creo que tenemos que hablar, Darling.

Esperó hasta que la otra chica salió de la habitación. Ellie cerró la puerta detrás de ella y se apoyó en la pared con los brazos cruzados, esperando una buena explicación para el recién mal humor de Claudeen. Apreció espontáneamente, cuando la vio entrar por la puerta trasera seguía portando su sonrisa en los labios. Luego algo cambió, pareció que una nube negra se formaba alrededor de Clau. Y para finalizar, se azotó la puerta del casillero. Si Ellie no hablaba con ella, seguiría así el resto del día.

—Venías muy bien, ¿a qué le diste vueltas? —Claudeen abrió la boca para despotricar en contra de Henry y su propia habilidad para no ponerle límites a las cosas—. Respira profundamente —Claudeen cerró los ojos e hizo lo indicado.

—¿Te acuerdas del chico rubio que ha estado viniendo, al que me mandaron llevarle un pastelito? —los ojos de Ellie brillaron de emoción, pero fueron perdiendo el brillo conforme Claudeen le contaba toda la historia sin omitir ni una letra.

—En la mañana lo odiabas, hace un rato era un gran amigo y ahora quieres desaparecerlo de tu visa... vaya, esto es nuevo —se acercó a ayudarla con las dos colas que luchaba por hacerse. Una le quedaba más alta que la otra—. Si no te conociera diría que eres bipolar.

—No soy bipolar —Claudeen inspeccionó sus uñas—. Simplemente cambio de opinión bastante rápido, como cualquier mujer.

—Pero es nuevo en ti —Ellie tomó una de las ligas que descansaban en la mano de Claudeen—. Por cierto, ¿dónde está Molly?

Claudeen se atragantó con su propia saliva.

—Con Henry... fueron por un helado y las mochilas —Ellie volteó a Claudeen, comprobó que no estuviera enferma—. ¿Qué?

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora