XIV

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  Delicadamente, Claudeen cambió de página. Leyó las primeras líneas, pero las palabras se resistían a quedarse su mente, relacionarlas con su significado parecía ser algo imposible en ese día o el día anterior... y así sucesivamente. En realidad, no se concentraba en absolutamente nada desde haber respondido una pregunta tan sencilla, pero bañada en sentimientos, que la convirtió en una pregunta con una carga emocional.

 ¿Qué sucede si me enamoro de ti?, repitió la voz de Henry en su cabeza.

 Aunque Henry no estaba presente, escondió su rostro detrás del libro y presionó los parpados, negando con la cabeza. Recordar, se dijo, la haría sentir más culpable. ¿Qué podía hacer Claudeen cuando decidir qué recordar y qué no, no estaba en sus manos? Las palabras de Henry llegaban a ella para no abandonarla hasta haber escuchado su propia respuesta por enésima vez. Su estómago se retorcía anunciado la llegada del momento, su momento.

 Nada saldrá bien de eso.

 Claudeen dejó caer el libro al suelo.

 Aléjate, Henry.

 En ese día, con Henry a pocos centímetros de ella, su voz fue firme, no tembló, no se quebró. ¡Y cómo deseaba que así hubiera sido! Henry pudo haberse percatado de que algo andaba mal en esas palabras. Reconocía haber sido cobarde y egoísta al haber dicho las palabras que la mantendrían con una relativa seguridad alrededor de Frank, lejos de sus agresivos celos. Una vez que se desencadenaran, Frank no se limitaría con Claudeen, sino que iría detrás del pobre chico que haya decidido arriesgarse a cortejar a su hermanastra.

 Se protegía a ella y a Henry, a cambio eliminaba, según ella, cualquier oportunidad para desarrollar sentimientos por alguien, mantener una relación. Destruyó a Henry al responder, su rostro se había oscurecido; la sonrisa, evaporado. Lo único que cambiaría sería la cantidad y las palabras que dijo. Lo sabía ahora, días después...

 El reloj de pared le indicó que el receso llegaba a su fin.

 Serás lastimado y no quiero eso, agregó Claudeen, poniendo una foto dentro del libro que tenía en manos, antes de cerrarlo.

 —Vamos, Clau —dijo Joe, apareciendo de entre los anaqueles. La chica asintió con la cabeza, levantándose—. Deja de darle vuelta a las cosas.

 —Díselo a mi cabeza —dijo con suavidad Claudeen—. Le respondí muy mal.

 —¿A Henry? No te entiendo, ¿te interesa o no? —la calló antes de tener una respuesta—. No necesito que respondas en este momento.

 —No me interesa... pero reaccionar extraño a mi estómago —se mordió el labio, casi estaba confesándole a Joe sus sentimientos hacia Henry—. Olvida, no hablo con claridad.

 —Si no te resistieras sería más fácil —comentó Joe, encogiéndose de brazos.

 —¿Y lidiar con Frank? ¡Dios, Joe! Es lo más descabellado que has dicho —el castaño rodó los ojos—. Suficiente tuvimos que pasar para que Frank te aceptara como un amigo...

 —Y solo cuando se enteró que soy gay.

 —Exacto, después de una golpiza —hizo una pausa—. Y cosas que prefiero olvidar.

 —Si aceptaras vivir con tu padre...

 —¿Y depender de su dinero? ¿Hacer como si nada hubiera sucedido? ¿Dejar a mamá con esos idiotas? —cuestionó Claudeen, hablando lo más rápido que le permitió su boca—. Prefiero esperar a que termine todo ese papeleo para el divorcio —Joe evito seguir con el tema, Claudeen igual—. Pensé que me libraría del cabello largo.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora