Epílogo (Final)

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Cornualles, castillo de la costa...

1830...

Stephen miraba desde una ventana del castillo, como Danny, Evangeline, Margaret y Franklin, sus hijos, corrían en la playa de enfrente, junto a las niñeras y a una Candy ya bien anciana.

—Están entretenidos jugando. —le informó a su esposa, girándose y mostrándole el conjunto de Geisha japonesa que le había comprado, que estaba en la cama entarimada de doseles de la habitación—Así que quiero ver la función, ya mismo, diosa del deseo.

—Mmm ¿Y si no quiero? —ronroneó Marion, tocándose seductoramente los senos, ya que solo llevaba una bata abierta.

—No tenemos tiempo, querida. Esther, Demetrio, sus parejas y mi abuela, llegarán mañana a la reunión que organizamos para estar todos en el castillo y no podremos hacer casi nada luego de eso.

Sí. cierto. Vendrían a visitarlos sus hermanos casados con las parejas que menos hubiese imaginado su marido y que al principio él no había asimilado.

Pero bueno al final le tocó entender que ellos también tenían derecho a ser felices con quienes quisieran- recordó Marion y luego sacó la lengua en un gesto sexual para tentarlo.

—¡Marion por dios! —exclamó él, sintiendo que casi se le salía el semen.

—Bien, ya me lo pondré. —dijo y luego se colocó el vestido e hizo la mágica representación bailando, sobre los postes de metal que Stephen había mandado incrustar en la habitación sin dar explicación alguna a los sirvientes.

—Marion.... ay mi dios—le susurró cuando ella cuando quedó desnuda solo con medias de satén, luego de haberse quitado toda la ropa.

—¿Te gusta? —preguntó ella.

—¿Qué pregunta es esa? —gruño él, luego la haló, la tiró en la cama y se la devoró.

Ella prácticamente lloró de placer, cuando a postura de la profunda, le clavó una y otra esa larga y gruesa columna de carne.

Cuando llegaron a la culminación y quedaron saciados, oyeron los gritos de los niños que los buscaban.

—Debo ir a cumplir mi labor de madre. —susurro Marion, graciosa, empezando a vestirse.

—Entonces te acompaño, esposa mía. —dijo él vistiéndose también.

Ella mientras se ponía la camisa, miró la bala en su pecho.

Le habían disparado hacían unos años y ella todavía no olvidaba la desesperación que sintió al pensar que se le moriría.

Aquellos fueron tiempos muy horribles, recordó.

—Bien, vamos—le dijo su marido cuando terminó de vestirse y luego de darse un apasionado beso, salieron al pasillo en dirección a la sala de juegos.

—Papi Fank tiró piedras al mar...—informó la pequeña Margaret de ocho años, cuando los vio entrar a la estancia.

—¡Mentira! —exclamaba su pequeño hijo varón de cinco años, quien era muy solemne. —¡No les crean, padres!

—Papi Margaret te dice la verdad—oyeron que Evangeline apoyó a su gemela.

Y entonces Stephen fingió meditar y preguntó a su pequeña y única hija rubia que era lo que había pasado.

—Solo fueron juegos, papá. —contestó ella de forma imparcial y Stephen sonrió, sintiéndose orgulloso de ella.

Quien iba imaginar que esa bebé que había pasado lo más horrible con apenas un año, se iba convertir en este bello ser lleno de inteligencia.

Sabía que esto también lo pensaba Marion, cuando en la noche los acostaron en el cuarto que compartían los cuatro y desde el umbral de la habitación miraba a Danny con más detenimiento que a los demás.

—Gracias por habérmela regresado. —expresó por fin ella, con la vista llena de lágrimas y Stephen, a su espalda, contestó:

—No, Marion, gracias a ti por haberme devuelto las ganas de vivir.

FIN

La diosa del deseo, COMPLETAWhere stories live. Discover now