Capítulo 26

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A Marion los peluches que estaba mirando le trajeron feos recuerdos.

Recordó que cuando era niña había deseado tener un peluche y que entonces ilusionada se lo había pedido a su madre, pero como ella nunca la escuchó después se lo había pedido a Franklin.

—¿Quieres un peluche?, bueno lo tendrás. Dame tiempo para conseguírtelo— le había respondido su hermano.

—¿En serio franklin?—le había preguntado emocionada

Claro, tonta— dijo él.

Y cumplió. Días más tarde le trajo un osito de peluche chocolate, que estaba cocido en un ojo.

Su emoción solo había durado hasta el día que fue a sus clases dominicales con el párroco porque ahí, una niña que le vio el peluche se le acercó y la acusó de la ladrona.

Franklin le había conseguido el peluchito de mala manera. Tal parecía que la niña se había descuidado un segundo que entró a su casa y había dejado el peluche en el jardín, entonces Franklin aprovechó el momento para robárselo.

Recordó que se había sentido destrozada cuando tuvo que entregar el peluche a su verdadera dueña.

Luego de ese día nunca más tuvo un osito.

Primero porque nunca tuvo el dinero suficiente para conseguir uno cuando era niña, segundo porque había perdido las ganas de tener uno después de lo que había sucedido.

—¿Desea un peluche?— le preguntó la guapa dependienta.

Marion salió de sus pensamientos, negó con la cabeza y siguió caminando.

La feria era un despliegue de belleza. Todo estaba adornado de color dorado. Los puestos, las guirnaldas, los globos. Todo.

Stephen dejó al vicario atrás y se acercó al puesto donde había estado Marion.

—Excelencia— exclamó efusivamente la dependienta. Stephen la reconoció. Era Sofi, la hija de uno de los trabajadores de uno de los apareceros de sus tierras. Una chica que se había llevado a la cama cuando era un adolescente irresponsable.

—¿Qué tal? ¿Cómo estás?— le preguntó, cortés.

—Bien, aquí contenta de verlo— susurró ella insinuante inclinándose sobre el mostrador.

—A mí también me alegra verte— le contestó él serio para que ella dejara esa actitud. Entonces preguntó:— ¿Oye que oso estaba viendo la muchacha que estuvo hace unos momentos aquí?

Esa pregunta descolocó a Sofi solo unos segundos ya que después hizo un gesto de entendimiento.

—Ah esa es su prometida ¿no?

—Si

—Está bien bonita. ¿Cómo se llama?

—Marion— contestó impaciente. Entonces suplicó:— Sofi dime que oso le gustó a Marion.

—Bueno en realidad ninguno— le respondió la chica— Ella parecía ida, como si su mente estuviese en otra parte.

—Ah— susurró Stephen desilusionado.

Ojala le hubiese gustado un oso, así él se lo hubiese regalado y la habría sorprendido— pensó.

—Tal vez estaba pensando en usted— le dijo Sofi mordiéndose los labios sensualmente como enviándole el mensaje: Estoy disponible— Es muy difícil sacárselo de la mente, excelencia.

Stephen ni le prestó atención porque en ese momento los celos empezaron a carcomerlo.

¿En quién pensaba Marion? ¿En ese maldito de Daniel?

La diosa del deseo, COMPLETAWhere stories live. Discover now