Capítulo 31

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—¡Es hora de despertar rata! —dijo Stephen a Reynolds Combs, horas más tarde, luego de echarle un balde de agua helada, traída de un rio cercano.

Él viejo flacuchento y calvo abrió los ojos y cuando lo vio y se dio cuenta que lo tenía amarrado a una viga del techo, en un cuarto tenebroso donde apenas entraba la luz del amanecer, hizo una mueca de terror.

—Recuerdas que una vez te dije que la ibas a pasar muy mal, si me enteraba que me engañabas, respecto a Marion... —le dijo Stephen, mostrándole unas pinzas oxidadas. —Bueno hoy te cumpliré esa promesa. Hoy me vas a pagar todo el daño que le has hecho.

Reynolds ante estas palabras empezó a revolverse asustado y luego, cuando su verdugo se le acercó con el artefacto, gritó:

—¡No, no me haga daño! ¡por favor!

Stephen rio sin alegría ante esta súplica y le pinchó una pierna a Combs, cortándolo superficialmente.

—¿Por qué voy a escuchar tus súplicas, cerdo? ¡Por qué! —le gritó él, furioso, halándole lo que le quedaba de pelo, para que lo escuchara de cerca—¿Acaso tu escuchabas las de Marion cuando te dijo que no quería prostituirse? ¿acaso tu tuviste piedad de ella alguna vez?

—Yo nunca le hice nada a Marion, se lo juro...—decidió mentir Combs llorando a mares, a ver si se salvaba de la ira del duque—Ella sola llegó a mi burdel...y ella sola dijo que se quería prostituir...

—¡MENTIRA! —gritó Stephen propinándole un puñetazo a Combs en el estómago, que lo hizo quedar sin aire y tensar las cuerdas del techo, aullando de dolor—¡Yo sé lo que le hiciste! ¡yo sé que la chantajeaste y le robaste a Danny! —continuó Stephen, ahora volviéndole a halar el cabello, para exigir: —¡Ya mismo quiero que me digas donde está la bebé!

Combs, siguió llorando y diciendo que él no sabía nada.

—Excelencia suélteme...por favor...yo soy inocente... —volvió a rogar, babeándose de pánico.

Stephen se alejó de él para aguantarse la ira de matarlo antes que le dijera lo que quería saber, así que más calmado tomó una silla y se sentó a horcajadas, para decir:

—Puedo ser indulgente si me dices donde te llevaste la bebé.

—Que yo no sé nada. —insistió Reynolds en seguir mintiendo.

—Bueno entonces una cirugía rápida con este bisturí te podrá refrescar la memoria—dijo Stephen tomando el objeto puntiagudo de la mesa que tenía al lado, para acercárselo.

A Reynolds Combs se le tensaron los dientes al ver lo que le haría y fue por eso que decidió utilizar otra táctica para salvarse de su violencia:

—Mi lord yo no fui la única persona que dañó a Marion. —susurró lastimero, aceptando por fin la verdad, pero queriendo echarle el muerto a él. —¿O no recuerda que fue usted él que le rompió el coñito virgen?

Stephen se quedó quieto unos instantes al registrar sus palabras.

—Usted es más culpable que yo, excelencia. Usted era quien se gozaba su cuerpo todo el tiempo y fue usted quien la llevó a la muerte.

—¡Ella no está muerta! —le dijo Stephen, temblando y viéndose gravemente afectado por lo que había dicho el viejo. —Eso te lo hicieron creer maldito. Ahora Marion está conmigo y nos casaremos.

Reynolds maldijo a la traidora de Sara, quien por lo visto también lo había entregado a infeliz hombre y sintiendo que le dolían las muñecas, las piernas y el estómago, decidió seguirse jugando la última carta: hacerle daño emocionalmente a su verdugo a ver si conseguía ganar tiempo y escapar.

La diosa del deseo, COMPLETAWhere stories live. Discover now