Capítulo 8

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A pesar de estar un poco dudosa y cansada mientras caminaba por el camino de adoquines de piedra blanca que la llevaría a los límites de su reino querido, Leonor Hood daba pasos firmes y determinados a cumplir su ambicioso sueño, su mirada estaba fija en el horizonte, donde se podían ver las dunas del desierto, decidida a no volver atrás hasta cumplirlos.

Después de dos horas de caminata observando los verdes prados y los dorados campos de trigo de los esforzados campesinos de Leodria se dio cuenta de lo desolado que estaba el camino, siempre pensó que una vez pasado Las Ardes y alejarse de La Antorcha seria un viaje mas bullicioso y poblado, con viajeros y carromatos llevando gente a sus hogares, o campesinos llevando su ganado a pastar, pero por algún motivo el silencio y el sentimiento de abandono predominaba en el camino real; sin embargo, la tranquilizaba la brisa que abrazaba y levantaba su largo cabello rubio, las hojas de los árboles susurraban paz y tranquilidad en un día soleado de verano, los adoquines desaparecieron dejando lugar a un camino de tierra clara.

– Que no daría por un vaso de Aguamiel... – dijo en voz alta.

Al costado del camino pudo ver la entrada a una casa abandonada, a un lado había un pozo de agua.

– Eso servirá... – dijo.

Vio el pozo y tiró de la cuerda que sostenía el pequeño barril, el peso al levantarlo indicaba que estaba lleno de agua, cuando lo saco bebió hasta satisfacer su sed y se mojó un poco el cabello, el sudor mojaba el cuero de su armadura y recorría su pecho refrescándola, busco una forma de llevar agua para el arduo viaje que debía hacer, cuando fue detrás de la casa Leonor se dio cuenta de que el territorio de la casa abandonada no tenia límites, no habían cercas, no había tierras aradas, solo el verde y basto llano.

–Territorio del reino... –Dijo la joven sabiendo que eso significaba, ese lugar lo usarían como un puesto de avanzada, sabia que este llano no estaría cuando vuelva y en vez de eso estaría lleno de torres militares, cuarteles y soldados del reino, "Quizás a modo de defensa... siempre es de defensas", pensó Leonor.

– Un total desperdicio de belleza... – dijo soplando su flequillo.

Al otro lado de la casa escucho el relinchar de un caballo.

– ¿Reginaldo? – le dijo al caballo, este respondió levantándose en sus dos patas traseras y zapateando el suelo fuertemente.

– ¿Te envió mi hermano? Si... ¡Azrael te dijo que vinieras! ¡A que si! – dijo mientras acariciaba a su corcel real, una semental de alta alcurnia, fornida y de pelaje blanco como la nieve que cubría las montañas Rigotón, cargaba equipo de guerrero y provisiones en dos mochilas laterales adosadas a su silla.

–Bueno Regi... – dijo subiéndose a su corcel. – ¡Vamos! – Gritó Leonor golpeando levemente a su yegua, esta inició un raudo galope hasta la entrada del prado hacia el camino real, las herraduras de Reginaldo castañeaban en los adoquines de la ruta y relinchaba fuertemente mientras tomaba velocidad.

A Leonor se le revolvía el estomago y estaba sumida en pensamientos profundos, extrañaría a sus cariñosas criadas y sirvientes, a su querido padre, el Rey, pero extrañaría mas que nada a su querido hermano Azrael, que mantuvo siempre viva la esperanza de una vida llena de sueños cumplidos, gloria, y honor.

Las alas de Arcángel y la antorcha envuelta en llamas que adornaban el blasón de armas del reino estaba plasmada en cada uno de sus ropajes, si que para no ser identificada los arranco de sus costuras doradas.

"Tengo que aprender que para portar el escudo de armas tengo que ser una verdadera guerrera" pensó mientras recordaba a los Arcángeles Maestros entrenando a los Kerubines recluta, que era un arduo y largo entrenamiento que constaba de cinco años, donde se ponían a prueba todas sus destrezas, por el mundo recorren canciones e historias sobre el poderío del ejercito de ángeles de Fragua, en el Podio de legendas que se luce en el gran castillo están gravadas cuidadosamente en piedra blanca los guerreros que participaron en históricas batallas de Fragua desde el tiempo en que reinaban los primeros hombres, todos sus restos fueron ascendidos al cielo que su nuevo credo demandaba. El gran Groug Martillo danzante, el General Rocco que según cuenta la leyenda descendió al inframundo a luchar contra los demonios o el sabio Thonos, que líderó el ejército a los bosques del sur y destruyó la gran muralla que construían los trasgos para detener la afluencia de agua dulce a Ogaden hace cientos de años.

Crónicas de Gaia: Libro PrimeroUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum