Ella

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Cuando se despierta primero abre los ojos y me mira. Su mirada me fascina aún tupida por el sueño. Es como si sus ojos de chocolate fueran ventanas entre abiertas, velos semicorridos, al universo de sus fantasías donde aún yace parte de su conciencia. Después pestañea y la entrada mágica desaparece, una vez más me tengo que conformar con ese vistazo fugaz a los entresijos de su alma. El resto del tiempo ella me sigue pareciendo un misterio.

Es de las que se despierta deprisa, un pestañeo y ya ha espantado el sueño, como si se le fuera la vida si se queda en la cama. Nunca recuerda lo que sueña, ella dice que porque sueña demasiado despierta no le queda sitio para soñar dormida.

Pero yo sé que no es cierto. Lo sé porque​ a veces me despierto de madrugada y la miro mientras duerme y la escucho murmurar cosas ininteligibles y cambiar las luces y sombras sobre su semblante. Luego me quedo dormido, suplicando en secreto a las libélulas que guardan nuestro descanso, que me permitan entrar en su sueño y soñar con ella.

Cuando despierto no sé si he soñado con ella o la he soñado a ella, pero no importa porque entonces ella abre los ojos y me mira y pestañea y siempre siempre me sonríe. Y me besa.

Generalmente ella huele un poco a mí, al sudor de nuestros cuerpos entrelazados, al sexo de la noche anterior. Me gusta olerla. Y me encantan esas raras mañanas en que no tiene prisa y me deja seducirla a fuego lento entre las sábanas y beberla entera a pequeños sorbos, para que me dure más, para que no se me agote nunca. Esas raras mañanas en que puedo secuestrarla, en que ella me permite capturarla y cautivarla.

Esas raras mañanas en que me deja enredar mis dedos sin aspavientos en sus bucles castaños. Ella odia su pelo de recién levantada, esa maraña de desconcierto que anida sobre su cabeza. Dice que parece una mopa vieja y despeinada. A mí me encanta. Me recuerda a su pelo después del sexo. Al desorden con que pongo su vida un poco patas arriba. Me parece que está preciosa, con su melena de rebeldes tirabuzones huracanados y los ojos entrecerrados velados aún por el sueño y su naricilla salpicada de pecas... Me recuerda a un hada díscola que por accidente hubiera caído en mi cama y ya no hubiera querido marcharse.

Esas mañanas me siento vivo, más vivo de lo que me he sentido nunca, como si antes hubiera estado solo vivo a medias, funcionando a medio gas como un sucedáneo de mí mismo. Me siento vivo y me pregunto cómo pude haberme creído vivo antes de ella.

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