Capítulo 41 Reencuentros

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Tenía muchas cosas que decirle a Robert Bennett y no sabía por dónde empezar. Él tampoco lo ponía muy fácil que digamos porque al tiempo que estuvo a un paso de mí apenas me dio una mirada y siguió de largo diciendo —: No hay tiempo para reencuentros nostálgicos, necesito saber qué pasa con mi hija.

Giré en redondo y, conteniendo todo el aire, empecé a caminar detrás suyo. Con una seña lo guié al Jaguar y sin siquiera hablar, se embarcó al vehículo de color negro.

El aire en el auto se podía palmar de la tensión, se había solidificado asfixiándome y haciendo que nerviosamente maniobrara el cuello de mi camisa atada con una corbata de seda azul. Con el rabillo de mis ojos miraba a aquél hombre sentado de forma recta en el mismo asiento en el que estuvo Eloise hace más de un mes. El parecido con él era impresionante, no podía negarla aunque quisiera.

Pero más que apreciar su parecido con la mujer que aún tenía mi mundo de cabeza, mis pensamientos estaban completamente dirigidos a un tema en específico: Mi culpa en su despido hace once años. Y no el simple despido, en la traición que hice después que me ayudó tanto cuando las cosas estaban mal en mi vida. Mi madre salía con otro hombre, mi padre apenas me miraba y mis capacidades para relacionarme de la mejor manera en la escuela eran pésimas. Para ese tiempo solo Marie Kate y Robert eran el salvavidas que la vida me había lanzado.

Al final de mis catorce, mi madre me abandonó, y contribuí para que Robert lo hiciera sólo por la chica rubia que al final también tomó su camino alejado del mío.

Ya que dicho hombre no tenía la mínima intensión de pronunciar palabra, forcé el denso aire en mis pulmones y apreté mis manos en el volante mientras pisaba el acelerador rumbo a un tranquilo bar en una calle importante y concurrida de San Diego. Mi miedo a su rechazo era alto, por más que quisiera negarlo muy dentro de mí, quería que luego de contarle todo se apiadara de mí y me abrazara fraternalmente como lo hacía. No sabía cuán importante era la relación que teníamos, con Eloise fuera de mi vida y él rechazando si quiera mi presencia, no sabría cuánto más podría soportar con esta existencia. No quería volver a la inmunda vida que llevaba. Me negaba completamente a hacerlo por más que lo necesitara para olvidar la lista de personas que siempre quise pero que nunca pude mantener.

Quince minutos más y ya me sentaba en una mesa de caoba pulida con Robert en frente y con un señor bien arreglado y con acento refinado tomando unas ordenes de Jack Daniel dobles.

Mi mirada se dirigía a todos lados menos a él. Mis hombros estaban tensos apoyados al espaldar de la silla y mis dedos tamborileaban en la mesa brillante.

—¿Qué pasa con mi hija? —Su rasposa pregunta llegó brusca a mis oídos.

Finalmente lo miré y noté que detrás de sus ojos cansados estaba una genuina preocupación, que el aspecto duro solo lo usaba porque me veía como un trabajador más de la aerolínea que lo dejó en bancarrota y lo tachó de ladrón ante todas las demás.

—Soy Daniel, Robert —dije en un intento porque viera el chico de trece años, pero yo sabía que no lo era más. Sólo era un recuerdo de ello.

Su eludible suspiro y la manera en que tomó su cabeza en sus manos confirmaron lo que había pensado.

—Lo sé, lo sé. Yo solo... mi mujer hace unas semanas que está extraña, mi hija no quiere hablarme, enferma y luego tú apareces diciéndome que es posible que no esté en mi casa —exclamó con frustración en su voz.

Lo miré penetrante y aclaré —: No está en tu casa, Robert.

Me devolvió la misma mirada verdosa de Eloise. En ese momento me dispuse a desaparecer su incertidumbre. No había que esperar más 

Una Vida Contigo © Terminada. Where stories live. Discover now