Capítulo 36 Dos almas, un solo ser

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"Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos,
con la embriaguez de la pasión más loca,
y que mi ardiente vida se apagara
al soplo de los besos de tu boca!"

-Manuel María Flores.

La larga manta de cabello color caramelo se extendía encima de los almohadones que coronaban la cabeza de Eloise. Rodeando su sonrojado rostro por la expectación y la timidez del momento.

Exhalé por ella y su belleza, alcanzando mi pulgar a su labio inferior, acariciando su suavidad, obsesionado e hipnotizado por ellos. Pero al mirarle los ojos llegué a la conclusión que era toda ella lo que me traía fascinado. Su confianza en mí, el brillo de su rostro, el anhelo de un amor correspondido y la felicidad del momento.

Había miedo, pero sus ojos y la forma en que estaba dispuesta para mí me dijeron que sólo era por el acto en realidad. Me dio la llave para seguir y colmarla de placer y dicha. Para hacerle olvidar un pasado sombrío, para hacer brillar la bruma de su mirar.

Lo cierto era que, no había nada en éste mundo que no haría por ella, y mi plan de esperar un tiempo se podía ir al demonio. Después de ella no habría otra. Ninguna podría alcanzarla y sería un estúpido si no me diera cuenta de la belleza interna y externa que poseía.

Tenía esa capacidad de hacer mi día mejor, de tenerme atento a cualquier cosa que dijera, de calentar mi frío corazón y de formarme una sonrisa en todo momento.

Sonreí para ella y bajé mi diestra junto con mi mirada a su cuello, disfrutando de su cálida piel, dejando que mis impulsos tomaran posesión del momento dada la libertad que le habían cedido.

La misma libertad de recorrer y poseer a gusto el cuerpo y alma de la persona que tenía mi corazón en sus manos. La libertad de acariciar con mi índice su clavícula y la de desviar mi camino para bajar el delicado tirante de su hombro y besarle con parsimonia, con ligereza, con adoración. La de ir por el otro y hacer lo mismo, con un beso de más ésta vez.

Quería bajarlo fácilmente y obsesionarme con la vista, pero no estaba tan seguro que fuera verdad lo ofrecido a mis manos porque al momento de querer desproveer su piel de cualquier prenda, mi boca bajó a su oído para asegurar lo deseado. —Eloise —le llamé en voz baja, y no tuve más respuesta que un asentimiento de cabeza afirmando su petición.

Fue entonces que tomé el honor de deslizar su vestido por sus brazos hasta sus generosas caderas, tomándome el atrevimiento de acariciar su tersa piel al recorrido. Pero no fue su suspiro al hacerlo lo que me quitó el aliento, sino lo que reveló el despojo.

Queriendo más de ello, profundamente entusiasmado y con el corazón  en la boca, me trasladé sin recato a sus caderas y la liberé del último trozo de satén y encaje negro que cubría su piel. Exponiendo ante mí su exquisita desnudez, sus secretos, sus escondidas marcas y su confianza.

Una espléndida figura que tenía a mis ojos retenidos en cada línea y curva. Y entonces, a la luz de la pequeña lámpara de la mesita, me embriague de ella, me obsesioné y fascine.

Cuando miré hacia arriba, a su rostro, un  sonrojo hacía su camino hasta su esbelto cuello. Al igual que sus manos tratando tímidamente de resguardar su expuesta piel.

Tomé su mano de su pecho y la besé mientras bajaba mi cuerpo a su lado, todavía admirando su desabrigo y cada pequeño lunar que resguardó para ella. Como uno en su cadera izquierda.

Mis dedos no pudieron evitar ir a el a acariciarlo, a admirarlo, e ir hacia arriba de nuevo. Con mi mano completa trazando la suave piel de su estómago, subiendo por el valle de sus pechos y llegando a su cuello, sintiéndola tragar profundo.

Alcé mis labios a su cien y logré pronunciar de nuevo aquellas palabras que la definían a la perfección —: Valiente y hermosa, Eloise.

Una pequeña sonrisa llorosa tiró de sus labios y giró su rostro para besar mi boca. Dulces y delicados labios que me dejaron para correr sus manos a los botones de mi camisa. Sonreí y ayudé a sus temblorosas manos con el fin de quedar como iguales en una pasión de dos.

Cuando mi cuerpo estuvo a la par con el suyo, la besé y bajé nuestros cuerpos juntos haciendo que una tormenta de sensaciones y fuego viajara por nuestras venas. Su tersa y delicada piel encontrando la mía tenía el efecto de encender el más frío hogar.

Sus virginales manos trazando mi espalda evocaban sentimientos que había jurado nunca tener. Pero era ella, era Eloise y ante eso no podía hacer más nada que rogar clemencia para mi débil corazón. La jalé contra mí, más cerca para probar sus labios, y eso era néctar en mi boca y fuego en mis venas. Me sumerjí en su esencia provocando un frenesí en mí, uno que al tenerla conmigo, de esta manera, era imposible de controlar.

Y el momento fue fugaz y abrazador.

Mis manos hicieron de las suyas, tentando, mordiendo, jalando y dibujando cada línea, curva y montículo de su cuerpo. Mis dedos provocaron en ella suspiros de gloria en lugares prohibidos. En lugares donde había una erupción de sensaciones. Susurrando un "por favor" y respondiendo con una caricia más amable y erótica.

Observé embelesado como las sabanas a su alrededor eran su acobijo y agarre para su enloquecido cuerpo.

Arqueada en todo su esplendor, abracé y besé cada centímetro de Eloise. Escuchando y sintiendo como se estremecía contra el mío.  Tomando cada minuto de ese momento para explorar hasta el más minúsculo átomo de su cuerpo,  llevándola más allá de este lugar.

Y surgió, entonces, esa pasión desbordada que aseguran los poetas que existe. El deseo intenso de tener a la otra persona más y más cerca hasta fundirla con tu ser. El inefable sentimiento que produce la unión de dos almas en el corazón. El desborde de adoración por el otro.

Tomé sus caderas y entonces estábamos conectados: boca, miembros, cuerpo, alma. Es algo brillante y electrizante. Una explosión de sensaciones y colores escarlata. Levanto mi mirada hasta su rostro, necesitando verla.

—Elie —le susurro con mi voz agitada y urgente.

Ella abre sus ojos, con lágrimas en ellos, y me acerco para unir nuestras frentes. Abrazándola, temiendo.

—Estoy bien —logra decir en medio de un suspiro y una sonrisa, enterrando sus manos en mi cabello, jalándome contra ella.  Entonces beso sus mejillas, su nariz, su frente y sus dulces ojos haciendo el momento perdurar. Y al final, y sin resistir, vuelvo a tentar su boca, meciéndome contra ella, buscando la culminación a un ritmo tan antiguo como el tiempo mismo. Recreando sensaciones puras y vitales, apasionadas y enloquecedoras. Provocando suspiros y gemidos que colmaban oídos. Evocando la dicha y el placer más primitivo en todo su cuerpo y el mío. Haciendo estallar corazones y anhelos.

Ayudándola a alcanzar la cima y el olvido.

—Daniel... —Pruebo mi nombre en su boca, y le ruego —: Quédate conmigo.

En todo momento. Todos los días. Para siempre. Eloise era calma y alegría. Era un alivio para mi fría vida. La necesitaba como el aire.

La miré otra vez, observando la viva imagen del placer y el amor, algo infinitamente hermoso. Llegando al punto más alto. Brillando, estallando.

Y finalmente, en mis brazos férreos Eloise se arquea y exclama su dicha marcando mi espalda en rojo. Y al instante está deshecha, ligera y relajada contra mí. Su boca suspirando por aire, sus brazos buscando resguardo y su larga figura temblando debajo de mi cuerpo. Y yo la sigo, con un explosión en mi interior que convulsionó mi cuerpo, apenas consciente de lo que me rodea a, a parte de ella y su calor. En un gruñido satisfecho enterré mi rostro en su cuello que transpiraba un exquisito aroma. La saboreé.

Era algo que nadie me había dado. Me hizo olvidar el pasado, el futuro y quien era yo. Y no necesité alcohol, o bares o mujeres en fila. Sólo ella. 

Calma, dicha y olvido.

Mi pecho fue almohada para su vibrante cuerpo. Mi boca cerca de la suya bebió su respiración agitada,  sintiéndola disminuir a medida que se entregaba al mundo de los sueños. Incluso en el, aferrándose a mí.









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