Capítulo 20

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Tiempo.

Una pequeña palabra que abarca demasiado. Eso era lo que necesitaba en este momento mientras estaba en el taxi rumbo a casa. Tiempo para asimilar lo que mis oídos habían captado de sus labios.

─East Village, calle 85, Ben. Estoy cerca de casa como vez, campeón, pronto estaré ahí he iremos a comer pizza. ─En la lejanía escuchaba hablar en una voz rasposa al hombre. Bloqueé su sonido y me enfurruñé en el asiento mientras aguantaba mis sollozos en mi garganta. Sentía como mis ojos se inundaban de lágrimas.

Lágrimas por saber que la vida solo me deparaba pérdidas.

Daniel había dicho las palabras. "Te quiero"... y si él me quería podía tenerme. Malditamente lo hacía. Si él me pedía mi corazón, yo se lo daría complacida. Pero él añadió otras que simplemente destrozaron lo que ya poseía en sus manos.

Ni en un millón de años pensé en sentir algo más que rencor por el causante de la ausencia de hogar cuando tenía ocho años.

Cuando moría de frío en la estación de servicio prometí a quien sea que me escuchara que lo iba a encontrar y le iba a hacer sentir lo que yo sentí en ese momento. Miedo, frío e incertidumbre sobre donde iba a parar.

Pero había sido Daniel. Un Daniel de trece años inconsciente e impulsivo. Y, entonces, ya no sabía cómo sentirme con respecto a mis sentimientos por dicho culpable. Porque simplemente era el hombre que me había hecho besar la libertad en el asiento trasero de una Ducati.

─Señorita... mmm, ¿es éste el lugar? ─preguntó nervioso el taxista.

Ante eso me soné la nariz y pestañeé para limpiar mis ojos de lágrimas. Pero no pude hacer nada con mi voz débil.

─¿Genesse Ave, 4310? ─pregunté, sonando rasposa por el nudo que quemaba mi garganta.

─Sí, señorita.

─¿Casa 654? Es una verde agua ─repetí lo que mamá había dicho el verano pasado cuando renovó la casa.

─Ya la veo... Sí, estamos aquí ─confirmó y sentí como el auto dejó de moverse. Tanteé por la manilla y abrí.

─Sí, espere un momento, iré por el dinero ─mencioné mientras salía del auto cuidadosamente.

─Ya está pago, señorita ─lo escuché decir.

Suspiré y asentí. ─Entonces, gracias, que tenga un buen día.

Iba a dar un paso pero escuché al hombre nuevamente.

─Señorita, ¿podría tener su número? Nunca me he acostado con una como usted.

Escuché y mi boca se abrió en sorpresa. Del susto solo empecé a caminar en cualquier dirección menos en la de él. En mi cabeza sólo podía escuchar las advertencias de Daniel. Respiré nuevamente cuando el taxi desistió y lo escuché arrancar. Lo malo era que había perdido mi rumbo.

─¡Estás yendo en la dirección equivocada, Eloise! ─Una voz cargada de años se escuchó a mi derecha. Era como si hubiera caído del cielo. No sabía a donde me dirigía.

─Siga hablando, Señor Nicolás ─le decía mientras cambiaba de dirección hacia donde lo escuchaba.

─¿Qué te crees que soy? ¿Megáfono? Ya estoy bastante viejo como para desperdiciar la poca energía que me queda haciendo de perro guía. ¿Dónde está ese animal tuyo? ─gruñía mientras yo le seguía la voz. Increíblemente una pequeña sonrisa se plantó en mi cara ante mi vecino gruñón, a pesar de lo que mi corazón reflejaba. Sabía que me estaba ayudando, pero debía mantener su reputación para tener a los niños alejados del césped.

─En casa ─respondí acercándome más.

─Mira, no vayas a rayar el escalón. Que lo ha pintado Peter este fin de semana. ─Elevé mi pierna y, efectivamente, ahí estaba el escalón. Subí los cuatro que sabía faltaban.

El olor a tabaco viejo y talco me invadió y paré justo en frente. Ahí estaba.

─Gracias, Señor Nicolás. ─Le sonreí débilmente.

─Sí, sí. Siéntate. Maggie fue de compras así que puedes ser buena chica y hacerme compañía en la otra mecedora ─gruñó y oí la mecedora crujir con su peso. Di un paso adelante y toqué la siguiente. Me senté de igual manera.

Solté el aire contenido y me relajé. Al menos aquí podía tener un poco de paz. Lo que menos quería era entrar en mi casa para ser acosada por las preguntas de mi madre. Así que escuchar la vieja voz del señor Nicolás, el vecino del al lado, fue una bendición. Recosté mi cabeza al espaldar y suspiré. No fue muy lejos cuando los problemas volvieron a cobrar cuenta.

─Mira, muchacha, es el tipo que se la pasa contigo. ─Escuché su voz y luego el rugir de la moto disminuir unos metros más allá, suponía, frente a mi casa.

Me erguí en la mecedora, esperando por lo que iba a hacer. No sabía si quería volver a oír una palabra de él. Estuve agradecida por el frondoso porche del señor Nicolás, me había contado sobre su tiempo decorándolo, y por su descripción, era imposible que me viese desde allá. Pero para mi mala suerte mi bolsillo trasero empezó a vibrar con el tono de Daniel deparando lo inevitable. Estuve por dos llamadas en el dilema de si contestarle o no. Mi corazón no necesitaba más. Pero era débil cuando de él se trataba así que esperé unos segundos antes de hablar para que el teléfono tomara la tercera llamada.

─Elie ─suspiró en alivio─, Dios, ¿estás en casa? ─escuché su voz aliviada a través del teléfono y en la lejanía. Oírle otra vez era una tortura, hacía cosas en mi ser que nadie podría explicar en palabras. No veía venir el día en el que borrara de mi cabeza ese tono grave.

─Lo estoy ─dije cortante, tragando la bola de emociones que se alzaba desde mi estómago hasta mi garganta. Unos segundos interminables pasaron antes de volverlo a escuchar.

─Pensé que... ─paró y suspiró─. Lo siento, Elie ─repitió. En su voz escuchaba tristeza y remordimiento. Sólo pude cerrar mis ojos con fuerza aguantando las lágrimas y a mi corazón saltarse un latido. Cuando no dije nada en respuesta, él se despidió─. Adiós, entonces.

Un momento después volvió a rugir la Ducati y su sonido pasando frente a mí arrancó un lamento de mi pecho.

─¿Y a éste que le pasa? En las noches no me deja dormir con esa endemoniada moto y ahora simplemente se va. Ya esta generación la perdimos. ─Mientras el señor Nicolás seguía gruñendo, mi corazón se estrujaba al pensar lo que había hecho.

¿Cómo un simple hecho del pasado me había separado de él? Del Daniel que no soltaba mi mano para que no me tropezara. Del Daniel que se preocupaba si tenía bien puesto el casco. Del Daniel que me preguntaba incontables veces si sentía frío.

Del Daniel que cruzaba la ciudad solo para asegurarse que había llegado a salvo en un taxi.

Cuando por fin encontraba a alguien que valía todas mis sonrisas, la vida ponía trabas para asegurarse de no tenerla. Era como si quisiese probarme hasta donde mi resistencia podía llegar.





N/A: Se que no es mucho. Que ustedes quieren saber que pasa con estos dos; pero no desesperen que el próximo está casi listo. Les iba a subir los dos juntos pero pensé que sería mejor darles este mientras finalizo el siguiente. ¿Les está gustando la historia? Saben que sus comentarios y votos valen el mundo♥♡ 

Una Vida Contigo © Terminada. Where stories live. Discover now