La mañana siguiente, viernes, las cosas amanecieron mal entre Benjamín y Arturo. Benjamín en la noche anterior había seguido insistiendo en lo que había o creía que había visto en la calle, mientras Arturo, visiblemente desesperado, trataba de calmarle, proponiéndole fracasadas razones de sentido común hasta acabar perdiendo la paciencia:

–¡Déjate de cojudeces! –le gritó– ¡No era y punto!

Benjamín ya no dijo nada, sólo se puso de pie y entró en la cocina; se oyó el ruido de platos, ollas y agua del fregadero, mientras en la sala Arturo se quedó solo, arrepintiéndose de haberle levantado la voz así. Nunca antes lo había hecho y se preguntaba si Benjamín se había resentido.

Cuando Benjamín terminó su quehacer, encontró a Arturo levantándose del sillón:

–Me voy a la cama, gatito… ¿Vienes?

–No, Arturo. Voy a hacer un trabajo hasta más rato –contestó Benjamín–. Descansa.

Arturo asintió y entró al primer dormitorio.

–Disculpa si sentiste que te grité –dijo, mientras se desvestía–. Entiendes, ¿no?... pues…

–Está bien. Todo está bien.

–Bueno.

Pero no todo estaba bien. Así se acostaron, y ahora eran dos personas tomando el desayuno en silencio.

Y es que Arturo no sabía qué decir o qué callar; mas bien estaba que quería gritar de consternación, de impotencia, al pensar cómo se desmoronaba Benjamín (su Benjamín) sin encontrar forma de ayudarle. Eso lo tenía aterrado: era como ver el cielo pasando de azul a gris y estar conciente de no tener la fuerza para evitar que el Sol se acabara de apagar y lloviera. Y era una tormenta lo que se avecinaba.

–Se me hace tarde para mis clases –dijo Benjamín, y se levantó de la mesa sin decir más.

Arturo lo vio salir con su mochila por la puerta como si no fuera a volver. “Así que es esto”, pensó. Sólo le quedaba una esperanza: salió a la ventana para comprobar que aún estaban los gorriones en el balcón. Efectivamente, seguían como si nada, atareados en su nido, sin importarles el ruido y el humo de la calle. “Así que es esto lo que debo hacer”, se dijo, y salió a alcanzar a Benjamín. “Si a esto me han llevado mis actos, desafiaré Cielo e Infierno”.

–¿Qué haces aquí? –le preguntó Benjamín alarmado, en un susurro, cuando lo vio parar el bus y sentarse junto a él a medio vestir.

–Lo sé –replicó Arturo, con calma–. Pero tenemos que hablar ahora. Quiero poner las cosas en claro entre ambos.

–¡Las cosas en claro!... Tú me tratas como si fuera un niño, y así no es.

–No es cierto.

–Entonces piensas que estoy loco… Quizás esté de acuerdo contigo, quizás debamos dejarlo.

–Te amo.

Benjamín se asustó más, después de todo estaban en un sitio público:

–Tú sí que estás loco… ¿Cómo se te ocurre venirme con eso aquí?

–¡Para lo que me importar fingir y disimular, carajo! –declaró, casi gritó, Arturo– ¿Sabes lo que haremos? Mandaremos a la mierda a todos, nuestras familias, nuestros amigos, todos, y dejaremos de esconder lo que sentimos entre nosotros.

–Pero…

–¡Si no hubiera sido por que fuimos cobardes no hubiéramos hecho lo que hicimos! ¡No podemos volver atrás, es cierto, pero debemos seguir adelante. Debemos seguir nuestra vida pues estamos vivos! ¡Y no necesito a nadie más sino a ti!... Sólo a ti…

Benjamín tragó saliva:

–Pero ella…

–¿Ella? –se rió Arturo– Te voy a decir lo que pienso de ella –Y se lo dijo. Luego continuó: –Quisiera ver que tratara algo. Tú y yo seguiremos juntos y que se vaya al Infierno –, y mirándole a los ojos de nuevo: –¿Estás conmigo gatito?

Benjamín se veía confuso y asustado, a pesar de que en la parte de atrás del bus donde estaban sentados ya no había nadie. Entonces sonrió a su vez, se acercó a Arturo y le respondió que sí, alegrándole el corazón.

Y se despidieron, tomándose de la mano, con un beso que se burlaba del mundo.

Hola, CarlaWhere stories live. Discover now