A Arturo se le consideraba un hombre no mal parecido: alto, con el pelo siempre impecablemente cortado, de gestos seguros, varonil, no tenía esa aura afeminada del estereotipo del homosexual. Eso, talvez, porque en rigor no sentía que lo era. Había tenido varias enamoradas (mujeres), acaso más de las que le correspondían, e incluso hacía unos años casi se había casado. Así que, con sus veintiocho años de edad, no podía negar que tenía un cierto éxito con el sexo opuesto, talvez por el hecho de trabajar en un canal de televisión rodeado cotidianamente de mujeres de todos los tipos y algunas de las más atrevidas y desinhibidas que se pudiera encontrar, y a pesar de ser sólo el coordinador de estudio del turno de la tarde. Oportunidades, así, nunca le faltaban.

Pero ahora estaba con Benjamín, su loco amor, y a pesar de lo complicado que a veces le resultaba, le era fiel. Así eran las cosas...

Llegando al trabajo, e instalado en su switcher, lo primero que hizo fue cumplirle lo que le había prometido a Benjamín: mandó al practicante por copias del noticiero de la noche anterior y se puso a revisarlo, mientras unos utileros acababan de desarmar un escenario en el plató. Quince minutos después cayó en la cuenta de la inutilidad de lo que hacía: no estaba, ni siquiera alguna que al menos se le pareciera. La preocupación le invadió: ¿sería que Benjamín estaba perdiendo la razón? Y si así fuera, ¿cómo salvarlo de enloquecer? ¿Cómo protegerlo de sí mismo? No, aquello no había acabado, seguía interponiéndose entre ellos. Odiosa metiche.

Las horas pasaron, pero su intranquilidad no. Rechazó la invitación de sus compañeros a salir a tomar algo para festejar a un luminito que estaba de cumpleaños, y se apuró en acabar su trabajo para llegar más pronto al departamento con Benjamín.

En la calle la noche era una burla a sus sentimientos; estaba tan tranquila, tan fresca, tan agradable. Era una noche para enamorados, y Arturo se cruzó con varias parejas que cobijados en la sombra se besaban y acariciaban, haciendo así más melancólica su melancolía: las sombras en que se amaban él y Benjamín eran distintas; daría todo por cambiarlas por la luz del día.

Era jueves, los cines habían cambiado su cartelera. Talvez eso era lo que necesitaban: distraerse un poco con una buena película, o sólo salir al fresco y tomar un poco de esa tan bella noche. Decidió que apenas llegara al departamento se lo propondría a Benjamín, sintiéndose así animado: estaba haciendo algo; mientras no se abandonara a los sentimientos negativos todo saldría bien.

–La vi de nuevo –sin embargo fue la respuesta de Benjamín, más alterado que la noche anterior– ¡Estaba en la calle en la otra acera!... ¡Me sonrió! ¿Qué le daría para sonreírme? ¿Volverme loco?... ¡Amor, tengo tanto miedo de enloquecer!...

Arturo no sabía ya qué pensar; sentía que su desazón rebalsaba su pecho. La noche seguía bella.

Hola, CarlaWhere stories live. Discover now