Capítulo 7- Un merecido descanso (Sexta parte)

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Salí un poco aturdido, cargando mi equipo bajo el brazo. Así que yo era un… ¿cómo dijo Perseo? ¡Ah, sí! Un Commotio Magus Alpha. Supuse por  sus palabras que no estaría estancado en la más baja categoría por toda la eternidad  y que habría formas de escalar de posición. Pero ¿Cómo? Pronto lo averiguaría.

Salí al exterior nuevamente, bajo unas nubes negras tan bajas que sentía que podría tocarlas con tan sólo subir al último piso del edificio central. Aún tenía varias horas antes de tener que volver al taller de Magnus, por lo que decidí regresar a mi barracón. Unos chapoteos más tarde, esquivando contingentes de civiles que me recordaban vagamente a rebaños de ovejas asustadas, llegué a la grisácea construcción, de un color tan apagado que casi sugería que le habían arrancado la vida. Me adentré por el estrecho callejón y empujé la herrumbrosa puerta hacía el interior. Inmediatamente, la blanca luz artificial me abofeteó los  ojos. Parpadeé para acostumbrarme y cerré la puerta tras de mí. Los camastros de hierro estaban vacíos en su mayoría, excepto por dos excepciones. Una de ellas, a dos camas de distancia de la mía, una larga cabellera que se erguía junto a unos paquetes y bolsos.

-¡Hola Sharon!-Saludé de buen humor, al tiempo que me acercaba hacia ella. Me alegraba mucho volver a verla sosteniéndose por sus propios medios y no tirada en el suelo, inconsciente. Mi voz la sobresaltó e inmediatamente se dio vuelta. Sin decir palabra, arrojó sus brazos a mi cuello y me apretó fuertemente. Mis armas cayeron al suelo al tiempo que le devolvía el abrazo, aún sonriendo. Sin embargo, mi sonrisa se quedó congelada: estaba llorando.

- ¿Qu…qué sucede?-mi voz temblaba, por una parte por el vigor con el que se aferraba a mí y, por otra, porque este tipo de situaciones me ponía excesivamente nervioso. No era bueno para consolar a la gente. Bueno, sólo había tenido que consolar a mi hermana pequeña, pero nunca había tenido un contacto real con alguien a quien poder contener. Como respuesta, murmuró unas palabras con su rostro hundido en mis ropas.

-No he escuchado nada.-Dioses, ¿por qué era tan torpe para estas cosas? Con una mano nerviosa comencé a acariciar su espalda.-T…tranquila, no te preocupes, sea lo que sea, va a salir bien.-me sentía patético y ella seguía sin responder.- Por todos los Santos, Sharon, quiero ayudarte, pero si no me dices qué sucede no puedo más que quedarme parado, abrazándote. No creo que sirva de mucho, ¿eh?-había aprendido que lo mejor para empezar a consolar a alguien, era haciéndole sonreír. Y, milagrosamente, lo logré, aunque no de la manera que esperaba.

-Sirve de mucho, créeme. Podría estar así todo el día.-dijo, mostrando sus dientes en un intento por sonreír entre lágrimas. La abracé con más fuerza, pero el silencio se prolongaba.

-¿Y?

Sharon se separó de mí lo suficiente como para mirarme directo a los ojos, tan cerca que podría contar sus pestañas colmadas de lágrimas. Me sentí incómodo.

-Tengo miedo.-dijo en un susurro. Su mirada reflejaba sus palabras.

-¿De qué tiene miedo la soldado más valiente que conozco?-Ella río, apenas una risa tímida, pero suficiente como para que las lágrimas cayeran más espaciadamente.

-De…morir.-al terminar la frase, pareció quebrarse y comenzó a llorar de nuevo.

La ayudé con cuidado a sentarse en mi cama y, haciendo caso omiso a sus protestas, me separé de su abrazo.

-¿Por qué tienes miedo a morir? –era una pregunta estúpida. Idiota, idiota, idiota.-Quiero decir… ¿Por qué lloras ahora? Combatimos en varias misiones y nunca te vi pensar en esto.

Sharon se secó los ojos con el dorso de la mano. Se veía tan frágil así, sollozante, con los ojos rojos y el alma por el suelo.

-La verdad es que siempre tuve este miedo, aunque supongo que todos lo tenemos. ¿Quién no teme a la muerte? Pero…-se limpió la nariz con la manga de su remera negra de combate.-los demonios son cada vez más fuertes. La última vez casi no la cuento. Ni yo ni nadie, si no fuese por ti y tu… cosa del alma….no estaríamos aquí. Ninguno. Esta vez siquiera vendrás con nosotros. ¿Qué tal si esta vez es mi hora? ¿Qué tal si regreso en un… en un cajón? –las lágrimas volvieron a aflorar. Esta vez fui yo quien tomó la iniciativa de abrazarla. Ella aceptó mis brazos en silencio, con sus manos muy juntas sobre el regazo y su rostro apoyado en mi hombro.

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora