Capítulo 7- Un merecido descanso (quinta parte)

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Durante mi corta –o, al menos, corta para mí— estadía en la armería, parecía que los habitantes de FoLS se habían multiplicado mágicamente, especialmente los civiles. Hombres, mujeres y niños se concentraban en el exterior, arropados con vestimentas de todo tipo y color, sucias y rotas o impolutas y sin un agujero, ataviados con grandes bolsos o improvisados paquetes repletos de efectos personales armados con bolsas y telas, llorando o con el semblante impasible.

De mi ensimismamiento me sacó un soldado que pasaba por allí que, distraído al igual que yo, golpeó mi hombro. Luego de disculparnos, proseguí mi camino a la Biblioteca. Sólo había estado una vez allí, ayudando al Sargento Al’ba a recabar información sobre mi situación. Ahora volvería para recibir esa información de una manera más profunda, que me ayudase realmente.

El barro de las calles estaba removido gracias a los cientos de pies y ruedas que lo habían pisado, dificultándome más que nunca caminar. El bullicio penetraba en mis oídos. “Las familias cuyo apellido comience con la letra A hasta la letra D, vengan conmigo por favor.” “Niños de diez a doce años inclusive se reunirán con el maestro Ioshi, de trece a quince años inclusive con el maestro Mateo, de dieciséis a dieciocho años inclusive, con el maestro Halfhand.” “Los que ya hayan sido asignados a sus barracones, en diez minutos en la plaza central por favor.”. Los niños lloraban de la mano de sus madres, muchas de las cuales hacían lo suyo al hombro de sus esposos, quienes a su vez se mordían los labios y contorsionaban sus rostros para no derramar una sola lágrima. ¿Qué harían con ellos? ¿Los juzgarían como a Angelika? Probablemente usarían otro método, no parecía muy viable juzgar a casi dos mil refugiados.

Antes de darme cuenta, me encontré con las puertas de la enorme biblioteca. Era un edificio similar en planta a la construcción central, es decir, era hexagonal. Sin embargo, estaba completamente construido con madera. Los paneles tenían treinta metros de altura y casi diez de ancho, lo cual me obligaba a preguntarme qué clase de árbol podría tener tal tamaño y si no habría sido un desperdicio acabar con un ser vivo tan imponente. Las puertas de doble hoja me llevaban al menos medio cuerpo de altura y casi me triplicaban en lo concerniente al ancho. El interior era oscuro, casi místico, tan sólo iluminado por antorchas naranjas distribuidas sin lógica aparente, haciendo que las repisas, así como los libros y demás objetos que contenían, bailaran a mi alrededor. Los seis pisos de altura, con plataformas y bibliotecas de madera, se alzaban sobre mí como una boca de conocimiento que pretendía engullirme.

—Buenos días.—Dijo una voz cavernosa que provenía de los pisos superiores.— ¿Busca algo en particular?— Las palabras eran moduladas por un hombre parado sobre la plataforma de la segunda planta, vestido con una capa negra y dorada, con la capucha echada sobre el rostro. Tras él, el mango de un arma se asomaba sobre su hombro.

—Buscaba al bibliotecario Perseo. Mi tut... antiguo tutor, Karion, me envía para que aprenda sobre la Evocación del Alma, para poder controlarla y así no causar daño a los inocentes.—

—Así que Karion, ¿eh? Ya veo.—Se llevó una mano hacia donde supuse que estaría el mentón.—Bien, sí así lo desea Karion, así será. –Dicho esto, saltó desde el segundo piso, para caer casi silenciosamente sobre el suelo de madera de la planta baja. Un hacha plateada con gemas violáceas brillaba en su espalda.— Un aterrizaje perfecto, ¿No lo crees? —Dijo mientras se incorporaba. Sin esperar a que respondiese, prosiguió.— Bien, ahora mismo te olvidarás de todas las bobadas que te han dicho sobre el Alma, probablemente ninguna sea cierta. Así que empezaremos ahora mismo.—Echándose la capucha para atrás y dejando al descubierto una naciente calvicie, caminó hacia una estantería repleta de libros enormes. Comenzó a pasar su dedo índice por sobre los lomos, los cuales eran de toda forma, material y color: texturizados, acolchados, de cuero, de piedras preciosas, de escamas, de cartón, de papel, de metal y una infinidad más que no logré identificar.—Teorías de la muer…no. Ritos curativ…no, no, tampoco. ¿Dónde lo dejé? ¡Ah! ¡Aquí está!—Perseo se acercó hacia mí con una sonrisa triunfante rodeada de una barba entrecana prolijamente recortada. En sus manos traía, como si de una bandeja se tratase, un libraco enorme forrado en cuero con tres cerrojos dorados. El bibliotecario lo apoyó con manos fuertes sobre un escritorio que no había visto, dado que estaba escondido entre la oscuridad y, luego de extraer infinidad de llaves de uno de sus bolsillos interiores, lo abrió.

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora