Capítulo 4 - Una vela en la oscuridad

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Capítulo 4

Mi visión estaba borrosa y un agudo sonido penetraba mis oídos. Las pisadas de mi enemigo se escuchaban lejanas, como si mi cerebro fuese una enorme catedral vacía y retumbasen en sus muros. La oscuridad se iluminaba por las llamas del combustible encendido que se había dispersado, las cuales comenzaban a impregnar las casas que no habían ardido por completo, trepar por sus techos, para alzarse triunfantes antes de que se derrumbasen las maderas. Podía ver las pezuñas negro azabache del gigantesco ser, cada una del tamaño de mi cabeza, iguales a las de un caballo, excepto porque la herradura sobresalía y trepaba por el casco formando diversos arabescos.

El vehículo comenzó a ser levantado, lentamente. Comencé a palpar desesperadamente el cinturón de seguridad, pero la sangre en mis manos hacía que se resbalase. Finalmente pude desengancharlo, para terminar deslizándome hasta el suelo. El vehículo voló por los aires, propulsado por la fuerza del gigante y derribó varias paredes a su paso. Gracias al reflejo del fuego sobre su piel, su aspecto era diez veces más temible que lo que me había imaginado, incluso cuando dentro de mi mente su imagen era terrorífica. Se erguía sobre cuatro patas musculosas, terminadas, como ya mencioné, en pezuñas. Un enorme peto color bronce protegía la cintura, donde se unía el cuerpo antropomórfico con el zoomórfico,  dejando a la vista dos enormes pectorales que tenían pequeñas protuberancias, como cuernos. Sus brazos eran del grosor de un tronco y de uno de ellos colgaba un hacha de doble filo, de un tamaño acorde a su portador. Pero lo que más terror causaba, era su cabeza: un cráneo pelado de toro, con unos cuernos de tamaño considerable, cuyas cuencas estaban vacías completamente, negras, excepto por un minúsculo punto rojo, que aumentaba de a ratos su intensidad.

Comencé a arrastrarme por entre la tierra y los escombros, esquivando los golpes de su hacha y de sus cascos. Me puse de pie, pero automáticamente tuve que agacharme debido a un hachazo que pretendía cortarme al medio. Comencé a correr en dirección a unas casas, casi a oscuras, trastabillando contra los escombros. Me tiré al suelo justo a tiempo para esquivar otro golpe, que derribó un muro a mi derecha y continué arrastrándome hasta toparme con unos escalones. Subí con manos y pies a la velocidad que mi desesperación permitía que me moviese. Intenté examinar la habitación, pero estaba completamente a oscuras. Busqué a tientas una puerta o una ventana, pero fue en vano. Un estruendo me sobresaltó. Al menos comenzaba a recuperar mi audición. Maderas del suelo volaron en todas direcciones tan solo a un metro de donde estaba, dejando pasar la luz de las llamas para que se posasen sobre el cuarto. Un poco más adelante podía ver otra escalera, hacia la cual me dirigí rengueando. Otro temblor me arrojó al suelo, haciéndome caer sobre el hombro herido y mi vista se nubló de dolor. Trepé los peldaños, jadeando por el dolor, tropezándome con los cuerpos incinerados de los que, probablemente, habían habitado ese edificio. Este piso sí tenía ventanas, una en cada punta del pasillo, desde las cuales, a lo lejos, se podía ver la luz del alba, color rojo sangre.

Además de las ventanas y una escalera que ascendía otro piso, me encontré con otras tres puertas. Abrí una por una, buscando algo que me sirviese para limpiar mis heridas, o lanzar una señal de auxilio. El primer cuarto estaba completamente vacío, a excepción de unas herramientas apiladas en el suelo, una escalera y unas latas de pintura. Probablemente estaban refaccionándolo cuando fueron sorprendidos por los demonios. El segundo recinto tenía la puerta cerrada, trancada por dentro. La tercera habitación estaba abierta. Dentro me encontré con un montón de cosas desordenadas: una cama sin hacer, papeles en el suelo, ropa en una silla, vidrios rotos pertenecientes a la ventana esparcidos por un escritorio, un ordenador apagado y dos paredes, una repleta de afiches de bandas, mientras que la otra tenía estantes torcidos repletos peluches. Era el cuarto de una niña. Una lágrima se me escapó. ¿Cómo podía ser que alguien con toda una vida por delante tuviese un destino tan horrible? No había ningún cuerpo, pero pude adivinar cuál había sido su final. Preferí no imaginar más nada.

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Where stories live. Discover now