XIII. Un pequeño favor

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XIII.          Un pequeño favor

Me sientan en el medio de una sala y mi sentido de la observación de inmediato comienza a recopilar información.  Esta sala está demasiado poco arreglada para tratarse de un lugar donde viven  humanos desde la plaga.  Este departamento ha sido habilitado hace poco.  Tiene dos sillones, un sofá y una mesa de medio.  Las paredes hasta están decoradas por sus habitantes anteriores, quienes quieran que hayan vivido aquí antes de que los muertos se levantaran para alimentarse de los vivos.  Tiene  fotos enmarcadas de una familia de tres hijos.  No me detengo a especular qué habrá sido de ellos.  Lo más probable es que estén allá afuera gruñiendo y buscando carne humana.

A través de una puerta se llega a ver algo de la cocina.  Puedo  ver que todo está bastante limpio.  Por otra puerta llego a ver uno de los dormitorios, el cual también parece estar cuidado.  Estos muchachos están viviendo en este departamento, pero no desde hace mucho.  Están locos.  Están queriendo sobrevivir en el medio de una ciudad infestada de zombies.  Ya se ha intentado antes y ha sido un fracaso.  No sé por qué hay gente que siempre vuelve a intentarlo, cuando vivir afuera en una de las colonias es tan fácil.  Relativamente hablando.  Allá no hay zombies de los cuales preocuparse todo el día y toda la noche.

“Ustedes son Nativos”, les digo. “¿Cuántos viven aquí?”

“Silencio”, me indica la muchacha.  En total hay tres jóvenes presentes.  Los tres están armados y los tres me están apuntando.  Los tres están bastante nerviosos.  Cruzo los brazos.  No tengo tiempo para perder.  Necesito adentrarme en la ciudad para conseguir los artículos que me faltan.  No tengo una mañana para perder aquí.

“Tú eres un Caminante”, me dice ella. “Uno de esos locos que vienen a la ciudad a recoger cosas. ¿No? ¿Verdad?”

Ella está tan nerviosa que es posible que me dispare en cualquier momento.  La prioridad debe ser hacerles enfundar sus armas.  De lo contrario cualquier cosa puede pasar.  Eso o enfrentarlos y desarmarlos.  Pero la verdad es que me dan pena.  Tres jóvenes que han creído que estarían a salvo en el penthouse de un edificio de lujo en un distrito que había sido turístico de Lima.  Pésima idea.  Y eso que la horda aún no ha pasado por aquí.  Si creían que estaban a salvo en este depaertamento de la masa de zombies que da la vuelta a la ciudad, estaban en un error.

“Sí, soy Caminante”, le respondo. “He venido a recolectar algunos objetos que necesitan urgentemente en mi Colonia.  No tengo mucho tiempo.  Miren, si necesitan ayuda, los puedo ayudar.  Pero si me siguen apuntando con sus armas por mucho más tiempo, todos vamos a salir perdiendo”

Ella es la primera en bajar su arma.  Los demás la imitan.  No son armas de fuego, lo cual ya es algo positivo.  Son una especie de ballesta corta.  Seguramente son mortales a corta distancia contra los zombies, pero dudo mucho que sean muy efectivas a larga distancia.  O contra un humano vivo que se les viene encima.  Aun así, si me disparan a la cabeza a mí los tres al mismo tiempo, podrían matarme seguramente.  Es un alivio ya no estar amenazado por tres chicos nerviosos.

“Pensaron que estarían a salvo aquí arriba”, aventuro. “Pero zombies pudieron entrar”

Ella siente.  No es fea.  Tiene el pelo desarreglado y sucio.  Tiene ojos saltones y oscuros.  Está demasiado flaca.  Es más, no es descabellado asumir que se encuentra desnutrida.  No obstante, tiene una expresión muy particular.  No sé cómo describirlo.

“¿A quién se le ocurrió la brillante idea de instalarse aquí?”, pregunto.  Ella señala al pasillo.

“A Miguel”, responde. “Decía que los zombies no suben escaleras”

No puedo evitar soltar una risa.  Las cosas que se dicen entre ellos para hacerse sentir seguros.

“Por supuesto que suben escaleras.  Lentamente, pero sí que lo hacen”, les digo cuando por fin termino de reir.

“Eso lo sabemos ahora”, intervino otro de los chicos.  Éste tiene el pelo rapado y una expresión mucho más vehemente.  Debe ser el impredecible del grupo.  Todo grupo tiene uno.  El que saldrá por la ventana corriendo cuando se encuentren acorralados.

“¿Cuál es su plan ahora?”, les pregunto. "No creo que quieran quedarse aquí ahora.  Ya han visto que hay apestosos afuera esperándolos.  Cada hora habrá más y más.  No se pueden quedar aquí"

“Nos encargaron instalar un puesto de avanzada en esta zona, en Miraflores”, responde ella. “Por eso nos ubicamos aquí arriba.  Nos encargaron vigilar esta zona”

“¿Por qué?”, pregunto yo.  Ninguno responde.  Se miran entre ellos, pero mantienen silencio.  Tienen sus secretos.  Puedo respetar eso.  Yo también tengo mis secretos.  Lo que no respeto es la voluntad de cometer suicidio. “En fin, como sea.  No pueden quedarse aquí.  Regresen a su base y reporten lo que ha pasado.  Intententenlo después de que pase la horda”

Ellos se miran nuevamente y no saben bien qué responder.  Hasta que ella habla.

“Supongo que tienes razón.  Y cuanto antes lo hagamos, mejor”, señala al de pelo rapado. “Cris, guarda la radio.  No podemos dejarla aquí.  Nos la llevamos de regreso”

El muchacho sale del cuarto por la puerta que lleva a la cocina.  Me quedo con ella y el otro chico.  Éste usa unos lentes viejos y rayados.  Tiene toda la pinta de desear estar en cualquier lugar menos ahí con nosotros.

“¿Y bien?”, pregunta ella. “¿Nos vas a ayudar?”

Yo la miro por un momento sin decir nada.  No tengo por qué ayudarlos.  Y no me conviene, tampoco.  Tengo tiempo limitado.  Mientras pienso en cómo comunicárselo, ella se me adelanta.  Es una chica lista.

“Te podemos compensar.  Sé que has venido a Lima a buscar cosas.  Debes tener una lista por ahí.  En la base tenemos un montón de medicinas y de otras cosas.  Podemos compensarte muy bien si nos ayudas”

“¿Con qué necesitan que los ayude?”, pregunto.  No tenía sentido negar que tenía una lista.

“Tenemos que llevar la radio de regreso a la base.  No la podemos dejar aquí.  Es muy valiosa.  Y no podremos llevarla entre nosotros tres.  La trajimos entre cinco.  Vamos a necesitar tu ayuda para regresarla”

“Lo siento, no tengo tiempo.  Ya he perdido un día entero encerrado, esperando a que se disipe la concentración de zombies.  No puedo perder más tiempo.  Por cierto, ¿esos que abrieron fuego fueron ustedes?”

“No, ¿cómo se te ocurre? No.  Esos son del ejército.  A veces incursionan hasta aquí.  No es lo normal, pero a veces lo hacen.  Nosotros no usamos armas de fuego.  El sonido atrae a los zombies. ¿Nos vas a ayudar o no?”

“Lo siento, no puedo”

Ella levanta su ballesta y la apuntó a mi cabeza.

“Déjame ver tu lista.  Las cosas que has venido a buscar”

Dudo un instante.  No estoy completamente seguro de que sea una buena idea.  Pero con una ballesta apuntando a mi cabeza el proceso de la toma de decisión se simplifica mucho.  Meto la mano a mi bolsillo y saco el pedazo de papel.  Se lo entrego.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora