XXI. Tratos acerca de tratos

563 19 0
                                    

XXI.     Tratos acerca de tratos

Ella reconoce mi indecisión.  Los otros tres chicos que me han venido acompañando desde Miraflores siguen sin decir nada.  Están arrodillados con las manos en alto y la cabeza baja.  Mirando al suelo.  Como reconociendo que saben que han hecho algo mal.  Que deben ser castigados.

Lo que es yo, antes de responder necesito más información.

“¿Ellos son Halcones?”, pregunto.

La señora niega con la cabeza.

“No, no los tres.  Solamente ella”

Por lo pronto eso ya lo sabía.  Y que era hija de alguien relevante.  

“¿Y ellos dos?”

“¿Por qué no le preguntas a ella?”, es su respuesta.  Yo me volteo hacia la Nativa con la que he estado caminando por horas, pero no me animo a hacerle la pregunta.  Cada vez me importa menos.  Hay algo que ellos no me han contado que me perjudica.  Y eso para mí es una traición.

“Me ofrecieron proveerme de los artículos que necesito para completar mi lista”, digo de pronto sin pensarlo.  De un momento a otro estoy molesto.  No sé por qué. “Vine a la ciudad a conseguir una lista de cosas.  Ya había conseguido algunas cuando me crucé con ellos.  Me ofrecieron darme todo lo demás si los ayudaba”

Ella me mira.  Luego los mira a ellos. 

“¿Me dejarías ver esa lista?”, pregunta ella.

Yo la saco sin dudarlo.

“En unos días me recogerán de la Costa Verde.  Si para entonces no tengo todo, hay gente que sufrirá”, le digo mientras se la entrego. “Si voy a salir de aquí con las manos vacías, tienen que dejarme ir cuanto antes, para poder conseguir lo que pueda y regresar a la Costa Verde a tiempo.  Si no, me quedaré atrapado en Lima por un mes”

La señora termina de leer la lista, suspira y me la regresa.  Luego se me queda mirando sin decir nada.  Abajo se escucha el ruido de los zombies comiéndose a los militares.  Celebrándolo.  Sería aterrador si no fuese que estamos a salvo por encima de ellos.

“Está bien”, termina por dar su veredicto. “Tú no sabías en lo que te estabas metiendo.  No es justo que salgas perdiendo en todo esto.  Es culpa de ellos”

Yo me volteo hacia ellos.  Los tres muchachos con los que he venido.  Están claramente avergonzados.

“¿Qué hicieron?”, les pregunto a ellos mismos.  Ella levanta la vista.  Tiene los ojos húmedos.  Está a punto de llorar.

“Lo siento.  Nunca quisimos que nadie salga herido”

“Pero ha habido heridos, ¿no es cierto, Ana?”, le pregunta la señora. “¿En dónde está Miguel? ¿Él fue el que los convenció de todo esto, no es así?”

“Miguel está muerto”, ofrezco yo. “O tan muerto como están esas cosas que caminan por ahí. ¿Quiere esto decir que me has querido engañar? ¿Que no me ibas a dar las cosas de mi lista?”

“No, no te las iban a dar”, responde la señora. “Te iban a llevar al escondrijo que tienen en San Borja.  Y te habrían dado lo que buenamente podían.  Pero creeme.  No tienen todo lo que necesitas”

“Maldición”, digo golpeando el piso. “¡Maldición! ¿Sabes lo que esto significa? ¡Ahora tendré que correr para intentar conseguir lo demás”

Lo que más me molesta es el daño que me han hecho a mí.  Regresaré a casa con menos artículos para entregar.  Eso implica menos pago.  Contaba con esos recursos para vivir lo que queda del mes.   No solo eso, sino también para pagar deudas.  Realmente estaría en problemas.  

“No te preocupes”, me dice ella. “Como te digo, está claro que no es tu culpa.  Tú has sido una víctima aquí y no tienes por qué pagar los platos rotos”

Me comienzo a preocupar.  Está por ofrecerme algo que seguramente me perjudicará.  Que me quitará más tiempo. ¿O no? ¿Será posible que esta Halcón se esté ofreciendo a ayudarme?

“Max”, le dice a uno de los hombres que nos están apuntando con sus armas. “Lleva a este Caminante a nuestro almacen.  Que le den lo que necesita”

Al comienzo no lo puedo creer.  Esto era sorprendente.  No sabía que los Halcones fuesen tan generosos.  Parecía como si los había juzgado mal desde el comienzo.

“Señora, ¿está segura?”, le pregunta el tal Max sin dejar de apuntarme con su rifle.  Yo mismo tampoco le creo.  Aunque, por supuesto, no me quejo.

“Sí, estoy segura.  Si hay algún problema, yo me encargo.  Ahora, salgan de aquí.  Este Caminante no tiene por qué enterarse de lo que vendrá a continuación”

Sé lo que viene a continuación.  Ella castigará a la Halcón rebelde y a sus dos amigos.  Aparentemente no eran más que una banda de ladrones con la que colaboré sin querer.  Aunque no creía que fuese tan simple.  Ellos tenían un plan y el ermitaño los había respaldado.  No, no eran simplemente unos delincuentes.  Eran más bien unos jóvenes con un plan que no era apoyado por sus superiores y que intentaron llevarlo a cabo a pesar de todo.  No podía tacharlos para siempre por eso.  Aun cuando su plan me pareciese una locura.

El tal Max me indica que me pare.  Lo hago pesadamente.  Me indica que camine en una dirección.  Antes de hacerlo me detengo frente a la chica con la que llegué caminando hasta ahí.

“¿No tienes nada que decirme?”, le pregunto.  Ella no responde. “Eso supuse.  Vámonos”

Yo comienzo a caminar hacia un lado de la línea del tren.  La dirección opuesta al centro de la ciudad.  El tal Max va detrás de mí apuntándome con su rifle.  

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora