XV. Primera complicación

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XV.          Primera complicación

Cargar lo que me toca no resulta ser tan trágico. Supongo que tiene sentido insistir en que los acompañara una persona adicional y así repartirse el peso en porciones más razonables. En todo caso, salir a la calle acompañado de otros sobrevivientes se me hace un poco incómodo. Hace tiempo que no andaba por las calles de Lima con alguien más. Para mí lo normal es atravesar la ciudad enfrentándome a zombies yo solo. No pendiente de dos personas más.

Ella se da cuenta de esto. Eventualmente, luego de haber recorrido por un buen rato las calles de Miraflores, se pone a mi lado y me sonríe.

“Sé lo mucho que te cuesta ayudarnos. Pero aún así lo estás haciendo”, dice. “Muchas gracias”

Yo sinceramente no sé qué responder. Ser un Caminante por mucho tiempo me ha llevado a estar solo la mayoría del tiempo. Cuando estoy en Lima, porque así es como opera un Caminante. Y cuando estoy de regreso en casa, porque prefiero estar solo. No sé por qué. El caso es que no tengo habilidades sociales muy profundas.

“De nada”, atino a responder mientras seguimos caminando. “¿Falta mucho?”

“Tú no vienes por este lado de la ciudad mucho, ¿no?”, me pregunta ella. Y de inmediato sé que hay algo que anda mal. Hay algo que debe preocuparme y por lo que no he preguntado. Algo que desconozco y que representa una amenaza.

Niego con la cabeza y espero la explicación que sé que viene.

“Para llegar a nuestra base tenemos que pasar por debajo del tren eléctrico”, dice ella. Y de inmediato sé cuál es el problema.

El problema con los Nativos es que no están organizados. Que son una maraña de tribus y de grupos que viven desperdigados por lo que alguna vez había sido la ciudad. Y, claro, no podría ser de otra manera. Después de todo, esta gente vive en una ciudad que está infestada de zombies. Si viviesen en grupos más grandes, la horda los ubicaría y jamás los abandonaría. Estarían asediados eternamente. O hasta que se acabaran sus provisiones.

Eso trae como consecuencia que hubiese competencia por los recursos. Y eso implica riñas entre grupos rivales. Por eso no me gusta mucho adentrarme a las zonas que sé que tiene grupos de Nativos establecidos. Y porque sé que hay un par que dominan ciertas zonas con los cuales es muy difícil tratar.

Uno de esos grupos es particularmente problemático. Si vamos a cruzar su territorio, podría haber complicaciones luego.

“Pensé que me habías dicho que sería un recorrido simple”, le digo. “Nunca me dijiste que tendría que participar de un asedio o de algo parecido”

“No te preocupes. No se trata de nada de eso. Yo estoy en buenos términos con ellos”

Dudo por un momento. Eso suena bastante extraño. Habría preferido saber más al respecto, pero me pareció que insisitir en el tema resultaba imprudente. La verdad es que ser Caminante y pasar tanto tiempo solo me ha hecho una persona muy poco sociable. No sé cómo indagar más sin sonar muy agresivo. No obstante, realmente necesito más información. Después de todo, tengo tiempo limitado en Lima y debo conseguir aún muchas cosas en mi lista.

“Disculpa, pero necesito saber más que eso”, termino diciendo después de un rato. “¿Cómo es esto? ¿Cómo vamos a pasar por debajo del tren eléctrico sin que nos ataquen?”

El asunto es bastante pintoresco si es que uno se pone a pensar en ello. Antes de la epidemia la ciudad de Lima tenía un tren eléctrico que lo atravezada de sur a norte en una plataforma elevada. Pasaba por encima de las avenidas y de los cruces a unos diez metros de altura. Cuando la infección se comenzó a esparcir y los zombies buscaban humanos vivos para alimentarse, un grupo de sobrevivientes se subió a esa plataforma que atravesaba la ciudad y se instaló ahí. Destruyó las escaleras que había en todas las estaciones, de tal manera que los muertos vivientes no tenían forma de subir. También dinamitaron algunas de las conexiones, de tal manera que si de alguna forma improbable los zombies llegaban a subir a una parte de la plataforma, no podrían llegar a recorrerla por completo. Eso los salvó en varias oportunidades, pues sorprendentemente en algún momento zombies subieron a lo más alto de edificios que estaban aledaños al tren eléctrico y se lanzaron a la plataforma, infectando a suficientes sobrevivientes como para que comenzar una catástrofe. En esas ocasiones lo que hacían los demás era retirar los puentes que tienen instalados en esas parte de la plataforma que han dinamitado en el pasado. De esa manera se perdía a los que vivían al otro lado, pero por lo menos no se perdía a todos los demás.

Estos Nativos se hacen llamar Halcones, porque están por encima de todo lo demás. Si quieres pasar de un lado de la ciudad al otro, debes pasar por debajo del tren eléctrico. Es decir, por debajo de sus dominios. Esto les da un poder que puede resultar muy incómodo. Yo, por lo menos, siempre evito tener que ver con ellos. Personalmente nunca he tenido problemas con los Halcones, pero otros Caminantes sí que los han tenido. Algunos son capturados y son obligados a entregar sus pertenencias, algo que los Halcones ni siquiera necesitan. No obstante, lo usan para establecer su territorio o para comerciar luego.

Ahora, si ella dice que no tendremos problemas con los Halcones, tengo el derecho a dudar de ello.

“Tú no te preocupes. Tenemos un entendimiento con ellos”, comenta ella. Sigue sin convencerme.

“Mira. No es que desconfíe de ti o lo que sea. Pero necesito saber qué es lo que está pasando. ¿Por qué los Halcones nos dejarían pasar? ¿Qué trato tienes con ellos?”

“Oh, ¿no te mencioné?”, responde ella sonriendo. “Yo soy una de ellos. ¿Estamos tranquilos ahora?”

Yo quedo en silencio, pero la verdad es que no, que no estoy tranquilo. Los Halcones no suelen salir de su zona de confort. No suelen aventurarse hacia la costa. Hay algo que no me está diciendo. Además, ella me ha dicho que su base estaba al otro lado del tren eléctrico, lo que implica que a donde íbamos no es territorio de los Halcones, sino de otro grupo.

“No, no estamos tranquilos”, insisto. Los dos jóvenes que nos acompañan se comienzan a interesar por nuestra conversación. Comienzan a caminar más cerca a nosotros. “Necesito saber más. ¿Qué es lo que está pasando?”

“Lo siento, Caminante”, me dice ella. “No estoy autorizada para contarte más. Tendrás que esperar a que lleguemos a la base para que te cuenten de qué se trata todo”

Y listo. Con eso dejó de hablarme por el resto del camino.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora