Capítulo 1 -Invasores de la noche-

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Capítulo 1

Invasores de la noche

…El camino estaba oscuro. La noche ocultaba y deformaba todas sus formas. No hay forma de ver mas allá de lo que tengo adelante. Mi aliento se funde en el aire gélido de la noche. Tengo que escapar…

La voz artificial y metálica del grabador, que pretendía ser femenina, resonó en el espacio encerrado por las desvencijadas paredes del vehículo. Sus ocupantes se acallaron los unos a los otros, a pesar de que ninguno de ellos estaba haciendo ruido alguno.

<<Grabación y transcripción vocal comenzando en tres, dos, uno.>>

Se oyó cómo un par de labios deshidratados se despegaban y una voz cansina y rasposa, algo distorsionada por el aparato, comenzó a hablar. 

<< Dicen que el mayor miedo de la raza humana es la muerte. Sin embargo, creo que ya no soy el único que considera que quien haya afirmado eso definitivamente no ha visto el miedo a los ojos. En caso de haberlo hecho, habría dicho que la muerte es el mayor consuelo que puede ofrecerse.

Ahora que el asedio ha cesado registraré por audio y por escrito el declive de la raza humana, el por qué ahora vivimos como parias en nuestro propio planeta y, en paralelo, mi historia. Como todas las historias, ésta tiene un comienzo y por él voy a comenzar.

Era una sofocante noche de verano, un verano que no voy a olvidar, hace ya casi dos años.

Había sido un día extenuante, cargando sacos de harina de la fábrica que, alguna vez, había pertenecido a mi padre. Luego de una tarde al sol, bajo el puesto del pequeño mercado local, en ese pueblo de mala muerte apartado del mundo.

Regresé alrededor de las siete, sin percibir nada extraño, excepto aquél calor húmedo que se te metía en la piel y te hacía sudar hasta los huesos. Después de una ducha de agua fría, me recosté y, automáticamente, me dejé llevar por el hechizo de Morfeo.

Un sonido en el granero me despertó. Pensé que sería una madera caída o algo por el estilo, nada importante. En las casas campestres el crujido de la madera es tan constante como los insectos y el polvo. Sin embargo, pronto comencé a escuchar los mismos sonidos frenéticos en la puerta del gallinero y no tardé en oír a sus “ocupantes”, quienes unieron sus alaridos de terror a esa cacofonía. Quizás había entrado un animal salvaje, nada de qué preocuparse. Los zorros a veces son atrevidos y se aventuran en casas aisladas, con poco movimiento, para ganar un almuerzo fácil.  

Caminé, medio dormido aún, hacia mi ropero. Allí guardaba dos extensiones de mí: una escopeta de caza y un revolver Colt calibre .38. Nunca las había utilizado más que contra animales salvajes, pero siempre practicaba en mi tiempo libre. Las latas y botellas vacías eran mis víctimas predilectas.

Salí de mi habitación y comencé a descender por los peldaños de la escalera cuando me percaté de que las gallinas habían dejado de cacarear. Probablemente el agresor se había retirado pero, aún así, decidí investigar.

Me sumergí cuidadosamente en la noche, en esa humedad pegajosa. El pasto besaba las suelas de mis botas a medida que avanzaba cautelosamente dado que, a pesar de su tamaño, los zorros podían ser peligrosos si uno tenía la guardia baja y ellos el estómago vacío.

Pero, en cuanto tuve a la vista el granero, mi corazón se detuvo unos instantes. Las puertas estaban astilladas, una de ellas arrancada de sus goznes y tenían unos rasguños que atravesaban los cinco centímetros de roble. Dentro reinaban el silencio y la oscuridad. La lámpara, que solía estar prendida,  bailaba un chirriante vals con el viento, sobre la puerta, por lo que la única fuente de luz eran las bombillas de la casa que había prendido al bajar. 

Cruzados -El infierno en la Tierra- (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora